
Constatado: quien ordenó el sacrificio de Excalibur, el
perro de la enfermera infectada de ébola, es de una imbecilidad difícilmente superable;
a saber:
Ese animal ha convivido con sus dueños estando Teresa
contagiada; y es de esperar que se comportara…como un perro, claro: tal vez
lamió la mano de algún vecino que lo acarició; puede que intentara comerse la
merienda de algún niño despistado en algún parque próximo a su domicilio; quizás
orinó en este árbol o en aquella pared;
acaso hizo sus deposiciones al lado de un columpio infantil o en las cercanías
de un banco en el que acostumbran a reunirse jubilados para tomar el sol, o en los terrenos en donde juegan a la petanca.
Nada de eso lo sabremos ya, porque ignoramos si el animal
estaba infectado o no. Las autoridades (¿autoridades?) del ramo decidieron que
ante el riesgo potencial de que el perro estuviera enfermo, era preferible matarlo
sin averiguar nada más; ni siquiera después de muerto han analizado nada y, ya incinerado,
eso tampoco será posible. Hay a mi juicio aquí actuaciones negligentes que
atentan contra la salud pública, justo lo contrario de lo que, presuntamente,
se pretendía evitar.
¿No es estúpido? Sí, sí lo es. Y, esta presunta,
drástica, medida de seguridad, es además absurda porque como han explicado hasta la
saciedad especialistas como Thomas Frieden, director de los Centros de Control
y Prevención de Enfermedades de Estados Unidos, o Juan José Badiola, presidente
del Consejo General de Veterinarios de España, entre otros, no está en absoluto
acreditado que los perros puedan ser transmisores del ébola a los humanos. De
manera que, también, quienes han dado la orden del sacrificio han infligido un
dolor adicional a Teresa y a su marido seguramente innecesario.
Y además de este desprecio por quienes son los verdaderos
sufridores de esta historia (aunque el miserable del consejero de Sanidad de la
Comunidad de Madrid trate de extender sospechas sobre si Teresa mintió a los
médicos que la atendieron) hay a mi modo de ver abuso de poder sobre ellos y su
mascota y no sé si daño a la propiedad, pues manifestaron reiteradamente que no
deseaban la muerte del animal sino que fuera aislado y analizado antes de
tomar, en su caso, la decisión definitiva...hasta nombraron un tutor al que de nuevo las autoridades (¿autoridades?) sanitarias no han hecho caso aunque se haya desgañitado en los medios informativos en defensa del animal...y del sentido común.
Y, finalmente, ¿qué podemos decir del juez que sancionó
positivamente la orden de sacar a Excalibur del domicilio familiar y sacrificarlo?
¿tenía los elementos de juicio necesarios? ¿ignoraba las dudas de la comunidad
científica? ¿no hubiera sido más de razón y precisamente, que ordenara el aislamiento
del animal, una investigación sobre los usos y costumbres de sus dueños con él en
esos días clave y los análisis pertinentes para, a la luz de es información, decidir en justicia?
Francamente, nada me sorprendería que en cualquier
momento algún colectivo de defensa de los animales plateara un rosario de
querellas: por negligencia de las autoridades con riesgo para la salud pública,
por robo y hasta por prevaricación. ¿No debería verlo de oficio el fiscal?