Decir que el llamado estado del bienestar es un constructo
que remite de manera exclusiva a la socialdemocracia, es propio de ignorantes.
Suponer y repetir que “los socialistas” son aquellos que militan en los
partidos socialistas tengan el nombre que tengan (no sé si, por ejemplo, en
Italia puede decirse así en vista de que han perdido el adjetivo, complemento
de identidad imprescindible en la comunicación humana) es absurdo. Y resumir que resulta injusto
atribuir a los políticos tradicionales la
definición de casta, es manipular; yo no conozco a nadie que haga tal cosa así,
en general, sin matizar; sí se de quienes aseguran que sí los hay y ya pueden dar
éstos explicaciones hasta el hastío que lo seguirán haciendo me temo.
El estado del bienestar: aún cuando sólo nos atuviéramos a lo sucedido
en Occidente y particularmente en Europa desde 1946, sería un reduccionismo
histórico o una simpleza sin más atribuir su génesis y desarrollo a la
socialdemocracia; basta acudir a fuentes múltiples y de fácil acceso para saber
que la lucha por los derechos sociales tiene ilustres antecedentes ya mediado el
siglo XIX y que, si modernamente podemos
hablar del Welfare State (tal es su
nombre original, o Wohlfahrtsstaat,
pues la referencia alemana añade matices en los que no cabe, por cierto, hallar
trazas de socialismo por ninguna parte, que no es del caso sacar a colación
ahora) esa denominación nos remite más a una especie de mosaico que tal vez
podríamos identificar como algo así como el capitalismo moderno –no confundir
con el neoliberalismo también llamado capitalismo de casino o lindezas
similares- que a otra cosa: “El Estado de Bienestar ha sido –es- el resultado
combinado de diversos factores (…) El reformismo socialdemócrata, el socialismo
cristiano, élites políticas y económicas conservadoras ilustradas, y grandes
sindicatos industriales fueron las fuerzas más importantes que abogaron en su
favor y otorgaron esquemas más y más amplios de seguro obligatorio, leyes sobre
protección del trabajo, salario mínimo, expansión de servicios sanitarios y
educativos y alojamientos estatalmente subvencionados, así como el
reconocimiento de los sindicatos como representantes económicos y políticos
legítimos del trabajo…" La cita es de Claus Offe Contradicciones en el Estado del Bienestar. Madrid, Alianza, 1990.
Cosa pues de mucha gente: elites de diversa extracción ideológica y, por cierto
y sobre todo, de la gente… precisamente, esto es de quienes con su trabajo y el
ejercicio y reivindicación de sus derechos los hacen posibles. Tradicionalmente y simplificando, la aportación
de la socialdemocracia es la construcción del estado social (a menudo se añade …y
democrático de derecho, pero eso no le corresponde en exclusividad) mediante
reformas que deben dar lugar a la protección de la ciudadanía y en especial de
las minorías más débiles, sobre la base de la justicia social y la extensión de
la participación en el gobierno del Estado; también tradicionalmente se añade –ultimamente
lo oigo mucho menos- que todo eso se hace para avanzar paulatinamente hacia el
socialismo.
Los socialistas: vista mi afirmación del primer párrafo, no
tendría sentido debatir al respecto. Y, desde luego, desde el punto de vista
intelectual, la cuestión, en efecto, es irrelevante. Lo único que querría decir
sobre el particular es algo de dimensión
un tanto localista aunque también europea: que hay vida socialista más allá del
PSOE o del “grupo de los socialistas europeos” incluso si de lo que hablamos es
de socialdemocracia. Por eso resulta algo chocante observar el estado de
ofensa sobrevenido en que parecen vivir quienes engrosan las filas de esas
formaciones al suponer que conglomerados aún por definir, incluyen entre sus
avances de propuestas programáticas, asuntos sobre los que los primeros creen tener la
patente. Sí, al César lo que es del César,
pero las ideas no son patrimonio de nada
ni de nadie. Rosa Luxemburgo escribió “Entre las reformas sociales y la revolución,
existe para la socialdemocracia un lazo indisoluble: la lucha por las reformas
es su medio; la revolución social, su fin” Como doy por sentado que sigue siendo
así sobre todo porque me parece entender que la gentes de buena fe izquierdista
han comprendido que experiencias cuyo fin era tratar de embridar el capitalismo y ya
(la nefasta Tercera Vía) han resultado un evidente fiasco, podemos coincidir
dentro y fuera de las organizaciones políticas que gustan de lucir la
escarapela de socialdemócratas ¿o no?
La casta: Ya digo, al César lo que es del César. O sea, que
los gobiernos del PSOE desde 1978 hasta hoy son los que más han impulsado (digo “impulsado”
papel que, efectivamente, corresponde a las elites; es la gente, como se ha
dicho, quienes hemos hecho el trabajo) el
desarrollo de los derechos sociales que constituyen el andamiaje del Estado del
Bienestar, es algo evidente; por más que en algunos ambientes se sostenga que
sí, yo no he encontrado ninguna fuente de autoridad tan estúpida como para negar una obviedad. “Yo
soy el superaficionado; los
profesionales son pompas de mierda”. Eso decía Francis Picabía por oposición a
la figura del diletante quien cree que por haber leído un libro ya es crítico
literario, y esta referencia más o menos anecdótica puede extrapolarse al campo
del ejercicio de la política tal vez para definir el primer rasgo de la casta:
no importa la competencia o la pericia, más de treinta años de democracia
formal dan para que, si no se pone especial cuidado, crezca y se desarrolle una
estirpe cuyos valores y atributos no son precisamente el mérito y la capacidad…y no solo en la política
como hoy vemos ya con claridad meridiana; apropiarse de presuntas verdades
universales es un rasgo más, casi una consecuencia lógica.