
Uno se dispone cada día a ponerse al corriente de la
marcha de lo público y lo que consigue, lea lo que lea, mire donde mire,
escuche lo que escuche, es percibir el insoportable
hedor de la corrupción o la miseria moral.
Sí, los mecanismos que toda democracia (sistema
imperfecto y, por tanto, imperfectos esos mecanismos en todo caso) se da para
luchar contra estas cosas funciona a toda máquina; y esa es una buena noticia.
Pero la podredumbre y la miseria moral parecen llevar una delantera
insuperable. Un corrupto ingresa en prisión pero, al tiempo, aparecen muchos
más como la setas en este raro mes de octubre; un servidor de lo que es común
expresa un propósito razonable y, simultáneamente, diez insultan nuestra
inteligencia con una ocurrencia banal o una sinvergonzonería.
Que cansado es todo esto. Que estúpido. No es ya que uno alcance la
convicción de que muchas cosas en las que creyó o quiso creer eran mentira o se
han convertido en una maloliente falsedad o decepción; es que tanto tufo envejece…a pasos
agigantados y no solo a la gente, también a los países.