
Ferrero, que
como los tapones, se está haciendo
mayor, conserva sin embargo esa capacidad de provocar que tiene hasta en el
sombrero que oculta su noble calva muy anterior a las modas. Maticemos, sin
embargo, enseguida con sus propias palabras: “Europa, la cultura que lleva tras
ella siglos de humanismo, ha decidido, a través de sus grandes familias y sus
corporaciones más homicidas, aniquilar en primer lugar a la clase media
(garante de la democracia y la libertad salvo cuando la desesperación la
tuerce), y en segundo lugar a sus jóvenes”
Así es que
usted o yo, o nuestros deudos, o la gente de nuestra quinta, o él mismo, no
debemos sentirnos acusados por Ferrero directamente y poco menos que de
genocidio; ni siquiera intelectualmente. Nuestro buen escribidor, tira por
elevación: es “Europa” la culpable.
Les
recomiendo que lean el artículo al que aludo completo. El punto de vista (o,
más bien, el modo de exponerlo) es muy interesante y, como casi siempre ocurre
con este autor, una bella pieza literaria.
Disculpen que
no precise algunas citas; a veces apunto cometarios y no tengo la precaución
de apuntar la procedencia:
Joaquín
Estefanía, cree que ya hay una generación de jóvenes que no ha conocido más que
“creciente desigualdad, movilidad social descendente (en el estatus quiere
decir) y, sobre todo, una profunda contradicción entre democracia y
capitalismo” Y además, dice Estefanía, todo esto les ha ocurrido por sorpresa.
El
controvertido analista (sea lo que sea analista, como diría Millás) Jeffrey
Sachs, opina que el capitalismo global
es “una gigantesca fuerza implacablemente productiva… que divide de forma
despiadada a la sociedad en función del poder, el nivel de estudios, y los
ingresos y el patrimonio; los ricos son cada vez más ricos y tienen más poder
político, mientras se deja atrás a los pobres, sin empleos decentes, sin
seguridad, sin una red que asegure los ingresos o sin una voz política” Entre
los pobres, evidentemente, están los jóvenes.
El anciano
sociólogo francés Alain Touraine defiende que la crisis ha sido provocada por
“aquellos que, persiguiendo su exclusivo beneficio a corto plazo, hicieron de
las finanzas un coto opaco sin relación con la economía real” y que el
comportamiento de los muy ricos “ha desempeñado el papel principal en la
disgregación de toda posibilidad de intervención del Estado o de los
asalariados en el funcionamiento de la economía”.
Hace tres o
cuatro generaciones, estas cosas o parecidas se resolvían a tortas. Hoy eso no
está previsto, por lo menos en Europa. Qué cosas, igual el descreimiento de la
política (la desafección, dicen los que saben) es lo que, precisamente, nos
pone a salvo de que esto no acabe como el rosario de la aurora. Eso, o que la
gente que peor lo pasa (los jóvenes por ejemplo) tiene, empero, mucho que perder
aún si saca las patas por alto.
Pero crece la
desesperanza y la conciencia de que el modelo de la democracia representativa,
la organización convencional a base de partidos políticos tradicionales, ya no
funciona. No es nada riguroso lo que voy a decir, pero a mí me llama
poderosamente la atención cómo las cosas que dicen y cómo las dicen la mayor
parte de nuestros políticos, a menudo están muy alejadas de los anhelos de
quienes viven con los sonidos reales del mundo, la vida como es en realidad. Algún
pequeño ejemplo: escuchar a estas alturas de la película que un joven político
del Partido Popular pide primarias y listas abiertas, y que eso haya quien lo
aprecia casi como revolucionario, hace que se me abran las carnes. ¿Qué sentido
tiene que la nueva presidenta de Andalucía –una persona también joven- diga
adquirir un compromiso genérico en la lucha contra la corrupción? ¿A quién le
importa semejante declaración con la que está cayendo? Y así hasta la náusea: palabras
gastadas, ideas viejas.
Alguien
recordaba estos días un viejo proverbio judío: “Cuando te enfrentes a dos
alternativas, elige la tercera”. No se trata de sustituir la gerontocracia de
Europa de manera radical. Aunque se pudiera. A mi juicio, necesitamos, desde
luego (y rápido), un significativo desplazamiento intergeneracional del poder,
pero necesitamos que los jóvenes y los menos jóvenes trabajemos juntos, de una
manera nueva. Veamos la botella medio llena: la generación a la que se refiere
Estefanía y la que le sigue van a crecer en la austeridad y son nativos
digitales: no es mala escuela.
Ferrero se
pregunta “¿Están los jóvenes ante una generación de padres saturninos y
devoradores de hijos?” Porque -sigue nuestro escritor- son conscientes –los jóvenes-
de que “ha habido una generación tapón que tanto en la política, como en las
finanzas y la cultura les ha impedido sistemáticamente el paso…” “Es evidente
que tanto los que engañaron y mandaron como los que se dejaron engañar y
obedecieron tienen su responsabilidad: la famosa complicidad entre la víctima y
el verdugo. Y es que esa generación bífida, desde hace tiempo en el poder, es
la que creó la burbuja inmobiliaria y el sistema de hipotecas, en la que unos
estafaron y otros se dejaron estafar; la que creó la televisión basura y muchas
otras basuras; la que ha querido prolongar su adolescencia hasta los cincuenta
años”
Ya digo, la escritura
de Ferrero es muy hermosa y al menos a mí me hace darle vueltas a la cabeza, lo
cual no es poca cosa ¿no es esa la labor del intelectual? Pero el problema es
que en esa complicidad de la víctima y el verdugo de la que él habla con la
libertad que otorga el lenguaje poético, la relación no es igualitaria: es el
verdugo el que empuña el espadón…y a la víctima le cumple negociar la paz…o
arrebatarle el arma. Desde que el mundo es mundo.
En realidad
¿importa mucho si Ferrero tiene razón o no? ¿Es que no perece siempre lo viejo
ante el empuje de lo nuevo? ¿Es que no hicimos exactamente eso la gente de mi
generación? ¿No aprendemos? Por lo que a mí respecta, me rindo con
armas y bagajes y se los entrego gustoso por si les sirven: que tomen el mando
y que lo hagan ya. Sin duda lo harán mejor…o nada habrá tenido sentido.