
Pero
yo quiero hacer hoy un reconocimiento que, a mi juicio, no se hace
porque sus protagonistas no se identifican en particular por su
pertenencia a gremio alguno; pueden ser médicos o enfermeros, pero
tal vez informáticos, periodistas, artistas, ingenieros, quizás
estudiaron mecánica del automóvil o cocina... No son sus estudios o
su profesión lo que les define.
Como
soy ya mayor, he conocido varias generaciones de españoles: la de
mis abuelos y padres que vivieron dos guerras, el hambre de los años
cuarenta y un desierto cultural y de libertades. La mía es sobre
todo la de la Transición, mucho más liviana que la anterior por más
que algunos coetáneos se empeñen en creerse el ombligo de la
historia. Y está la de los hijos e hijas de quienes tenemos mi edad.
A ellos me quiero referir.
Es
un lugar común afirmar desde hace tiempo ya que la de los que hoy
están en la cuarentena o cerca, es la generación más preparada de
la historia; estoy hablando de habilidades profesionales y sociales,
solo de eso; sin duda no se saben de corrido la lista de los reyes
godos o la tabla del cuatro pero, dado que no se ha demostrado la
necesidad imperiosa de sabérselas, se puede constatar solo como ver
sus curricula que, efectivamente, nunca hubo en España tanta gente
con tanta preparación...y tan mal aprovechada, tanto que a veces creo que España no los merece.
Pero
se dice también que han crecido entre algodones y no saben
enfrentarse a las dificultades de la vida; eso es, simplemente,
falso. Insisto, si la anterior afirmación pudiera ser puesta a la
consideración de nuestros abuelos y nuestros padres (no es posible
porque están muertos) quizás tendrían algo que decir al respecto
dado que su peripecia vital les facultaría para comparar; sospecho, en todo caso, que no se sentirían especialmente satisfechos con
ganar de calle en tan absurda competición. Mi generación, por mucho
que se empeñe en dar lecciones (y se empeña) pues no está en
condiciones de juzgar.
Quienes
hoy tienen, más o menos, cuarenta años se enfrentan -como todos- a una crisis
económica jamás conocida, la que se deriva de la pandemia. Hay
consecuencias inmediatas: se han quedado sin trabajo o rezan para que
su ERTE no acabe mal; si tenían alguna aspiración de salir de la
precariedad pierden ahora la esperanza. ¿Como todos?
El
tiempo vuela. Ellos también lo saben muy bien porque en 2008 no habían
cumplido los treinta y ya entonces, cuando empezaban a sacar la
cabeza, su proyecto vital quedó truncado por una crisis económica
que algunos se empeñan en llamar estafa. Esta de ahora no es una
estafa, pero para los efectos da igual; es peor porque es más dura y
porque les pilla entrando en la madurez y, como los viejos sabemos,
es ese momento en que uno empieza a darse cuenta de que no es superman o
superwoman...y menos después de ver lo que un simple virus, un
insignificante no-vivo, es capaz de hacer con la gente y el mundo en general.
Así
es que estas personas llevan ya dos golpes muy duros. ¿Alguien se
sorprende de que haya quien no esté interesado en reproducir el
modelo de vida de sus padres? ¿comprar una vivienda? ¿casarse y
formar una familia? ¿confiar en que cuando lleguen a mi edad tendrán
una pensión? ¿para qué planteárselo siquiera? ¿para añadir a la
impotencia la frustración?
¿A
qué nueva normalidad tienen que volver? Como yo no tengo la
respuesta, al menos diré que merecen mi admiración y todo mi
respeto hagan lo que hagan con su vida, porque como les pasó a nuestros abuelos o nuestros padres hay que echarle agallas.
Lo que yo diga o sienta al respecto no les sirve de mucho y lo
lamento; pero a mi sí. Sin duda a mi sí.