
Son demócratas
convencidos, o sobrevenidos que para el caso tanto da, y hoy estupefactos, precisamente
por que tratan de vivir en una suerte de estado de honradez intelectual. Son
gentes que respeto incluso cuando deciden colocarse a sí mismos en tierra de
nadie. Como corresponde a quienes comúnmente apelan a conceptos tales como el
sentido común, la libertad, los valores, etc, prefieren la ilusión de la
equidistancia.
Pero hoy es solo eso: una ilusión, la expresión de un
voluntarismo que en realidad, les coloca fuera del tiempo. Y eso, el
voluntarismo, conduce -como dijo no recuerdo quien- solo a la melancolía, o a convertirse en la práctica y por
muy involuntariamente que se quiera, en cooperador necesario precisamente de
las fuerzas cuya acción en nuestra cotidianeidad dan lugar a la perplejidad, la duda, esa extraña
sensación de decepción no confesada a uno mismo aunque más que intuida y que nos
hace desvelarnos por la noche y cocernos en el caldo de la confusión.
No me refiero, como resulta obvio, a esas gentes que no
dudan ni a los que han decidido que resulta cómodo (y puede que hasta
lucrativo) aceptar más o menos a pies juntillas, interiorizado o solo simulado,
uno u otro credo. Esos forman parte de este juego perverso que vemos cada día y
que a tanta gente nos resulta tan ajeno y hasta dañino.
Hace poco Javier Pérez Royo escribía lo siguiente: “La
contradicción entre el programa electoral y la acción de Gobierno es
prácticamente absoluta. El Gobierno ocupa la potestad legislativa recurriendo
permanentemente al decreto ley. Esquiva el control parlamentario, abusando de
su mayoría en la interpretación del reglamento del Congreso de los Diputados, y
se exime del control de los medios de comunicación de manera permanente,
negándose a admitir preguntas o a dar ruedas de prensa. El ejercicio del poder
está siendo un ejercicio fraudulento. Formalmente, la Constitución no está
suspendida, pero materialmente no hay ni una sola institución que esté
cumpliendo su tarea de la manera constitucionalmente prevista”O sea, lo que estamos viviendo es un golpe de estado, “diferido” como hubiera dicho uno de eso personajillos de nuestra farsa diaria que tanto juego dan a otros personajillos de la misma comedia triste y bufa para proseguir con el juego estéril del gobierno y la oposición, tan viejo, tan pasado, tan sin sentido alguno ya.
Sí, las instituciones de la democracia y sus instrumentos
son los que son: desde la Constitución, al más elemental reglamento de gobierno
municipal. Y resulta inquietante que alguien proponga cambiar ese orden: porque
hubo un tiempo en que funcionó y porque los manuales al uso dicen que así ha de
ser por los siglos de los siglos amén.
Pero por inquietante que sea, eso –ese cambio- ya ha ocurrido
como muy bien expresa Pérez Royo. Y no, precisamente, por acción de la voluntad
popular, ni por el enfado de la gente, sino más bien por la infernal conjunción
de los mercados, agentes supranacionales con capacidad para asumir espacios de
soberanía y por el entreguismo de los gobiernos nacionales.
Así es que, a mi juicio, va siendo hora de salir de la
burbuja y preguntarse no tanto “¿de quién eres?” como se decía antiguamente, sino
“¿de qué lado estás?” porque la batalla por la democracia, la nueva, la rediviva democracia está al caer. ¿Nos queda otra? Francamente, espero que no.