
Pero hablemos de cosas serias: a finales de la pasada
semana tuvo lugar en Estocolmo una reunión del denominado Grupo
Intergubernamental del Cambio Climático (IPCC: http://www.ipcc.ch/home_languages_main_spanish.shtml#.UkhJ30mbsok)
creado por Naciones Unidas en 1988 y que en 2007 recibió el Premio Nobel de la Paz. En ese encuentro se
avanzaron las principales conclusiones de su último informe. La más
descorazonadora: que con ocasión de la crisis económica, la lucha contra el
calentamiento ha dejado de ser prioridad para los gobiernos del mundo, especialmente los de los llamados países desarrollados.
Hay otras conclusiones, claro, pero es como si,
entretenidos en quitarnos los piojos del cuero cabelludo no prestáramos
atención a la herida que nos desangra y amenaza con acabar con nosotros como
especie.
Por ejemplo: ya hay efectos con los que conviviremos al
menos 1.000 años: dependiendo del escenario, entre el 15 y el 40 por ciento
(amplio margen de error en la estimación, como se aprecia) del CO2 emitido
puede quedarse ya en la atmósfera; mucho, en todo caso. Según las previsiones del IPCC, el nivel del
mar podría subir entre 26 y 82 centímetros y la temperatura aumentar hasta 4,8
grados a finales de siglo. Les ahorraré el relato de lo que esos cambios implican para la vida en la tierra; se los imaginarán fácilmente: es catastrófico como pueden deducir de la siguiente frase incluida en el informe: “Las emisiones a los niveles actuales o superiores alterarán todos los componentes del ciclo climático, alguno de ellos de manera que no se ha visto en los últimos cientos o miles de años. Ese efecto durará cientos de años”
“Todavía –dice también el informe- podemos prevenir los
peores efectos del cambio climático y dejar a nuestros hijos y sus hijos un planeta
decente. Pero necesitamos gobiernos que actúen como bomberos y no como
pirómanos”
Solo que eso lo llevo oyendo desde que tengo uso de
razón. Desde que padecemos el criminal fraude que algunos llaman crisis, también
vengo escuchando, por ejemplo, que la apuesta por las energías renovables que nuestro país
hizo en su momento no fue más que un capricho caro e inútil; así es que este
Gobierno de nuestras miserias ha decidido hacer tabla rasa y apostar de nuevo
por los combustibles fósiles: al fin y al cabo si en España la temperatura
media ha subido en torno a un grado y medio en las últimas tres décadas, muy
por encima de la media europea (0,9 grados) y aún más de la mundial (0,8); si
en tres décadas han disminuido de forma notable las precipitaciones y la década
2000-2010 registra los valores más bajos desde 1950; si la temperatura media
del agua en el Cantábrico sube entre 0,25 y 0,35 grados por década y el nivel
del mar en el norte aumenta entre dos y tres milímetros por año, y el
Mediterráneo crece entre 2,4 y 8,7 milímetros por año, etc, es porque la
Providencia, siempre inescrutable, así lo ha decidido y, tarde o temprano -ya
digo- proveerá; vamos que si el mosquito tigre –ese monstruo del que antes no habíamos oído hablar- te
pone la cara como una berenjena, pelillos a la mar que ya pasará.
Es un lugar común establecer que la humanidad dispone de
una década para tomar medidas que eviten la irreversibilidad de algunos
fenómenos provocados por el calentamiento global.
Poco tiempo parece. Sobre todo cuando uno encuentra cada
día ejemplos de que los pirómanos hacen justamente lo contrario de lo que
debieran: en el Ártico el deshielo que se está produciendo con una aceleración
desconocida hasta ahora (la superficie helada se ha reducido en un 18 por
ciento desde 2007 a 2012, según la Organización Meteorológica Mundial) tiene
tan contentos a quienes ven en la desaparición del hielo la apertura de una
nueva vía comercial marítima mucho más corta y rentable que la habitual ruta
del Índico: eso es ver la botella medio llena...de ácido sulfúrico. Y ni les cuento los movimientos de países como Rusia, Canadá,
Estados Unidos, Rusia, Islandia, Suecia, Noruega y Finlandia que huelen el petróleo
bajo la banquisa.
¿Tendremos arreglo?