lunes, 2 de enero de 2012

El miedo, la mentira y la libertad

Mi lectura de Anatomía del miedo (en realidad un tratado sobre la valentía, como bien reza el subtítulo) de José Antonio Marina, ha coincidido con los rescoldos de una difícil experiencia personal. No hay nada como estas coincidencias: uno encuentra una ayuda tal vez inesperada, algo que nos permite entender mejor lo que nos pasa e incluso extraer conclusiones que van más allá de nuestro ombligo.

Ya sabemos que una mentira repetida hasta la saciedad puede acabar pareciendo una verdad. Para que esto ocurra, la mentira no solo ha de ser reiterada, también deberá ser verosímil y creída por muchas personas que, desde luego, ya estaban en una cierta disposición de creer. Me parece que eso es una traslación a lo colectivo de algo que le sucede al propio ser humano; con una diferencia: una sociedad está sana si, a la contra, también hay otros muchos que no están dispuestos a creer y se cuentan con instituciones independientes cuya misión es, precisamente, esclarecer la verdad. En lo personal, en cambio, la cosa no es tan fácil; a pesar de las mentiras, como ciudadanos podemos confiar en esas instituciones pero, ¿cómo confiar como personas si quien tenemos a nuestro lado miente? o, más aún, ¿cómo hacerlo cuando nos damos cuenta de que esas personas se creen sus propias mentiras? ¿y si ,además, quien miente lo hace muy bien o se presenta desvalido ante nosotros, necesitado de protección y cariño?
Maquiavelo decía algo así como que el miedo es la emoción política más potente y necesaria. Y Hobbes escribió: “El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo” Miedo a lo que sea: a la soledad, a lo desconocido, a no estar a la altura, a nuestras propias reacciones, a cualquier cosa. Véase aquí desde el botellón a la ruptura sentimental, el futuro, la mayor pericia del compañero de trabajo o de aficiones, las relaciones afectivas de dependencia que a veces acaban en tragedia, el alto precio que puede llegar a pagarse con tal de no estar un rato ante el espejo de uno mismo en la sospecha de ver cosas que no nos gustan, etc. Los animales responden al temor tal como les dicta la naturaleza: con la huida, el ataque, la inmovilidad o la sumisión. Nosotros también, pero ¿tenemos nosotros algún arma más? Claro, la mentira y sus parientes: el disimulo, la manipulación, etc.

No quiero ponerme apocalíptico y menos en estos tiempos, pero creo que un mundo en el que se prima lo superficial, el pasarlo bien por encima de todo, la extrema competitividad, el capricho, el sálvese quien pueda y a los demás que les den; un mundo en el que las vidas de culebrón parecen ser referencia para mucha gente; un mundo en el que parece asunto de idealistas o de ingenuos ir a las cosas de frente y decir lo que se piensa; un mundo en el que eso resulta incómodo y se prefiere pasar, no hacer ni hacerse preguntas, no ahondar en las relaciones para evitar así las dificultades que  les son tan propias como los instantes amables,  es el perfecto caldo de cultivo para el miedo. Y para la mentira, naturalmente.
Lo que más me llama la atención es que no es infrecuente que quienes (individual o colectivamente) hacen uso de la mentira para conjurar el miedo, se les llena la boca con la palabra libertad. Cuando lo oigo no puedo evitar que se me venga a la cabeza la imagen de un niño que juega con un martillo o un serrucho. Pero ¿cómo van a ser libres si están asustados? ¿cómo pueden manejarse en libertad si, como el niño, son un peligro para quienes les rodean y hasta les quieren? ¿cómo pueden hablar de libertad si la mentira -su herramienta habitual- es al final la peor de las formas de sometimiento porque priva a quien la recibe, precisamente, de su derecho a decidir sabiendo cómo son en realidad las cosas?