
Espero que nadie se tome a mal que me refiera al hasta ayer
Cardenal Jorge Mario Bergoglio y ya Sumo Pontífice Francisco, de esta forma
coloquial. En nuestra cultura, que es la del Papa, llamar Paco a Francisco como
Manolo a Manuel es un modo de mostrar cercanía y solo los muy esnob se molestan
por ello. Por lo demás no me negarán que es una fórmula bien sonora que
enseguida provoca sentimientos de ternura: “Papa Paco ¿viste?” diría un porteño
orgulloso de su paisano.
Este Papa es jesuita, lo cual imprime carácter. ¿En qué
sentido? Veremos.
En una entrevista publicada en el suplemento Alfa y Omega
de ABC en mayo de 2000, Peter-Hans Kolvenbach, 29 Superior de la Orden, decía
que la evangelización de los jesuitas siempre fue de frontera (geográfica,
intelectual, y hasta estética) lo cual es una forma de decir sin decir que
tienden a estar en todas partes aún cuando a veces esta presencia resulte paradógica,
contradictoria y hasta inconveniente: tal vez por eso los encontramos con frecuencia
entregando su vida misma al lado de los más necesitados en América Latina o en
África, o llevando la buena nueva a lugares tan exóticos desde el punto de
vista de la fe como el Japón de los siglos XVI y XVII. Tal vez por eso
Napoleón dijo de ellos: "Los Jesuitas son una organización militar, no una
orden religiosa. Su jefe es un general de un ejército, no un mero padre abad de
un monasterio. Y la meta de esta organización es el poder”
Yo, qué quieren que les diga, solo se lo que he visto. Y
en ese ejercicio de estas horas de juzgar cada gesto por nimio que sea, cada
señal por insustancial que pudiera considerarse en la gente corriente, diré que
esa leve duda en los ademanes, esa forma de levantar las manos, ese lenguaje
corporal de ayer tarde en la loggia central
de la basílica de San Pedro, se me antoja alejado de la presencia como de
comadreja asustada (pido perdón a los creyentes: es solo una imagen) de Benedicto
XVI el Papa en la reserva, los aires de
boxeador en reposo de Juan Pablo I, la presencia melíflua del misterioso Juan
Pablo I, el aristocrático porte de Pablo VI, la beatífica hermosura de Juan
XXIII y la distante y aguileña imagen de Pio XII, por citar todos los Santos
Padres que uno, que peina canas, ha conocido.
Francisco, Papa Paco, me pareció un buen tipo con cara de
buen tipo; algo tosco, escasamente entrenado en la fineza, lo cual no me parece necesariamente un defecto. No puedo
decir otra cosa. ¿Qué eso es muy típico de la también denostada actitud jesuítica, expresión sutil del
disimulo y la doblez que consiste en llevar hasta sus últimas consecuencias la
evangélica sentencia de que no sepa tu mano derecha lo que hace la izquierda? Pues
a lo peor, pero ¿Quién puede saber eso ahora? Doctores tiene el periodismo
especializado para dilucidar si es alguien con gran destreza diplomática, si
sus ademanes y estilo son tan sencillos como los de un buen cura de pueblo, si
en la dictadura que sufrió su país mantuvo a la Iglesia local, de cuya
Conferencia Episcopal era presidente, en una posición de neutralidad (lo cual a
algunos, y a mi desde luego, parece más que reprochable); si el hecho de ser el
primer Pontífice máximo americano es algo que marcará su acción pastoral y
sobre todo social…En fin tantas y tantas cosas que, como un torrente fluyen ya por las páginas de los
periódicos y las redes sociales, ocupan tertulianos sean especialistas o no, y nos alimentan
las entendederas con asuntos varios que no solucionarán nuestro atribulado día a día
pero que entretienen un montón.
A mí lo que de verdad me gustaría es que el Santo Padre
Francisco, interiorizara que es el Papa Paco y actuara como tal. Es decir, que
llamara al pan, pan y al vino, vino (no me refiero, como se comprenderá, a las
especies consagradas) que fundiera el oro vaticano en potencia económica y política
para aliviar los males de la gente, que enarbolara el zurriago de la razón y la
justicia para echar del templo sin contemplaciones a mangantes, comesantos,
falsarios, abusadores, apóstoles del pensamiento único, mercaderes,
especuladores, etc; que huyera de peinetas y botafumeiros; que aplicara la
caridad y la comprensión con quienes discrepan y quieren vivir su vida de otra
forma. Que fuera en verdad y sin tanto rollo, la imagen de Cristo.
Se dice que el nuevo Papa es una esperanza. Claro, como
todos. Como cualquiera a quien se otorga una alta magistratura; y más cuando media nada menos que el Espíritu
Santo. Por ahora solo espero que cuando abra la carta que le ha dejado Benedicto
no salga corriendo como él. Y ya si eso...