
No discutiré yo a gente tan sesuda, sobre todo porque lo
que oponen quienes niegan el calentamiento global suelen ser argumentos que más
bien se aparecen a un alegre y despreocupado “Dios proveerá” y cosas así. Deben
de tener razón.
Pero no puedo evitar que me de miedo. Me refiero en
primer lugar a la palabra misma, “vórtice”: no me digan que no acojona. Asusta
incluso sin explicar su significado; solo con oírla.
Y si hacemos analogías con lo cotidiano, entonces la cosa
se pone aún más fea. Puede que un desplazamiento persistente hacia el sur de
esa inmensa borrasca ártica, acabe enfriándonos hasta los tuétanos a todo el
hemisferio norte; bueno, la cosa irá para largo y a lo mejor hasta nos coge
confesados.
Pero las ciclogénesis en general son traicioneras: según
los expertos, si uno está en el núcleo, en el ojo mismo del huracán, disfruta
una calma chicha, de una bonanza hasta placentera. Pero, amigo, en los bordes
la cosa está muy chunga. Y como, a menudo, la cercanía de lo que nos pasa no se
puede ver en perspectiva, tal vez acabamos por confundir los motivos reales de lo
que nos ocurre. Por ejemplo: en Melilla se monta un buen jari a cuenta, se
supone, de la asignación por parte del Ayuntamiento de ciertos contratos de
trabajo; y en un barrio de Burgos, los vecinos se encampanan porque, se dice,
sus ediles han decidido hacer un bulevar contra su voluntad. Luego nos
enteramos de que los dos lugares se parecen en las precarias condiciones de
vida de sus habitantes en algunos casos en el borde de la desesperación y de
que eso se mezcla en un cóctel explosivo con la arbitrariedad, la sordera y el
despilfarro de las autoridades: vamos, que lo que parecen reacciones violentas
desproporcionadas a cada caso, no lo son tanto sin consideramos que aparte el pretexto
concreto, sucede que el personal está hasta la mismísima coronilla.
Nos llama la atención que lo que nos está pasando a los
españoles a cuenta de las decisiones de un Gobierno que parece el enemigo, no
provoque un estallido social. Pero, pudiera ser que esto no se parezca al
temido vórtice, salvo en el hecho de que en su núcleo están los Blesas,
Montoros, Gallardones y otras lacras tan tranquilos. Y en la periferia no se
nos cae el cielo encima de golpe, sino que se originan tormentas de apariencia
local (como en Melilla y Burgos) y creciente fuerza y número que acabarán provocando
que se nos hielen hasta las entendederas.