miércoles, 2 de marzo de 2011

Las tecnologías de la información y la DGT

Observese lo que me ha sucedido:
Recibo una denuncia de tráfico en la que se me impone una sanción de 100 euros.  En la boleta se me informa de que si pago ipso facto, tendré una reducción del 50 por ciento, así es que me pongo al ordenador a fin de formalizar el trámite a través de internet y mediante mi tarjeta VISA.
Todo perfecto: operación realizada con éxito. Hay que ver lo que adelanta la ciencia.
Poco después, se me ocurre mirar con cierta atención algo a lo que no solemos hacer demasiado caso por lo general: el extracto que nos manda el banco de vez en cuando y con una secuencia que solo ellos,  y acaso Correos, comprenden. Oh! hay dos adeudos de la misma cantidad a favor de la Dirección General de Tráfico, por el mismo importe y con las mismas referencias.
Sin duda se ha producido una duplicidad, discurro. Así es que telefoneo a un servicio de atención de la DGT (por supuesto un 902) y, despues de un buen rato de conversación robótica, un ente al parecer de mi propia especie aunque de una amabilidad y solicitud imposibles, me confirma que en efecto se trata de un doble cargo achacable a un error que, por lo demás, se ha producido más veces y afecta a un número indeterminado de usuarios del automóvil.
Vale ¿Y cómo lo van a arreglar? pregunto inocente. Pues la voz celestial me indica que he de esperar máximo dos meses, dentro de cuyo plazo recibiré una comunicación y con ella he de personarme en las oficinas de la DGT (sólo quien conozca tales oficinas en la calle Arturo Soria de Madrid se hace una idea de por qué al punto me temblaron las rodillas) a fin de dejar el asunto concluido.
Mi siguiente pregunta es que por qué he de solucionar yo un problema que no he creado yo; por qué he de sufrir yo más molestias de las que implican lo que, precisamente, estoy haciendo en el momento: ser molestado sin buscarlo. Pero entonces la voz se vuelve más dulce aún, como si con  ello quisiera combatir lo que sin duda intuye: que estoy a punto de cagarme en tó.
Lo que sigue sin duda lo sabe ya el lector curtido en mil peripecias similares: vocifero, pido hablar con alguien que resuelva, que aconseje, que comprenda...o con alguien a secas, porque a esas alturas ya he comprendido que la voz no es real; sin duda es una ilusión o un a máquina perfecta de manejar energúmenos.
¿Solución? Pues ninguna, por supuesto. Igual algún día me devuelven los 50 pavos. Pero no se.