Parece como si hablar de otra cosa que no sea los efectos
demoledores o la inevitabilidad, según quien argumente, de este ataque que llamamos crisis a un
determinado modo de vida, fuera un ejercicio en cierto modo
superfluo. Tal vez por eso, el caso de las filtraciones relacionadas con el
espionaje al común de los mortales por parte de Gobierno de Obama (ya me
disculparán que no entre en matices acerca de si son galgos o podencos o si la
abuela fuma) realizadas por el ex técnico de la CIA, Edward Snowden, está
teniendo un cobertura informativa de perfil más bien bajo a mí juicio.
Como es sabido, se trata del último episodio de una
historia que tiene otros protagonistas a quienes, sin excepción, el poder
establecido -con la aquiescencia de quienes, demócratas de toda la vida, creen
sin embargo que resulta ingenuo y hasta peligroso oponerse a esa clase de
excesos que, aseguran, a la postre se cometen para protegernos de los males de
este mundo- trata de desprestigiar inventándose delitos inexistentes o
deslealtades falsas.
Es una práctica ruin y miserable que siempre se ejecuta
cuando se plantea el viejo dilema, falso dilema, de la seguridad y la libertad.
Es algo, por cierto, que antes se abordaba como un crudo y hasta comprensible
debate ante situaciones excepcionales. Ahora los gurús de la neolibertad piensan
que, en este mundo cruel, es preciso ceder albedrío por seguridad a todas
horas, cada día, incluso sin que medie ataque alguno; porque, informan, el mal
nunca descansa. El paradigma es la idea, la sagrada idea, de la “seguridad
nacional” y en su nombre, la disyuntiva –según estos filósofos de todo a cien-
entre libertad y seguridad no se discute.
Como resulta obvio, me estoy refiriendo a las libertades
y derechos civiles y sus recortes en aras –dicen- del bien común, no a la
libérrima acción de los mercados o del sistema financiero internacional,
verdaderas armas de destrucción masiva contra la población corriente y
moliente como se ha visto; frente a ellas, la gente no puede siquiera acariciar la idea de que
es necesario limitar la libertad de esos agentes globales para una mayor
seguridad de la parroquia. Pero ese es otro asunto que merecería su propio
comentario.
“…no sólo está inseguro el que en algún momento puede
convertirse en víctima de un atentado terrorista, sino cualquier persona que
corre el riesgo de perder la vida al ser torturado en un cuartel o comisaría de
Policía; o ser abatido a tiros en la calle tras robar una cartera y no
detenerse al oír la voz de alto; o permanecer encerrado de por vida en una
celda (en algunos lugares, torturado y ejecutado) por no haber podido demostrar
su inocencia frente a un sistema judicial que en demasiados países favorece a
los ricos o poderosos; o el que muere bajo las bombas, experimentando en su
cuerpo los efectos de la tan alabada guerra preventiva, instrumento al servicio
de los intereses de los poderosos grupos financieros que en la reconstrucción
de lo previamente aniquilado por las armas obtienen sustanciales beneficios…es
obvio que por mucho que se recorten las libertades nunca se logrará una
seguridad absoluta - quimera inalcanzable - para todos ni se destruirá al
terrorismo. Si en algún relato de ficción se describe una sociedad totalmente
invulnerable y protegida, es indudable que esa forma de vida nada tiene que ver
con lo que hoy se entiende como la aspiración más humana y satisfactoria a
vivir como personas en libertad y justicia”
Me parece tan redondo, tan cierto lo que se dice, que no tengo
más que añadir al párrafo que acabo de reproducir. Está extraído de un texto
publicado en diciembre de 2005 en INETemas, revista del Instituto de Estudios
Transnacionales de Córdoba (http://www.seipaz.org/articulo/piris200512.htm)
bajo el título: “Libertad frente a seguridad. El falso dilema de la lucha
antiterrorista” Para quien no lo sepa, acaso le sorprenderá saber que el autor
de este interesante comentario no es un destacado intelectual del movimiento
15M o un tertuliano de la izquierda ilustrada, sino Alberto Piris, general de
Artillería.