
El vocablo, que está recogido en el Diccionario del Habla
de los Argentinos, merece una entrada en cualquier enciclopedia, pues se trata
de un término de rica etimología que, además, tiene equivalentes en otros
países de América Latina. Ahora lo estamos adoptando entre nosotros.
Da nombre a lo que están haciendo estos días grupos de
personas que, fundamentalmente, se encuadran en la Plataforma de Afectados por
la Hipoteca o son damnificados por en el caso de las preferentes y
subordinadas. Ha ocurrido en varios sitios, pero acaso el más significado (el
afectado ha hecho todo lo posible por que lo sea, añadiendo un poco de drama el
hecho en sí) ha sido el caso del domicilio del dirigente del PP Esteban
González Pons en Valencia.
Vaya por delante que, como toda persona educada y
respetuosa, no puedo justificar esta práctica. Y no sigue la frase con un
“,pero…” y, a continuación, un comentario que finalmente invalidaría la
afirmación precedente. Sin solución de continuidad, sin embargo, diré que a mí me
parece que lo que hacen estas gentes al ejercer este tipo de coacción (que lo
es, lo digo de nuevo para que no haya dudas) es revolverse ante quien
identifica como su agresor por acción o por omisión, como lo haría cualquier
víctima a la que le cupiera esa mínima, última, posibilidad.
Nuestro mayor problema es el paro. Sí, pero en eso los
desempleados, sus familias y quienes con ellos se conduelen no pueden
identificar fácilmente un responsable. Lo es la crisis, la burbuja
inmobiliaria…, entes de difícil concreción. Es sistémico, se nos dice y eso (y
el miedo) desactiva la capacidad de reacción de la gente corriente. El
desempleado sabe que no encontrará trabajo en plazo razonable, puede que nunca.
Es algo que le da de lleno, que le puede abocar rápidamente a la pobreza (los
datos recientes de Caritas a este respecto ponen los pelos de punta y los que
muestran el crecimiento de la brecha entre ricos y pobres, demoledores) Pero no
siente que le han engañado o robado. Le ha ocurrido una desgracia, sobre todo porque
no tiene perspectivas; le tocó la china… como a tantos.
El caso de las preferentes y las hipotecas es muy
diferente. Quién confió ciegamente en su banco para mejorar la rentabilidad de
sus ahorros sabe quién le ha engañado: puede incluso ponerle nombres y
apellidos; es de su pueblo; es el sobrino de un amigo, o su cuñado o esa chica
tan maja; y no se conformará con que le digan que todo viene de Lehman Brothers:
de eso no le hablaron cuando firmó o puso su huella dactilar en aquel maldito
papel que no leyó ni le leyeron porque no lo hubiera entendido.
Y quien pierde su vivienda y aún ha de pasar la vida
entera pagándola, siente muy bien que eso es injusto sencillamente porque lo es
y, sobre todo, porque mientras pudo, pagó religiosamente.
Y unos y otros han comprendido de qué lado se han puesto
quienes gobiernan su país y quienes les hacen la ola, esos a los que puede que
incluso entregara su confianza en las urnas. El Decreto sobre las preferentes y
subordinadas aprobado por el Gobierno el viernes pasado y la actitud de ese
mismo Gobierno ante la dación en pago (su aceptación de la iniciativa popular
vino forzada por el suicidio en Almassora de una mujer que iba a ser
desahuciada el mismo día en que se decidió la tramitación en el Congreso) a la
que es radicalmente contrario según ha repetido muchas veces, explica a las
claras cual es la situación y qué pueden esperar.
El Gobierno es ciego para la dimensión social –la única
importante- de estos problemas, por mucho que sus miembros muestren gran
aflicción en cuanto se toca el tema. Y, a fuer de ser justos, se ha de decir
que también Europa es sorda, ciega y casi se diría, tonta porque se desangra y
sus instituciones no se enteran: las decisiones de nuestro Gobierno en el caso
de las preferentes vienen muy condicionadas por la UE sí, pero eso no hace
mejor ni a nuestro Gobierno ni a la UE.
Así es que, todas estas gentes modestas, que tienen un
gravísimo problema inmediato, mañana, en su propia familia, en el futuro de sus
hijos, que han sido estafados, que no encuentran respuesta a su desesperación,
que sienten como quien debía protegerles hace leyes que sirven para mofarse de
ellos ofreciéndoles, por ejemplo, a cambio de sus ahorros (como en el caso de
la nacionalizada Bankia) acciones que nada valen ni valdrán seguramente nunca,
son personas a las que no se les propone una salida digna; no se la ofrecen
quienes crearon el problema y no se sienten amparados por las autoridades:
nadie les escucha y nadie va a la cárcel, Y pueden reaccionar de la forma más inopinada.
No van a parar, repiten. Yo haría lo mismo. Y ¿sabe qué amigo lector? Usted
también, por mucho que le rechine el ruido de la gente en la calle.
Hace algunas fechas, en un reportaje de la televisión
alguien dijo al micrófono algo así: “por aquí hay muchos cazadores, igual dejan
de tirarle a los conejos” A ver si va a resultar que el escrache acaba pareciéndonos un juego de niños.