Un
poco antes de la celebración de la cumbre del clima en Nueva York,
la
European
Environmental Bureau (Red
Ecologista Europea a la que pertenecen más de 150 entidades de la
sociedad civil https://eeb.org/)
publicaba
un informe titulado “Decoupling.
Debunked. Evidences and arguments against green growth as a sole
strategy for sustainhability”
https://mk0eeborgicuypctuf7e.kinstacdn.com/wp-content/uploads/2019/07/Decoupling-Debunked-FULL-for-ONLINE.pdf
Es
un trabajo que
repasa
decenas de investigaciones
y artículos de carácter científico
y encuentra una coincidencia en todos ellos: no existe evidencia
empírica que justifique la idea del desacoplamiento como estrategia
política tal y como la defienen
quienes
se apuntan al llamado
crecimiento
verde,
es decir, la
concepción que
suscriben
la
mayoría de
los jefes de estado y de gobierno que han
estado en Nueva
York
estos
días, buena parte de los cuales
han firmado
un acuerdo, muy
celebrado
por los medios de comunicación occidentales,
lleno
de buenos propósitos.
La
verdad es que si nos atenemos a los cálculos de la ONU, los plazos
se antojan imposibles: eso que conocemos como la
comunidad
internacional
(yo nunca he sabido qué es con precisión, la verdad) tiene hasta
diciembre de 2020 para ajustar y adecuar el Acuerdo
de París
a
la emergencia climática que
vivimos.
Con esos mimbres parece ocioso entretenernos en disquisiciones de
fondo. Ya me disculparán que,
en tal caso, les haga perder tiempo.
“Decoupling”
significa literalmente,
en
efecto,
desacoplamiento,
pero
eso no nos dice gran cosa. El término se emplea en términos de
economía y desarrollo para definir la creencia de que es posible un
crecimiento económico que no tenga un impacto pernicioso en el
medio ambiente o que lo tenga en grado soportable por así decir.
El
desacoplamiento es el proceso teórico según el cual mientras la
economía continúa creciendo, las presiones ambientales decrecen.
Ello
es así -afirma esta teoría- porque el aumento
de
la
eficiencia en los procesos económicos de todo tipo (industria,
agricultura, consumo, etc)
y los
cambios
tecnológicos alivian
y minimizan tales presiones.
Esta
idea ha
dominado en las últimas décadas la narrativa del discurso oficial
sobre la sostenibilidad de organismos como la OCDE, la Comisión
Europea, el Banco Mundial o Naciones Unidas.
Esta teoría es la guía
principal en el diseño de las políticas públicas actuales en
España y los países de nuestro entorno.
Para Ecologistas en Acción,
esta hipótesis es la que ha posibilitado
en la práctica
ignorar, por
ejemplo,
las conclusiones del informe Los
límites del crecimiento,
en el casi medio siglo transcurrido desde su publicación (1972).
Este informe, encargado por el Club de Roma ya advertía de que
continuar por la senda del crecimiento económico ilimitado global
conduciría al “caos ecosocial”.
Si
les digo algo tan manido como que es absurdo pensar en un crecimiento
ilimitado en un mundo finito, muchos pensarán que eso es una
simpleza por mucho que alaben en otros ámbitos las verdades del
barquero, incluso quienes no creen en absoluto que Dios proveerá.
Nuestros políticos seguirán hablando de lo bien que nos va cuando
crecemos por encima de la media. Nos pondrán
ante el espejo del PIB como si fuera la verdad revelada y la única
referencia posible a la hora de calibrar el bienestar
humano.
“Debunked”
es desacreditado, desmentido. Aquí
no hace falta ir más lejos en
la definición.
Así
es que para la EEB, la idea de un crecimiento
verde
debe ser desechada por carecer de crédito alguno. Lo
que concluye el
repetido informe es que no hay evidencia de que se
pueda desligar el crecimiento económico de la degradación
ambiental.
Ecologistas
en Acción suscribe plenamente esta conclusión y explica que a
pesar de que pueden llegar a existir episodios puntuales de
desacoplamiento, estos no son significativos. Es decir, el
crecimiento económico no se puede desligar de la degradación
ambiental de manera general, solo en casos puntuales y de forma
temporal. Así,
cuando
se analizan esos casos, ya sea con relación a materiales, energía,
agua, gases de efecto invernadero, suelos, contaminantes del agua o
pérdida de la biodiversidad, el desacoplamiento casi siempre es
relativo y/o local, observado durante un periodo de tiempo reducido.
Los casos que afirman observar desacoplamientos absolutos siempre se
refieren a periodos de tiempo cortos y afectan únicamente a algunos
recursos o impactos en regiones muy localizadas.
EEB
pone de manifiesto una paradoja para entender todo esto: puede darse
y de hecho se da un efecto
rebote: la mayor eficiencia en el uso de un producto puede conducir
finalmente a un aumento en su uso, el previsible encarecimiento
energético futuro, el limitado potencial real del reciclaje, o la
mitificación del pretendido bajo impacto del sector servicios pueden
hacernos ver una realidad deformada.
Un
ejemplo más pedestre e inmediato:
el automóvil eléctrico es obviamente menos contaminante que los que
usan motores que consumen combustibles fósiles ¿Si? ¿alguien ha
calculado el impacto y la huella ecológica en el proceso de
fabricación y futuro reciclaje de materiales? La respuesta es no, no
lo suficiente.
El informe de la
EEB es categórico: “A la vista de la imposibilidad de justificar
su efectividad, es una irresponsabilidad seguir promoviendo políticas
públicas guiadas a todos los niveles por la idea del crecimiento
verde. Evitar este debate es una estrategia más para seguir
perpetuando políticas de crecimiento económico a toda costa”
¿Y cual es la
alternativa?
Pues si yo digo
que la alternativa es el decrecimiento, tal vez no pocos de ustedes
huyan de las ocurrencias de este antisistema que escribe esto que
leen. Igual va siendo hora de explicar qué es y quién es
antisistema, pero eso para otra ocasión.
El
decrecimiento, sin embargo, no es cosa de hace cuatro días, no crean. Lean si les
place a autores como Ivan Illich, André Gorz, Cornelius Castoriadus,
Francois Partant, Vandana Shiva, Arturo Escobar, Serge
Latouche
y
muchos más.
Hay literatura sobrada.
Pero simplificando, si la ortodoxia asegura que las
economías sanas deben aumentar su PIB al menos un 3
por ciento
anual, y esto es necesario para mantener el bienestar, el empleo,
etc.
hay quien sostiene que solo con plantearnos un crecimiento medio de 2
por ciento, en el año 2050 el daño medioambiental haría que el
planeta fuera inviable. En cambio -dicen- un decrecimiento de 5 por
ciento es
posible sin que esto afecte al
bienestar y la calidad de vida de las personas y
nos situaría en un planeta durable.
¿Difícil
de entender? Ya lo creo, tanto para un capitalista como para un
marxista.
Me parece que
resulta especialmente difícil de comprender si el punto de partida
de nuestro razonamiento no es el mismo. Es claro que un negacionista
nunca lo compenderá, pero si convenimos más o menos que hemos
alcanzado (o estamos a punto) los límites del planeta, no es tan
complicado.
Tal vez sea útil
aquí recordar la diferencia entre crecimiento y desarrollo. Este
último es un concepto más amplio que no sólo incluye un aumento
del bienestar material, sino también acceso a la salud y a la
cultura, a una mayor felicidad. Así, aunque parezca una paradoja, el
decrecimiento material, el no crecimiento del PIB, puede ser también
desarrollo, puede ser un crecimiento relacional, convivencial y
experiencial.
Serge Latouche
utiliza una metáfora para explicar que el decrecimiento no tiene
porque ser negativo: igual que cuando un río se desborda todos
deseamos que decrezca y cese la crecida, que las aguas vuelvan a su
cauce, lo mismo ocurre con la insostenibilidad de la situación
actual. Decrecer no es, entonces, algo negativo, sino algo necesario.