domingo, 12 de mayo de 2013

Reshma Begun rescatada ¿rescatada?

Según explican las crónicas, el viernes 10 de mayo, cuando ya no se esperaba encontrar a nadie con vida bajo los escombros del edificio Rana Plaza, en Dacca, Bangladesh, un miembro del ejército ordenó parar las máquinas excavadoras porque acababa de oír un ruido; al poco, escuchó también un hilo de voz que pedía “sálvenme” Removieron de nuevo aquella infame tumba colectiva y, 17 días después del desastre, apareció Reshma Begun ataviada con un vestido morado y un fulard fucsia, según hemos visto en las fotos.

No ha trascendido, aunque no es probable, si la ropa de esta chica llevaba las etiquetas de Primark, El Corte Inglés, Bon Marché, Jose Fresh o Beneton que son, entre otras, las marcas que tenían producción en el edificio que se vino abajo matando a 1.050 personas, hiriendo a 2.500 y quién sabe si guardando aún entre sus tripas más gente. Sí amigo lector, ha hecho bien los cálculos: en ese inmueble de tres plantas trabajaban más de 3.500 personas.
Unos meses antes, un incendio mató a 112 trabajadores en la Tazreen Fashion Factory, también en Dacca. Allí había producción de firmas como Tommy Hilfiger, Calvin Klein, PVH o Tchibo. En este caso no se pudo comprobar si la ropa de los fallecidos era de esas marcas: o se había chamuscado pegada como una segunda piel a los cuerpos o estaba ennegrecida por el humo que los ahogó.

Buena parte de estas firmas, europeas y estadounidenses se han apresurado a indemnizar a los afectados (¿debería decir, masacrados?) aunque, no crean, no todas: Walmart (la que más fabricaba en Tazreen), Sears/Kmart o Disney, no han entendido que tuvieran obligación alguna en este sentido; como el argumento es viejo, seguramente pensarán que al fin y al cabo, sin ellas esa pobre gente no tendrían trabajo, así es que ya hacen bastante por el pueblo bengalí y, en general para luchar contra el hambre en el mundo.
Por su parte, el Gobierno de Bangladesh, preocupado porque las grandes compañías puedan decidir irse a matar gente a otro sitio y perder así este sector tan vital, ha decidido emprender algo tan avanzado como una reforma laboral que garantice el derecho a sindicarse y a la negociación colectiva.

La economía de Bangladesh crece al 6 por ciento y el salario mínimo mensual es de 29 euros, que viene a ser lo que cuesta en Europa una camiseta o un juego de sábanas normalitas fabricadas allá.
Le aseguro, amigos lectores de buena fe, que no pretendo darles el día. Si se sienten un poco (o un mucho) culpables es cosa de cada cual. Ni siquiera insistiré en mencionar asuntos como las distintas formas posibles de avanzar en el paradigma de la competitividad, o en el karma del crecimiento como antesala del bienestar social. Pero, si aún les aguanta el estómago, lean un poco más.

Nada de lo que ha sucedido en Bangladesh es nuevo; nada de lo que está ocurriendo en este preciso instante en distintos lugares de Asia, Africa o América Latina, lo es. No tengo datos actuales; ni falta que hacen: sin duda todo ha ido a peor y, si alguien considera que esto que acabo de decir es pesimismo, o demagogia o agitación, allá cada cual; sinceramente me importa una higa: en estos tiempos hay argumentos más que suficientes a poco que se ponga algo de atención en lo que sucede a nuestro alrededor, lejos o mucho más cerca, para darse cuenta de que para la gente decente ha pasado el tiempo de los matices, de las sutilezas, de toda esa mierda argumental que trata de esconder las excrecencias criminales del capitalismo salvaje y su sustento pseudointelectual: el neoliberalismo.
Datos de la Organización Nacional del Trabajo para el período 1980-1993: en la fría y aséptica Finlandia, descendió el porcentaje de empleados en el sector textil y del calzado en un 71,7%; en la muy avanzada en términos de prestaciones sociales Suecia, un 65,4% y en la España, de los tiempos en que el desempleo caía del 16 al 24%, la ocupación (no por destrucción de los puestos de trabajo) bajaba en el sector en un 35,3%. En ese mismo ámbito de la economía y la industria, en las remotas Islas Mauricio creció el número de trabajadores en un 344,6%, en el cómodo y cercano Marruecos un 166,5% y en la trastienda del imperio, nada más cruzar el Río Bravo, en México, un 85,5%. Pero, seguramente, aquellos barros no tienen que ver con estos lodos y la deslocalización no está relacionada con que paguen los de siempre los beneficios de los mismos.

O, tal vez sí porque, por poner un solo ejemplo más, según los Servicios Financieros de Reuters, en apenas 6 años, entre 1993 y 1997, Adidas inició un vertiginoso proceso de expansión hasta el punto de pasar de unos beneficios de 50 millones de marcos alemanes a 500 millones. ¿Saben cuál era el salario por hora que cobraba en esa época un operario de la fábrica de la marca alemana en Yue Yuen Factory, un gran holding de Taiwan? 0,19 dólares.
Que cada cual juzgue…o mire para otro lado.