
Si me pusiera a relatar algunos de los momentos que me han removido por dentro en la historia de España, la cercana, la subjetiva, la que, siendo de todos, fue vivida en primera persona, seguramente muchos pensarían “ya está el abuelo con sus batallitas”; y tendrían razón.
Pero dándole vueltas hoy a esa idea, he caído en la
cuenta de que a menudo han sido mujeres quienes pusieron voz a esos instantes
diversos, con significados distintos aunque no tanto si bien se mira. Un par de ejemplos:
La periodista Rosa María Mateo fue la voz de aquella
multitud que se manifestó rotunda tras el 23F para certificar que el viejo régimen
estaba definitivamente muerto.
Que yo recuerde, la primera vez que alguien miró de
frente a los representantes de la soberanía popular para decirles que no
estaban haciendo bien su trabajo, también lo hizo una mujer, Pilar Manjón; lo
expresó así en una frase final que no contiene ningún reproche y los contiene todos: “yo no he venido aquí para darles pena” Y dijo
eso tras abroncar a los diputados con una elegancia, con una entereza, con una
dignidad desconocidas o que habíamos olvidado; ella pudo haber callado o haber hablado solo en nombre
de su hijo muerto o de todas las víctimas del 11M y sus seres queridos, pero
les reprochó su pequeñez, su mezquindad, su miserable uso de la desgracia para
sus estrategias políticas. Y por eso habló también en mi nombre y en el de
mucha más gente.
Por supuesto, Rosa María Mateo, recibió elogios en su
momento. También Pilar Manjón. A Rosa María Mateo la fueron apartando de la profesión poco a poco; a Pilar Manjón la han maltratado desde aquella mañana en el Congreso de los Diputados atribuyéndole todo tipo de intereses oscuros. Es lo que tiene brillar con luz propia, especialmente si no estás alineado con eso que damos en llamar el establishment: acabas siendo muy incómodo.
No es cuestión de ser de derechas o de izquierdas; representas lo que se opone a lo establecido, a lo que se da por sentado; eres en cierto modo el nexo hacia algo nuevo y tal vez desconocido y, ante algo así, los genes de la reacción se alborotan y sus agentes en las instituciones, en los medios de comunicación, en todas partes, contraen un sarpullido intelectual que llevan muy mal.
Ahora pasa con Ada Colau.
Esta mujer, por su edad (frisando los cuarenta) y por la
causa en que está empeñada (es, como saben, la persona más visible y notoria en
la Plataforma de Afectados por la Hipoteca, PAH) es, en el sentido al que me
vengo refiriendo, como Mateo o Manjón en su momento aunque menos emocionante; pero
eso es así solo porque emociona la alegría, o la tristeza; no el enfado, no la
indignación. El día que intervino en el Congreso al presentar la Iniciativa Legislativa Popular para modificar las condiciones de la dación en pago, a mí me produjo un efecto parecido al que me causó Mateo leyendo el manifiesto tras el 23F o Manjón hablando ante las cabizbajas y como avergonzadas señorías tras el 11M…aunque, ya digo, sin emoción; es que no me dejaba la rabia.
Las tres en la madurez; las tres son, como diría el
tópico, mujeres coraje; las tres
están más allá de lo establecido y las tres, se han puesto al frente de causas
universales.
Mateo fue el heraldo de la libertad y la democracia,
Manjón sacudió las conciencias (de los que tienen conciencia, naturalmente) Y,
en cuanto a Colau, imagino que a estas alturas, todos hemos comprendido ya que
lo que mueve a la PAH más allá del objetivo concreto que la justifica y la
define es mucho más que resolver un asunto doméstico o el problema puntual de
una familia. Por eso está ahora en el punto de mira. Por eso la mediocridad y
la miseria moral amartilla su escopetón de fusilar esperanzas.
Abomino del culto a la personalidad pero sé del valor del
liderazgo. Y, en este desierto de chulos, necios y corruptos; en este cuadrilátero
en el que el aspirante espera una y otra vez que suene la campana para salvar
el asalto sin darse cuenta de que está grogui desde hace tiempo; en este páramo
moral e intelectual, digo, Colau tiene los atributos del líder (o de la
lideresa, como diría una imbécil que blande la porra en cuanto le dan ocasión y
confunde, como sus amos, la decencia con la sumisión sin condiciones)
Algunos piensan (yo entre ellos) que la práctica del escrache no es buena estrategia. Digo “estrategia”
que palabra más ambigua; solo que, a lo peor, que lo sea o no, ya no importa
gran cosa. Puede que, precisamente gentes como Colau y la organización que
representa, como otras muchas que operan en esto que algunos creen las
antípodas o cuanto menos los arrabales del sistema, sean precisamente el cauce
que sujeta la riada. A mí me parece que todos estos antisistema no son otra
cosa que la sociedad civil en movimiento, y en orden…por ahora. Es muy poco
inteligente y tal vez suicida tratar de destruirlos.