
¿Qué clase de situación es esta en la que, como escribía
hace poco Vicente Verdú (La Fertilidad
del miedo, El País, 3 de enero de 2013) “hay protestas, pero se disuelven
en las aguas amargas de la cólera efímera” y también: “En vez de llevar a
España a un estallido social, la crisis refuerza los lazos comunitarios. Ante
el descrédito de todos los poderes, más cercanía al vecino”
No lo tengo nada claro, aunque sí sé que se trata de algo
nuevo y, me perdonarán el pesimismo, terrible.
Como los malos discípulos que toman de las enseñanzas
solo lo superficial para, en el fondo, limitarse a cumplir órdenes, el Gobierno
de España (y no lo olvidemos, con él una gran parte de la clase dirigente en
cualquier ámbito económico y social) se enroca en la austeridad como si fuera
una religión. Y eso –cada vez hay más voces que lo advierten- no nos sacará del
agujero.Lo malo es que tampoco lo hará el crecimiento. Como apunta el economista y miembro del Consejo Económico y Social, Antonio González (La distribución de la renta entre capital y trabajo. Temas para el Debate enero-febrero 2013) “A menudo se ha dicho que ‘primero es necesario crecer para después poder repartir’ Esta afirmación requiere ignorar que, en los términos de la distribución funcional de la renta, el reparto entre salarios y beneficios se realiza de forma simultánea a la producción, por lo que carece de sentido pretender que tal reparto deba esperar al crecimiento”
Las consecuencias de ese enfoque entre esperanzado y
necio son que la desigualdad crece y crece y así en la España de 2013 el 20% de
la población de ingresos más elevados tiene una participación en la renta total
mucho mayor que la que tiene el 60% de población de menores ingresos. Y la
brecha se sigue ampliando mientras las autoridades ignoran o fingen ignorar que
no habrá milagro y, por el contrario, si nadie lo remedia, se seguirá
cumpliendo para regocijo de los menos la bíblica Parábola de los Talentos: “al que tiene, le será dado y
tendrá más; y al que no tiene, aún lo que tiene le será quitado (Mateo 25:29)
Así es que ni la austeridad logrará sentar la bases del
nuevo desarrollo más racional y sostenible como pretenden sus apóstoles, ni el
futuro crecimiento lastrado por tantos cadáveres sociales, conseguirá desandar
la galopante marcha hacia la desigualdad y la destrucción de una generación al
menos y buena parte de las clases medias.
Jhon Ralston Saul es un tipo elegante que, para nada
ofrece la imagen de un perroflauta.
El presidente del muy prestigioso y bastante glamuroso Pen Club Internacional,
ha escrito El colapso de la civilización
y la reinvención del mundo, una obra que está a punto de alcanzar el medio
millón de ejemplares de venta. Tanto el libro como la personalidad de su autor,
pone de los nervios a los poderosos: parece uno de los suyos, pero no lo es.
En una entrevista concedida a El País Semanal (3 de
febrero pasado) le dice al periodista (Joseba Elola) lo siguiente: “La ironía
es que la globalización ha conducido a lo opuesto de lo que prometía. Prometió
competencia y ha causado el regreso a los monopolios; prometió renovación del
capitalismo y ha supuesto la vuelta al mercantilismo; prometió el final del
nacionalismo feo y ha traído la era más nacionalista desde el final de la
Segunda Guerra Mundial. Prometió crecimiento, no tenemos crecimiento; prometió
empleo, no tenemos empleo…” Y sigue: es que “la globalización es algo
económico…solo de forma marginal. Es una cuestión de política y de control, de
poder; es un modelo social…y se rompe porque como modelo social no funciona y
siembra la catástrofe por el camino”
Cómo recuerda todo esto ciertos debates de los setenta en
torno a la figura de Milton Friedman y a los terribles efectos colaterales de
sus teorías sobre la organización de la sociedad disfrazadas de teorías
económicas.
Un golpe de Estado, según la definición clásica (coup d'État) es la toma del poder
político, de un modo repentino y violento, por parte de un grupo de poder,
vulnerando la legitimidad institucional establecida en un Estado, es decir, las
normas legales de sucesión en el poder vigente con anterioridad. Todos
imaginamos con facilidad lo que es, especialmente quienes tenemos en la memoria
el 23F.
Pero, en puridad y acorde con la definición propuesta,
para vulnerar la legitimidad institucional no es preciso el concurso de un tipo
ridículo gritando “¡se sienten, coño!” Quizás bastaría con alcanzar el poder
por medios democráticos e incumplir acto seguido el programa electoral que hizo
posible la toma del Gobierno de la nación, al cabo no deja de ser un
procedimiento “repentino” y violento por cuanto en unos pocos meses se pone de
manifiesto una gran mentira que, en efecto, violenta las reglas de juego. Desde
luego que eso no comporta la violación de las normas legales de sucesión, pero
pone muy en duda la legitimidad del proceso y señala a quien lo ejecuta como
cómplice de un estado de cosas que, este sí, da al traste por vaciamiento sostenido con
el ordenamiento acordado en los órganos de representación legítima de los
ciudadanos.
Así es que más allá de las tonterías que se le puedan
ocurrir a un político regional bastante limitado, cuando se dice que hay un
golpe de estado de los mercados, se está convirtiendo en eslogan una realidad
compleja pero bien real y presente: que quienes ofician esta liturgia infame de
la austeridad y la reducción brutal del déficit como chamanes poseídos por la
verdad (o el deber que diría el otro), están poniendo en riesgo la democracia misma. ¿La mansedumbre de la
gente refugiada en la solidaridad y el apoyo mutuo frente a tanta agresión
durará siempre? A mí me parece que eso no es una seña de identidad de esta era
como a veces se dice bobalicona y irresponsablemente; que eso cambie es solo cuestión
de tiempo; y es la desigualdad creciente lo que hará saltar la espoleta.
Y, una vez más, habrá que oponer a la fatalidad que hay
otros caminos. Claro que se puede. Dice Ralston Saul por ejemplo: “La deuda
pública tiene peso moral, pero la privada no. ¿Cómo se come eso? …pero “Si el
sector privado se puede librar de la deuda (dación en pago de las grandes
constructoras, rescates a la banca y tantos ejemplos más) el sector público
también” ¿A que resulta sugerente? Pues hay antecedentes, y los ejemplos históricos
más llamativos y en cierto modo paradógicos son Alemania y Estados Unidos.
La cuestión es si los gobernantes van a esperar a que un
número suficientemente elevado, crítico, de personas ya no tenga nada que
perder. Es que entonces, igual acaba teniendo razón el tonto.