domingo, 17 de febrero de 2013

La otra impunidad

En medio del griterío ambiente, a veces se nos escapan detalles que a mi modo de ver tienen importancia capital. El paradigma (y disculpen el palabro) de lo que digo es, por ejemplo, el caso de la conversación que mantuvieron hace algún tiempo en un restaurante barcelonés María Victoria Álvarez, pareja que fue de Jordi Pujol Ferrusola y la presidenta del PP catalán, Alicia Sánchez Camacho.

A todo bien nacido le parece repugnante que se espiara la conversación mantenida entre dos ciudadanas y que alguien encargara tal práctica. Si el inductor del espionaje fue el PSC, convendremos en que deben depurarse responsabilidades políticas y penales. Pero ¿qué hacer ante el hecho de que una responsable política conociera conductas presuntamente delictivas a juzgar por los indicios más que sobrados, y no lo denunciara en su momento ante la Policía o las instancias judiciales? ¿Por qué no lo hizo? ¿Esperaba sacar partido político de la información que recibía?

Si Álvarez, al fin  y al cabo una simple particular, actuaba movida por el despecho o la búsqueda de algún beneficio más bien bastardo, eso merecerá el juicio moral que cada cual entienda apropiado. Pero, no siendo en puridad y a priori una conducta punible, ¿cómo calificar la actuación de Sánchez Camacho?

Es, ya digo, un simple ejemplo que ilustra sin embargo bien, creo, esa especie de impunidad de perfiles no definidos en ningún manual en la que se mueven ciertos personajes, cuyo hábitat natural son las charcas del eufemismo y las medias verdades.

Cuesta trabajo en estos tiempos discernir qué es lo que más daño está haciendo a la sociedad española. Es claro que la situación económica y una desastrosa gobernanza que ahoga a los ciudadanos para obtener a cambio apenas algunas esperanza en el largo plazo y en las que ya casi nadie cree, es nuestro principal problema, ya se observe desde el punto de vista del desempleo, la falta de crédito a las empresas, la laminación de lo público, la brecha cada vez mayor en la desigualdad…y cuantas miradas se quieran proyectar sobre la realidad que padecemos.

No se queda atrás desde luego el problema de la corrupción, ya sea descubierta o percibida, que en este asunto sucede como con la seguridad: todo especialista en esa materia sabe que no basta con resolver aquello que representa una amenaza objetiva; es necesario que los eventuales amenazados sientan que, en efecto, están razonablemente a salvo. Y, en este sentido hemos de soportar la corrupción en sí misma y estas conductas del mismo pelaje que la descrita en el ejemplo propuesto que, por acumulación, produce un efecto verdaderamente devastador en cualquier sociedad:

Por referirme solo a un caso, por lo demás el más llamativo de los que padecemos: lo que hace el Partido Popular tratando de enfrentar las sospechas de financiación ilegal y cobros de significados dirigentes en dinero negro, publicando declaraciones de la renta y realizando auditorias internas (por cierto ¿alquien sabe que fue de la auditoria externa que también se anunció en su dia?) es un burla que viene a incrementar las sospechas por mucho que, en una pirueta ridícula, acaben pidiendo a los demás un ejercicio de transparencia que ellos pervierten con su actuación.

No parece que haya que conceder especial crédito a un tipo como el socio de Urdangarín pero, por citar algo que concierne a la más alta magistratura del Estado, aún cuando la Casa del Rey resultara en su caso implicada en los tejemanejes del susodicho, eso sería menos grave que el poso de incredulidad y desconfianza que va a dejar tanta miseria intelectual, tanto disfraz, tanta trampa, en un país que algún día deberá echar mano de su autoestima y la confianza en sus posibilidades, para tirar de nuevo hacia delante. Y quieres juegan ese juego peligroso, quedarán impunes; así se escribe la historia.