
Me refiero más bien a que la contumacia en las llamadas
políticas de austeridad, la insistencia en apretar las tuercas a la gente hasta
límites insoportables, la persistencia en mentir a la ciudadanía y la
perplejidad irresponsable (no es responsabilidad la inacción de la
socialdemocracia sino lo contrario) son el caldo de cultivo de algo que da
miedo.
Es este un mundo extraño. Si me llegan a decir hace pocos
meses que serían los jueces quienes levantarían la voz a favor de quienes
más están sufriendo (los desahuciados) las consecuencias de esta mal llamada
crisis, y por mejores nombres, estafa, indecencia, agresión ya digo, no lo hubiera
creído se contara como se contara. No, desde luego, porque no crea que los
jueces y magistrados no tengan conciencia social, sino porque no es un
estamento aficionado a esta clase de pronunciamientos ni quizás deba serlo… en
condiciones normales. Interpretar y aplicar las leyes debería ser suficiente, y
ya es bastante.
Ahora el Gobierno ha cometido un nuevo atentado contra
los españoles: engañar a todo el mundo con un decreto que solo pone a salvo de
los desahucios a unos pocos (los supuestos son absolutamente insuficientes) y
que a, demás, ni siquiera establece una moratoria para el pago de las deudas
pues, como no paraliza el devengo de intereses a tipos que bien podrían
considerarse usura, dentro de dos años los supuestos beneficiarios de la medida
estarán en peor situación aún, con una deuda acrecida y con las mismas
posibilidades de pagarla, esto es ninguna.
La mayor fuerza de oposición, el PSOE, no prestó su
aquiescencia a la medida saliendo de esa especie de remedo de negociación al
que se prestó. Si desde el primer momento supieron (y los supieron) que el
PP no aceptaría ninguna aportación y seguiría enseñoreándose de su traicionada hasta
la náusea mayoría ¿por qué siguieron negociando? Y una vez rota la baraja ¿por
qué no se ponen al frente de la
procesión para que las protestas se oigan en el mismísimo cielo?
La de los desahucios es probablemente la consecuencia más
grave de la respuesta neoliberal a la crisis, es decir, de la gran mentira que
padecemos. Hay más, como bien sabemos ya: la destrucción de todo lo que pueda
llevar el apellido público, entre otras.
Así es que estamos en Europa (y en España) ante un poder
que aplasta a las clases medias y favorece el crecimiento de la brecha entre
los ricos y los pobres cada vez más pobres y en mayor número, y ante el
silencio culposo de la socialdemocracia (el único contrapoder posible) en
cualquiera de sus formas y matices que aún se atreve a pedir tiempo para
reorganizar sus filas y recomponer sus creencias; sin darse cuenta de que
nosotros, la gente, no tenemos ese tiempo.
¿Qué temo entonces? La aparición de fuerzas al estilo de
los neonazis griegos? ¿salvapatrias a
los que todos seguiremos como las ratas al flautista del cuento? No, no eso lo
que temo. Eso forma parte del discurso dominante, interesando o erróneo; eso no
ocurrirá. Lo que de verdad me da pánico es que envalentonados unos y temerosos
otros, sin freno unos y sin capacidad de moderación los otros, no nos dejen a
la gente (eso son las naciones, eso son las sociedades: su gente y no abstracción
alguna) más salida que la desobediencia o el estallido.