martes, 17 de enero de 2012

Garzón en el banquillo

Sobre el papel, Garzón puede ser suspendido más de 15 años y su carrera podría quedar arruinada. A los responsables e implicados en la trama Gürtel les caerán penas mínimas que, en todo caso, redimirán a tiempo de rehacerse personal y profesionalmente. ¿Que es demagógico un enunciado como el anterior? Pues, es posible. Bendita demagogia, queridos.
Cierto que todos somos iguales ante la ley y un juez, por muy juez que sea, no puede bordearla y mucho menos saltársela. Pero no me negarán que dan ganas de vomitar cuando en el mismo telediario te cuentan que Garzón se ha sentado en el banquillo de los acusados y, prácticamente sin solución de continuidad, el locutor pincha la grabación en la que El Bigotes habla con Pablo Crespo, otro cabecilla de la trama; sí, esa en la que llama gilipollas a Camps,  hijoputas y gorrones a ciertos empresarios y esas lindezas.

Para mí que el Supremo acabará inventándose un subterfugio legal para no condenar al juez. No se atreverán. ¿Las razones? tienen en contra a buena parte de la magistratura: la actuación de Garzón, con no ser ortodoxa, no se explica groseramente (tiene también en este caso luces y sombras) como se ha pretendido desde el principio y no merece en todo caso la reprobación de jueces como Pedreira que le sucedió en la instrucción, ni la de los fiscales adscritos a la causa que nunca se opusieron a lo actuado, ni la de todos esos compañeros de profesión que le han acompañado en su comparecencia ante el Alto (¿porqué se dirá “alto” cuando a menudo vuela tan bajo?) Tribunal. Cuando las momias se laven las manos, si ocurre, habrá quien se rasgue las vestiduras, naturalmente…bah, el escándalo durará, como diría Sabina, “lo que duran dos cubos de hielo en un whisky on the rock”

Añadiría una razón más: nadie en su sano juicio (la gente, quiero decir) entendería que se castigara más al juez que a los chorizos. Pero evitaré hacerlo porque, aquélla pertenece al universo del sentido común y esto es cosa de rencores, cuentas pendientes y una cierta soberbia institucional, si vale la expresión.