
Hasta la palabra “atentado” me resulta insuficiente; sí,
acorde con el diccionario, define bien lo sucedido en la ciudad estadounidense
pero ¿contra qué han atentado los hermanos Tsarnáev?. Sí, es obvio, las
víctimas son la gente. Pero ¿contra qué han dirigido esa furia tan doméstica
como destructora? ¿contra un símbolo? ¿qué símbolo? No me parecen respuestas
suficientes “nuestro modo de vida” “la libertad” “occidente” y tantas otras tan
vagas como incapaces de explicar nada. ¿Que solo es la espantosa consecuencia
del fanatismo? Como conclusión es francamente endeble y como explicación nada
aporta.
Los Tsarnáev emigraron hace mucho tiempo a Estados
Unidos, Dzhojar, el que sigue vivo, era un niño pequeño. Los dos se criaron en esta
ciudad que tiene un nivel de vida de los más altos del mundo; ya en el año 2.000
su renta per cápita superaba los 19.000 dólares. Boston es una de las ciudades
más antiguas del país y mezcla un cierto encantador provincianismo que procede
de su tamaño relativamente pequeño con la proyección de ser el núcleo de un
área metropolitana que incluye condados como Massachusetts, Rhode Island y
parte de New Hampshire, es decir, un espacio de cultura, prosperidad y desarrollo
que se ejemplifica en universidades como Harvard o institutos como el
Tecnológico de Massachusetts, por citar solo dos de sus instituciones más
ilustres.
Ese espacio de referencia es el de los Tsarnáev; es ahí
en donde se formaron y, que procedan del remoto Cáucaso y su familia lleve indómita
sangre chechena parecería una mera, exótica, anécdota. Por lo demás, ningún
grupo radical ha reclamado para sí la negra gloria de la destrucción. Los
Islamistas del Cáucaso y la guerrilla daguestaní, dos de los grupos más activos,
se han apresurado a asegurar que su enemigo no es Estados Unidos sino Rusia.
No se sabe demasiado aún, pero ha trascendido por ejemplo,
que el mayor de estos hermanos, Tamerlan, tenía permiso de residencia desde
2007 y ya conocemos el cuidado que las autoridades USA ponen en estas cosas,
especialmente después del 11-S.
Los Tsarnáev, como varios de los terroristas del mismo
11-S, los del 11-M en Madrid o los de los atentados del metro londinense, por
citar solo tres de los episodios más terribles que nos ha tocado vivir, no eran
campesinos talibanes desplazados desde las montañas afganas para cometer los
crímenes. No me extenderé: quizás debiera bastar con recordar que los de
Londres eran británicos, de piel oscura, pero británicos.
Como se comprenderá espero, no tengo la menor intención
de dar argumentos al terrorismo; sería además estúpido, al fin y al cabo yo,
como cualquiera, podría haber estado tras las vallas de Boylston Street y la metralla se me habría llevado por delante con mis dudas y mi necesidad de
comprender incluidas.
Pero me parece que esa tendencia a detenerse en lo
irracional de cualquier terrorismo y apartar como sospechoso cualquier intento
de entender lo que nos pasa, es estúpida y, sobre todo, suicida. ¿Se podría haber
evitado lo de Boston, lo de Nueva York, Madrid o Londres? Cae de su peso que
no: por eso pasó ¿Sucedieron aquellos acontecimientos por negligencia, falta de
previsión o incapacidad? Claro que no. La seguridad absoluta es solo una
quimera.
Podemos identificar enemigos en grupos organizados o países
que más parecen un nido de delincuentes que otra cosa, pero ¿cómo protegernos
de quien vive en el piso de arriba, nos saluda amable cada día, estudia junto a
nuestros hijos o amigos, participa en actividades deportivas, se comporta todo
el tiempo y en toda circunstancia como uno más? ¿Podemos protegernos de eso? No tenemos respuesta. Y la
necesitamos, como demuestra la tozuda, dramática, realidad.