No
lo he visto con mis propios ojos, porque he decidido salir lo menos
posible; puro sentido común. Pero personas a las que creo y que por
distintas razones han debido trajinar las calles del centro de Madrid
en las últimas horas, cuentan y no paran de gente saliendo cargados
con bolsas del Primark, tomando cervecitas en las terrazas, fumando
en las puertas de los bares, o aliviados del peso de ser padres y
madres confinados, por las alegres risas de los pequeños en parques infantiles hasta los topes.
Nos
han pedido aguantar el tirón dos semanas. Hay gente que ni eso. Esa alegre muchachada no piensa en los profesionales de la sanidad deslomándose
cada día o en tantos y tantos conciudadanos que ya han perdido su
trabajo y se enfrentan a una expectativa difícil porque viven día a
día, legión de autónomos y falsos autónomos, repartidores de
cualquier cosa, educadores precarios, trabajadores de la cultura, de
la hostelería, del turismo…¿En qué está pensando quien acude a
un supermercado y se lleva decenas de rollos de papel higiénico?
No
estoy seguro de si me produjo tristeza, perplejidad o indignación o
todo a la vez, la imagen del estadio de Mestalla en Valencia en el
que se estaba celebrado un partido de fútbol a puerta cerrada,
rodeado de gente vociferante: animando a su equipo, defendiendo sus
colores...tiene pelotas la cosa. Hubiera dado igual -para mi, por
bárbaro que parezca, literalmente- que se contagiaran del virus
dentro o fuera, allá cada uno; pero lo habrán extendido de todos modos. Y lo
incomprensible es que el Delegado del Gobierno no ordenara a la
policía pastorear a ese ganado hasta los agujeros en los que viven
cuando son provectos padres de familia, fieles de cualquier religión
o sujetos pasivos de Hacienda.
Sí,
en mi opinión, en los últimos días el Gobierno está arrastrando
los pies, pero no tolero que tipos como Pablo Casado se permitan una
sola palabra de crítica sin antes haberse puesto a disposición
incondicionalmente, algo que no ha hecho ni hará. Llevo muy mal, muy
mal, oír a quienes hicieron todo lo posible por esquilmar y
desprestigiar para luego venderla, la sanidad pública, lo estupenda
que es, la mejor del mundo mundial. Sí, es buena, pero lo es contra el
viento y la marea de sus pestilentes intenciones y porque los
profesionales y los usuarios han, hemos, conseguido preservarla de
sus garras. No me parece soportable que la patronal de la sanidad
privada, los beneficiarios de aquél intento de espolio, no se hayan puesto a
las ordenes de las autoridades sanitarias desde el primer instante y
anden haciendo como que sí pero no.
Alguien
a quien quiero me dice que el problema es que la gente ya no cree ni
a los políticos ni a los medios de comunicación. Y me quedo sin
palabras.