De
350 escaños en las Cortes, 99 se dirimen en la España interior, la
España vacía, la España vaciada. Como quieran
llamarla. Es un botín jugoso. Toca pues de manera recurrente
cuando llegan elecciones fotografiarse a bordo de un tractor,
plantear ofertas de rebajas fiscales a quienes se queden en su pueblo
o agitar en el aire pomposos planes estratégicos de desarrollo
rural. Es el mercado electoral. Hace unos días ha ocurrido. Pasan
las elecciones y luego el silencio cuatro años más.
Por
sorprendente que les pueda parecer, hay una Ley para el Desarrollo
Sostenible del Medio Rural, que ya ha cumplido 12 años ¡Y está
inédita, nunca se ha aplicado!
No
lo entienden. No lo enfocan adecuadamente. Ni en España ni el
Europa. El despoblamiento de una inmensa parte de nuestro país no es
un designio fatal ni un signo de la evolución inexorable de las
sociedades, es la consecuencia de que se nieguen durante décadas
derechos fundamentales a sus pobladores y se conculque
sistemáticamente el principio de igualdad de todos los españoles y
el de solidaridad inter territorial. Lo dice la Constitución, ya
saben: ese papel mojado. Así es que el legislador mira hacia otro
lado y, a lo largo de estos años, aún ha empeorado la situación
atando las manos a las administraciones locales con el sempiterno
pretexto de la austeridad.
Los
datos: el 53 por ciento del territorio tiene menos de 12 habitantes
por kilómetro cuadrado. El 30 por ciento del territorio alberga el
90 por ciento de la población, el resto, desierto; y, atención, el
70 por ciento menos poblado tiene la mayor parte de nuestros recursos
naturales y buena parte de los culturales (patrimonio, etc) Más del
60 por ciento de los municipios pequeños no paran, lenta pero
inexorablemente, de perder vecinos; un par de ejemplos: desde 2011 la
provincia de Cuenca ha perdido 22.000 habitantes y la de Teruel
10.000. En España hay más de 3.500 pueblos abandonados.
Podríamos
empezar aquí las entrevistas. Yo debería limitarme a preguntar a
Luis del Romero y a Virginia Hernández. Esa es la labor del
periodista; mis motivos nada importan. Este comentario sobraría.
Pero lo confieso, me siento algo acomplejado. En estos días tanta
gente habla de la España vacía, o vaciada, que acaso
esta pieza sea solo más ruido de gentes ajenas, que nada entienden
pero de todo opinan. “No somos la España vacía. Somos un
territorio lleno de vida. De personas, de historias, de oficios, de
comunidades. Somos pastoras, jornaleras, agricultoras, arrieras,
aceituneras, ganaderas...somos la mano que cuida...” dice María
Sánchez en Tierra de Mujeres (Seix Barral 2019) “Hablan
sobre despoblación, falta de recursos y servicios, cambio climático,
naturaleza, conservación, pero no terminan de encontrar la lengua
exacta para no quedarse solo en los conceptos, para ir más allá de
los titulares que no terminan de contar y de enseñar el verdadero
rostro de nuestro medio rural y sus habitantes”
A
eso me refiero. Espero dar con la palabra justa para huir de los
lugares comunes y los tópicos; me gustaría dar con la pregunta
adecuada. Confío en tener la destreza necesaria para no ofender a
esas gentes ni a su memoria.
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Virginia
Hernández es alcaldesa de San Pelayo, un pueblo de apenas 50
habitantes en la comarca de los Montes Torozos de Valladolid. Virgina
es muy joven y su familia es de San Pelayo de siempre. Ni ella ni los
concejales de San Pelayo cobran nada por su tarea. Es miembro del
G-100, un grupo de personas y profesionales de distintas disciplinas
de toda España que tratan de definir como debe ser la ruralidad
en el Siglo XXI. https://www.nuevaruralidad.es/

Luis
del Romero Renau es doctor en Geografía por la Universitat Autònoma
de Barcelona. Ha trabajado como investigador en la Universidad Laval
y de Quebec en Canadá, y ha sido profesor invitado en las
universidades de Friburgo (Alemania),
Chile y Católica de Temuco (Chile) y Buenos
Aires (Argentina). Su línea
de
investigación se centra en el estudio de conflictos territoriales y
ambientales, tanto en el ámbito
rural como en el urbano, además de estudio, desde un punto de vista
crítico, de los procesos de despoblación. Es miembro fundador del
grupo de investigación-acción Recartografías que está basado en
el municipio turolense de San Agustín, donde lleva a cabo un
proyecto de recuperación sostenible de un antiguo barrio masovero.
Juan
A. Cabrera: ¿Podemos aconsejar a los bien intencionados
antropólogos aficionados de fin de semana que, por remota que sea su
excursión, no hallarán esos pueblos de Viaje a la Alcarria
(Cela, 1948) o de Caminando por las Hurdes (Ferrer y López
Salinas, 1960)? ¿Podemos estropearles la aventura asegurando que esa
España no existe?
Luis
del Romero: Sí. Por fortuna la España rural de hoy no es la que
relatan esas obras literarias. Más aún, ya entonces el propio Cela
advertía que cuando hizo el viaje anotaba en un cuaderno cuanto veía
y nunca vió -dice él- ningún crimen, ningún endemoniado ni el
parto de un fenómeno ni nada parecido; y tampoco “Caminando por
las urdes” muestra exactamente esa especie de estereotipo de la
miseria con el que se ha estigmatizado durante décadas a esa
comarca. Quiero decir que hay en España desde antiguo una cierta
tradición de denostar lo rural. Y en la percepción juegan no solo
los aspectos económico y social que sin duda tienen unas
características particulares, sino sobre todo lo cultural. Eso hace
que todavía hoy haya quien espera encontrar aldeanos con la boina
calada o abuelas tejiendo a la puerta de su casa. Pero en nuestros
pueblos, hasta en los más remotos hay gente que se las apaña para
conectarse a Internet, que ha estudiado en la Universidad, que no
vive en absoluto al margen del mundo.
Virginia
Hernández: Para empezar: esos
autores son ajenos al
medio rural y lo han descrito desde una posición de mero observador
cuando no con un cierto aire de superioridad. Es
verdad que esas obras son referentes pero ya poco más
que
literarios sin más. Ya no somos distintos de quienes viven el medio
urbano. Pero es cierto que desde las administraciones recibimos
presiones a veces nada sutiles para que nos convirtamos en eso que
espera el lector de revistas que proponen escapadas de fin de semana.
Y a veces lo consiguen: véase por ejemplo La Alberca, en el sur de
Salamanca, o Pedraza en Segovia, que han dejado de ser pueblos para
convertirse en parques temáticos para madrileños.
J.C.
Luis, ¿se generaliza demasiado a la hora de hablar de “lo rural”?
¿No estamos aludiendo a una realidad diversa en la que, junto al
abandono, conviven experiencias que han conseguido revitalizar
algunas zonas? El libro La España Vacía de Sergio del Molino
y el programa de televisión Tierra
de Nadie, de Jordi Évole se mencionan como referencias
-sospecho que incluso por quienes solo conocen una sinopsis o un
trailer- siempre que se habla de este asunto. ¿Cree usted que sirven
para entender la realidad? Hay quien sostiene que la brecha es
irrecuperable porque la gente de la ciudad no sabe nada de la gente
del campo ni le interesa ¿Qué le parece esta afirmación?
L.R.
Hay de todo. Hay quien habla habiéndose documentado más bien poco y
quien lleva mucho tiempo documentándose y quizás hasta ahora no
había tenido oportunidad de hablar y llegar a los medios de
comunicación. ¿Si la brecha es irrecuperable? Bueno, hay algo
evidente: nuestras sociedades son más urbanas y digitales y cada vez
tienen menos que ver con el medio rural, pero los recursos, los
alimentos, el agua, los servicios ambientales están en los pueblos,
en el campo; Las ciudades resuelven su subsistencia en el medio rural
aunque los urbanitas no se enteren de que es así ¡En algún
momento habrá que prestar atención a este sinsentido!
J.C.
Virginia, ¿se sienten denostados?
V.H.
Pues en cierto modo sí. Lo explicaré con un par de ejemplos: en los
libros de Conocimiento del Medio de los escolares parece que la
población solo fuera urbana. Si vemos series de televisión, cuando
hay una historia que se desarrolla en el medio rural suele ser algo
truculento; se acordará de “Cuéntame”: cuando los Alcántara
vuelven al pueblo a donde van es a un lugar que se ha quedado anclado
en el pasado y ni siquiera era así en la época en que ambientaron
esos episodios.
J.C.
Pero, a riesgo de caer en una simplificación, parece que,
coincidiendo en las razones del abandono, hay dos grandes corrientes
-que no necesariamente conviven sin críticas cruzadas- a la hora de
abordar el problema: la de los que abogan por salvar a toda costa los
pueblos por pequeños y apartados que sean porque -además de los
recursos- en ellos está nuestra memoria, y los que creen que eso no
es posible y habrá que hacer agrupaciones para que la prestación de
servicios sea viable; incluso hay quien sostiene que en algunos casos
no hay salvación y solo cabe aplicar medidas paliativas. ¿Cuál es
su punto de vista? ¿Hay que sacrificar esa memoria colectiva para
poder sobrevivir?
L.R.
Yo creo que la clave de bóveda está en la respuesta, en la
actitud que tengan las gentes que aún viven en esos pueblos tan
pequeños. No es posible resolver desde las administraciones el cien
por cien de los problemas, no pueden solventar todas las carencias.
Pateando España yo me he encontrado todas las tipologías: desde
pueblos de 20 habitantes que luchan por su presente y su futuro, que
cuidan sus tradiciones y al tiempo mancomunan servicios, se asocian
para poner en marcha proyectos de interés común; y nada de eso
afecta a su identidad. Y hay, en cambio, localidades de 500 vecinos
que parecen dormidos.
J.C.
¿Agrupar municipios?
L.R.
En mi opinión buscar las soluciones en la reducción por agrupación
de municipios es falaz. Eso sí acaba con las señas de identidad sin
ganar nada a cambio. Los vecinos agrupados siguen necesitando
los mismos servicios y solo habrán ahorrado el chocolate del loro
porque ya antes ni los alcaldes ni los concejales cobraban por sus
tareas; y las diputaciones o las comunidades autónomas tienen que
seguir atendiendo a la misma población igual de dispersa porque la
gente no va a dejar su casa para irse a vivir todos juntos.
V.H.
Hay ejemplos de zonas en donde se hizo esta experiencia de
agrupamiento y fue desastrosa: la despoblación se aceleró. En esta
comarca de los Montes Torozos somos muchos pueblos pequeños a
distancias de 4 o 5 kilómetros unos de otros, y es así desde el
siglo XI. Nada que ver, por ejemplo con el norte de Palencia en donde
hubo pueblos que crecieron al amor del desarrollo de la minería en
el siglo XIX; se acaba la mina, se acaba el pueblo. Son casuísticas
distintas y a veces desde las administraciones se tiende a verlo como
si todo fuera lo mismo.
Nosotros
somos ejemplo de supervivencia y eso no impide en absoluto que
estemos empeñados en mantener nuestras tradiciones, los saberes, el
patrimonio. Queremos ir hacia delante pero sin olvidar de donde
venimos. Por ejemplo, hacemos lo que hemos llamado “Talleres de
memoria” que es juntar a la gente mayor, plantearles algún tema y
pedirles que nos cuenten como ha sido para ellos a lo largo del
tiempo y como les contaron a ellos que era antes. Hemos hablado de
las bodas, de las fiestas patronales, del carnaval, de labores
cotidianas; hemos recuperado los mayos o las cantaradas una
tradición que consiste en que quien es nuevo en el pueblo paga un
cántaro de vino. Investigamos la toponimia...en fin. Yo misma
recupero palabras…
J.C.
¿Nos regala alguna de esas palabras?
V.H.
“Cambrija” es lo que se queda en el pelo con la cencellada (la
niebla helada)
Un
“testel” es un trasto. Decimos, no llames a eso árboles, llamale
“chaparral” que es como decía mi tatarabuela.
J.C
¿En San Pelayo hay muchos servicios mancomunados?
V.H.
Pues no. Pero esta sí que es, para mi, una opción política. Yo soy
partidaria de un modelo de comarcalización y la Junta de Castilla
León es centralizadora: esos servicios dependen de la Junta. Si nos
organizáramos en comarcas y desaparecieran las diputaciones
podríamos mancomunar servicios y seríamos más eficientes en la
prestación de esos servicios. ¿Ahora? El médico viene 15 minutos
un día a la semana, el autobús viene a demanda los lunes...justito.
J.C
¿Hay un cierto victimismo y, consecuentemente, conformidad en una
parte de la población rural?
L.R. El
Estado se ha construido como entidad basada en una serie de políticas
liberales que lo que han hecho es destruir y desincentivar la
economía y la sociedad rurales. Si estudiamos cómo han sido las
políticas hidráulica, forestales, fiscales y de infraestructuras,
etc, nos damos cuenta de que es comprensible ese victimismo porque
llevan toda la vida defendiéndose un día tras otro de las
agresiones de las distintas administraciones. Por ejemplo, hay una
zona de Teruel que en su momento fue el territorio elegido para
instalar un cementerio nuclear; no fue adelante el proyecto por la
oposición de la gente. Años después la amenaza fue el fracking,
una técnica minera como sabemos especialmente agresiva en términos
medioambientales. Ahora la pretensión es llenarlo todo de
aerogeneradores. Y lo que esa gente quiere es desarrollar una
agricultura ecológica, algo perfectamente incompatible con todo lo
anterior.
Abundando
en lo que ya he comentado: demasiado a menudo las zonas rurales son
vistas por distintos agentes económicos (y, lo que es peor, por el
propio Estado) como espacios en los que instalar todo aquello que
necesita una economía que prima lo urbano y que prefiere no cargar
con las molestias que se derivan de la producción de tales recursos.
Y
no digo desde luego que lo que acabo de explicar sea la causa de
todos los males. Hablaba usted de conformidad. Pues sí, también de
eso hay. Es el mecanismo de quejarse por algo, recibir una subvención
y hasta la próxima. Y la ineficiencia a veces o algo peor otras:
hemos recibido mucho dinero procedente de la Unión Europea que se ha
destinado a estupideces como hacer un polideportivo en un pueblo en
donde nadie hace deporte o un polígono industrial en donde no hay
empresas.
V.H.
Las cosas no pasan por generación espontánea. Yo soy alcaldesa
desde 2015, acabo de renovar mandato y mi candidatura es la de una
plataforma en la que están Izquierda Unida y Equo. Es evidente que
hay personas de derechas que me han votado, pero el impulso debe
venir de nosotros mismos y todas esas actividades y proyectos tienen
poco que ver con el inmovilismo y sí con una dinámica de
pensamiento, con una forma progresista de entender la sociedad. No
siempre fue así como se comprenderá.
Es
verdad que hay alcaldes en esta comarca con los que discuto porqué
creo que hay que exigir lo que nos corresponde por derecho. Es que
las subvenciones que llegan a través de las diputaciones son
finalistas, es decir, se han de emplear en lo que ellos dicen y no en
lo que yo decida en el ejercicio de mi autonomía municipal, que para
eso me han votado. Y sí, sigue habiendo una suerte de conformidad
aliñada de un cierto clientelismo.
J.C.
Europa. A juicio del profesor
de la Universidad Autónoma de Madrid, Jesús G. Regidor
(https://elpais.com/elpais/2019/03/29/opinion/1553860349_570071.html)
la política rural de la UE se ha convertido en un mero apéndice
minoritario de la Política Agraria Común (PAC) Y Regidor afirma que
este instrumento que en su día levantó muchas expectativas por
cuanto se concibió para apoyar el desarrollo económico integral de
las zonas rurales, las
ha defraudado: “Porque el 97 por ciento de la PAC se dedica
mayoritariamente a subvencionar a los propietarios de tierras por sus
vínculos con la actividad agroalimentaria o agroambiental.
¿Comparten
este diagnóstico que tiene mucho de denuncia?
L.R.
Sí, estoy de
acuerdo con Regidor. La PAC es
de hecho un conjunto
de fondos que
lo que hacen
es perpetuar
las
desigualdades
entre norte y sur y especialmente entre grandes y pequeños
productores. Por desgracia la Unión
Europea, más
que un proyecto político
ilusionante, inclusivo
y que genere
cohesión social, se ha convertido
en un club neoliberal que en
el
caso agrario
lo que buscan, por mucho que
publiciten otra cosa, es favorecer lo que llamamos agricultores
y ganaderos
de sofá sin que por parte de
la UE se realice, además, ningún control sobre la eficiencia de los
procesos a los que se destinan los fondos.
Francamente,
no creo
que
las grandes
fortunas
de este país
precisen de la enorme
cantidad de dinero
que reciben cada año de la PAC. En
cambio, esta política ahoga deliberadamente a los pequeños
productores y tiene además un efecto particularmente pernicioso:
como no se priman iniciativas de pequeña entidad ni se paga a los
agricultores y ganaderos por el mantenimiento del campo, la limpieza
de bosques, los trabajos para recuperar especies autóctonas, se
pierden herramientas que son fundamentes en la lucha contra el cambio
climático
Insisto,
escuchamos constantemente el discurso contrario pero, en la práctica,
el reparto presupuestario es injusto y con frecuencia inútil. Y lo
que es peor: el maltrato a los pequeños es en gran medida el caldo
de cultivo de nacionalismos y populismos que hoy vemos crecer
peligrosamente.
J.C.
¿De qué vive San Pelayo?
V.H.
Del Estado porque la mayor parte de la población es pensionista. De
la agricultura ya solo viven dos familias. En cierta ocasión oí un
término que me gustó mucho porque define muy bien lo que pasa: los
rentatenientes, que son esas personas que van quedándose poco
a poco con todo porque son quienes disponen de recursos para comprar
maquinaria agrícola y en general hacer frente a los gastos de las
explotaciones.
¿La
PAC? Es algo muy mal planteado: no se puede subvencionar la tierra;
deberán destinarse esos fondos a los trabajadores porque si no pasa
que las subvenciones sirven para que quien era propietario vaya
arrendando las tierras y se compre un piso en Valladolid o en
Tordesillas que es, por otra parte, en donde ya viven quienes se van
quedando con la tierra. La PAC sirve para generar riqueza en las
ciudades, en absoluto en los pueblos.
J.C
“El 8 de marzo en la calle, rodeada de mujeres que sentía como una
verdadera familia, noté que faltaba gran parte de mis raíces y de
mis compañeras. Ellas no estaban. Faltaban. Las mujeres de nuestro
medio rural. Su ausencia dolía” Esto escribe María Sánchez,
veterinaria rural y escritora (op.cit.) ¿Ustedes también las
echaron de menos? ¿En donde estaban? ¿Cual es el papel hoy y en el
futuro cercano de las mujeres de nuestros pueblos?
L.R.
No quiero ofender a nadie, pero quizás si no estaban es porque ya no
las hay. Quiero decir que el medio rural está hoy muy masculinizado.
No sólo es el problema del envejecimiento, es que en muchísimos
pueblos más del 60 por ciento de los vecinos son hombres. Ha habido
un vaciamiento selectivo también. O una fatal combinación entre un
machismo secular y un incentivo para que la mujer salga del campo y
se ocupe, de nuevo en las ciudades, de trabajos relacionados con los
cuidados, la limpieza doméstica, etc. La política de atracción de
nuevos habitantes a las zonas rurales (si es que alguna vez tenemos
algo que merezca ser considerado con seriedad) debería primar desde
luego la llegada de mujeres jóvenes y profesionalmente cualificadas.
Por supuesto que hay casos pero en absoluto es suficiente.
V.H.
Si acentúas la necesidad de poner en marcha políticas específicas
sobre la mujer en el medio rural, te pueden llamar de todo y lo más
bonito sería feminista radical o algo así. Pero es cierto que es la
mujer la que fija población. Habría muchos ejemplos que mencionar
pero pensemos en algo bien sencillo: en San Pelayo no hay pediatra
como no hay otros servicios esenciales. Si una familia se mueve a
Valladolid por ejemplo porque considera que no puede dar una buena
vida a sus hijos a falta de esos servicios ¿quien se va primero?
Pues la madre con los hijos. El padre sigue viniendo un tiempo a las
labores del campo y en cuanto puede encontrar otro medio de sustento
también se va. Y no es ese el único fenómeno que opera en este
sentido: pensemos también que son los hombres los que han heredado
las obligaciones del campo y es la mujer la que se fue a formarse
fuera; cuando vuelves te das cuenta de que no se ha garantizado el
trabajo cualificado en el medio rural. Si las mujeres quieren
desarrollarse profesionalmente, se van y, en muchos casos, no
vuelven.
J.C. Ecologistas en
Acción acaba de proponer una serie de iniciativas. Se las resumo:
Gestión pública de los servicios sociales; mejora de
conectividad; erradicar el modelo de extracción masiva de
recursos; fomento de las actividades artesanales; recuperación de
terrenos comunales, preferiblemente para iniciativas
agroecológicas; introducir en el modelo educativo valores
asociados a las culturas rurales y de defensa del territorio y su
patrimonio natural que permitan una revalorización de la vida y
la identidad rurales, así como de la importancia de los trabajos
de las mujeres en el sostenimiento de la vida rural. ¿Cómo
priorizan los elementos de esta lista? ¿Falta algo?
L.R.
Todas son interesantes y necesarias.
Y no se trata de priorizar, sino de convertirlas en medidas
concretas y ponerlas en marcha cuanto antes. Por decir una palabra
sobre cada una de ellas: no cabe esperar de la iniciativa privada
que se sienta atraída por la gestión de los servicios sociales
en el medio rural como no sea a
precio de oro, de modo que efectivamente corresponde a las
administraciones mejorarla y destinar más recursos hoy claramente
escasos. Mejorar la conectividad es algo sencillo, la tecnología
lo permite hoy sin grandes dispendios. Sin duda erradicar el
modelo extracción masiva de recursos es el gran caballo de
batalla; como he dicho reiteradamente, nuestro medio rural cumple
tres funciones: explicado
esquemáticamente, es un parque
temático para turistas, un depósito de residuos y un lugar en
donde sobreexplotar recursos; quizás las ciudades deberían
pagar tasas por el uso de agua que se almacena en el
medio rural o la electricidad que se produce igualmente en el
medio rural. Sobre la recuperación y el fomento de lo artesanal,
es el momento de empezar a repensar nuestro modelo de consumo
sobre la base de acabar, por ejemplo, con la obsolescencia
programada o reducir sensiblemente la huella ecológica. El medio
rural ha sido comunal, ni público ni privado, y se han cometido
verdaderas atrocidades que rallan lo delictivo; ha habido gente
que se ha apropiado de terrenos comunales porque sí y es algo que
debe ser revertido si es posible. Hay que implementar un
curriculum sobre la importancia para nuestras vidas del medio
rural, sin crear una falsa imagen de Arcadia feliz, pero
fomentando la idea de cercanía. Y, para terminar, la intervención
de la mujer es fundamental; alguna vez he comentado que un modo de
poner el marcha una política eficaz, de fomentar un cierto
dinamismo dinamismo -además de otras muchas iniciativas de
diferente tipo, naturalmente- sería una cierta discriminación
positiva que fomente el trabajo de las mujeres en las
administraciones públicas, algunas de cuyas sedes deberían
trasladarse; no diría yo que, por ejemplo, el ministerio del
Interior deba estar en Zamora pongamos por caso, pero hay
institutos, empresas públicas, delegaciones, subdelegaciones, etc
que pueden estar perfectamente alejadas de una gran ciudad sin que
ello afecte a su buen funcionamiento.
V.H.
Todo eso es muy necesario.
Por empezar por algo
sencillo y muy concreto:
necesitamos más
transferencias a los ayuntamientos y más financiación; y
eso, de nuevo, es una opción política.
Hace un par de años en Castilla León algunos
propusimos algo bien
simple: incentivos
fiscales para los
funcionarios que fijen
su domicilio en los municipios en los que trabajan. Ciudadanos y
el Partido Popular nos llamaron poco menos que bolcheviques. Si
dotas de mayor financiación el área sanitaria, la de
transportes, la de educación...si obligas a las grandes
operadoras a poner internet en el medio rural...
J.C:
¿Obligar?
V.H.
Pues sí, aunque podemos usar el eufemismo que más nos guste.
Cuando se puso en marcha
la TDT, el Gobierno
firmó con las operadoras
un compromiso: que
en 2020 todos
los municipios pequeños
tendríamos
internet
de al menos 30 mb por segundo. Está
firmado ya.
Cúmplase.
¿Y porqué no una empresa
pública
de telecomunicaciones
que se
ponga en serio a resolver la brecha digital? ¿Alguien se
sorprendió
cuando telefónica trajo la telefonía
fija?
Pues es lo mismo: un
servicio esencial hoy en
día.
Sobre
la explotación, le diré que el
agua de San Pelayo está contaminada por
nitratos (abonos,
fertilizantes, etc).
Claro que hay que
priorizar pero en términos de modelo económico y social, que la
salud sea antes que el crecimiento. El agua es imprescindible para
vivir. No
se pueden
contaminar los acuíferos;
ya está.
Nuestra
obligación en las administraciones es dar razones
a la gente
para que no se marche.
Cada cual en su nivel y
con sus capacidades concretas. Si construimos en
su momento un Centro
de Convivencia
o el Parque
Infantil
es porque necesitábamos
crear espacios para el encuentro de los vecinos. Hemos de
dinamizar la convivencia, ese es el objetivo de que programemos
actividades todas las semanas o el del Festival Cuatro Gatos (eso
es lo que nos dicen, que en San Pelayo somos cuatro gatos. Por eso
elegimos ese nombre) que alberga distintas disciplinas artísticas
y culturales. En el medio
rural se puede generar
cultura y bienestar. Y se puede ser tan moderno como en la
ciudades.