miércoles, 25 de enero de 2012

Camps y Costa

Si este fuera un país normal, una vez conocido el veredicto del jurado popular en el caso de los trajes, lo que habría que hacer es evitar todo comentario adicional. Si acaso, deberíamos condolernos con María Dolores de Cospedal respeto de la imposible reparación del daño causado a esos ejemplos de virtud que son Camps y Costa.

Pero no estamos en un país normal y, como hemos oído lo que hemos oído (salvo Cospedal), podemos invocar el sentido común para asegurar que tal vez el Jurado no se ha equivocado por mayoría respecto a considerar que no hay pruebas de haber cometido cohecho impropio pero, tras el juicio, queda la más que razonable duda de si es peor, mucho peor: vale, no es seguro que recibieran regalos (joder, lo que hay que tragar) pero permitieron que todo se impregnara de una espesa capa de porquería. ¿Responsabilidad política? Hombre, faltaría más.

Tiene una ventaja el hecho de que el juicio se haya terminado: que ya no oiremos más insultos a la inteligencia ni tendremos que aguantar esas edificantes conversaciones con El Bigotes. Y en cuanto a retribuciones por los servicios prestados y el sufrimiento padecido, que nombren a Camps fallera mayor vitalicia y  a Costa príncipe de la horchata. Oyes.

martes, 17 de enero de 2012

Garzón en el banquillo

Sobre el papel, Garzón puede ser suspendido más de 15 años y su carrera podría quedar arruinada. A los responsables e implicados en la trama Gürtel les caerán penas mínimas que, en todo caso, redimirán a tiempo de rehacerse personal y profesionalmente. ¿Que es demagógico un enunciado como el anterior? Pues, es posible. Bendita demagogia, queridos.
Cierto que todos somos iguales ante la ley y un juez, por muy juez que sea, no puede bordearla y mucho menos saltársela. Pero no me negarán que dan ganas de vomitar cuando en el mismo telediario te cuentan que Garzón se ha sentado en el banquillo de los acusados y, prácticamente sin solución de continuidad, el locutor pincha la grabación en la que El Bigotes habla con Pablo Crespo, otro cabecilla de la trama; sí, esa en la que llama gilipollas a Camps,  hijoputas y gorrones a ciertos empresarios y esas lindezas.

Para mí que el Supremo acabará inventándose un subterfugio legal para no condenar al juez. No se atreverán. ¿Las razones? tienen en contra a buena parte de la magistratura: la actuación de Garzón, con no ser ortodoxa, no se explica groseramente (tiene también en este caso luces y sombras) como se ha pretendido desde el principio y no merece en todo caso la reprobación de jueces como Pedreira que le sucedió en la instrucción, ni la de los fiscales adscritos a la causa que nunca se opusieron a lo actuado, ni la de todos esos compañeros de profesión que le han acompañado en su comparecencia ante el Alto (¿porqué se dirá “alto” cuando a menudo vuela tan bajo?) Tribunal. Cuando las momias se laven las manos, si ocurre, habrá quien se rasgue las vestiduras, naturalmente…bah, el escándalo durará, como diría Sabina, “lo que duran dos cubos de hielo en un whisky on the rock”

Añadiría una razón más: nadie en su sano juicio (la gente, quiero decir) entendería que se castigara más al juez que a los chorizos. Pero evitaré hacerlo porque, aquélla pertenece al universo del sentido común y esto es cosa de rencores, cuentas pendientes y una cierta soberbia institucional, si vale la expresión.  

lunes, 16 de enero de 2012

Fraga

En diciembre de 2001, seis mil gaiteiros sonaron al unísono en la toma de posesión de Manuel Fraga. Un estrépito. Como correspondía.
Ese instrumento destemplado, la gaita gallega, resulta pesado en la insistencia machacona del compás, irritante a veces, excesivo.
Pero llora bien.
Suenan ahora pues unos airiños, a penas un hilo de cuatro notas en un bucle, por una figura que, ni siquiera instalado ya en la historia dejará indiferente a quien se acerque a conocerlo. Como corresponde.
Todos los informativos coinciden en resaltar que en el político Fraga hay luces y sombras; son más benévolos con el hombre Fraga. Circulan tópicos y lugares comunes por todas partes y nos complacemos o no en reconocer en ellos a la persona que los motivó.
Quiero creer que, si pudiera oír esta algarabía en general bien intencionada, farfullaría algo ininteligible que, no obstante, sonaría a regañina.
Suele decirse en los funerales: “siempre se van los mejores” Sí, nos parece que es así, pero acaso sea que vamos cumpliendo años y eso tiende a deformar la perspectiva. Oiremos hablar de la estatura del estadista, de la singularidad del ser humano y, ante tanta gloria, los críticos le concederán un conveniente silencio.
Descanse en paz, carallo!

miércoles, 11 de enero de 2012

El poder y la mentira


El periodista y escritor uruguayo, Eduardo Galeano, escribió en 1983 (Días y  Noches de Amor y Guerra) “Las teorías de Milton Friedman le dieron el Premio Nobel; a Chile le dieron el general Pinochet”
El golpe de Pinochet se produjo en 1973 y Friedman recibió el Nobel en 1976. Pinochet, como sabemos, fue un dictador sanguinario, y el economista y fundador de la Escuela de Chicago, un intelectual de primera fila, apóstol del libre mercado sin restricciones, que ya en tiempos de Reagan se refería a la red de asistencia y seguridad social y de escuelas públicas estadounidenses, como algo a lo que los padres se aferran con “un  irracional apego a un sistema socialista”
Hasta la Fundación Nobel se enmienda a sí misma y, si un día premiaron a Friedman, más tarde lo hicieron con  Joseph Stiglitz o Paul Krugman, ambos economistas y estadounidenses como Friedman y ambos en las antípodas. Por lo demás, parecería que traer a colación acontecimientos que sucedieron hace treinta años, son ganas de atufarse de naftalina.
Pero no. Para la pléyade de economistas, periodistas y políticos que tienen en su mesilla de noche (junto a la lámpara; o en el cajón con cierto falso pudor) el credo de Chicago, sus convicciones y mandatos están muy vigentes: son los que hablan de privatizar servicios públicos, de entregar en manos de los tecnócratas económicos el gobierno de las cosas, especialmente en tiempos de crisis; son los que hacen de la estabilización una religión; los que tienen orgasmos cuando piensan en alcanzar el déficit cero; los que desearían sacudirse esa molestia (en estos tiempos poco más que un grano en el trasero, la verdad) que son los sindicatos;  son quienes están consiguiendo que mucha gente se crea que es o los recortes sin fin y sin contestación o el apocalipsis. ¿A que les suena esta música, aunque la letra pueda tener variaciones?
Tenía razón Galeano. Cuando mejor se desarrolla el monstruo del libérrimo mercado es cuando algo ha hecho o amenaza con hacer tabla rasa de lo existente: Chile, pero también y en momentos históricos sucesivos, Argentina, Polonia, Rusia, China, entre otros lugares. Se trata de una paradoja trágica: es precisamente la falta de regulación, acorde con las posibilidades tecnológicas actuales, de la actividad financiera y la especulación lo que ha provocado la crisis que padecemos; y los falsos profetas insisten no obstante en que la panacea es menos estado y más mercado; y, si hay efectos colaterales, será que resultan inevitables.
Claro que no vivimos en regímenes violentos, dictatoriales, y la democracia formal modera el funcionamiento de aquella fatal maquinaria: su operacón está sometida a la policía de las instituciones propias o compartidas, y al escrutinio electoral. Se puede mentir, claro, pero debemos conservar la esperanza de que a pesar de todo, el poder ganado por el deseo de los pueblos, incluso cuando es casi omnímodo, puede ser revocado en cualquier momento por la voluntad de esos mismos pueblos.

lunes, 2 de enero de 2012

El miedo, la mentira y la libertad

Mi lectura de Anatomía del miedo (en realidad un tratado sobre la valentía, como bien reza el subtítulo) de José Antonio Marina, ha coincidido con los rescoldos de una difícil experiencia personal. No hay nada como estas coincidencias: uno encuentra una ayuda tal vez inesperada, algo que nos permite entender mejor lo que nos pasa e incluso extraer conclusiones que van más allá de nuestro ombligo.

Ya sabemos que una mentira repetida hasta la saciedad puede acabar pareciendo una verdad. Para que esto ocurra, la mentira no solo ha de ser reiterada, también deberá ser verosímil y creída por muchas personas que, desde luego, ya estaban en una cierta disposición de creer. Me parece que eso es una traslación a lo colectivo de algo que le sucede al propio ser humano; con una diferencia: una sociedad está sana si, a la contra, también hay otros muchos que no están dispuestos a creer y se cuentan con instituciones independientes cuya misión es, precisamente, esclarecer la verdad. En lo personal, en cambio, la cosa no es tan fácil; a pesar de las mentiras, como ciudadanos podemos confiar en esas instituciones pero, ¿cómo confiar como personas si quien tenemos a nuestro lado miente? o, más aún, ¿cómo hacerlo cuando nos damos cuenta de que esas personas se creen sus propias mentiras? ¿y si ,además, quien miente lo hace muy bien o se presenta desvalido ante nosotros, necesitado de protección y cariño?
Maquiavelo decía algo así como que el miedo es la emoción política más potente y necesaria. Y Hobbes escribió: “El día que yo nací, mi madre parió dos gemelos: yo y mi miedo” Miedo a lo que sea: a la soledad, a lo desconocido, a no estar a la altura, a nuestras propias reacciones, a cualquier cosa. Véase aquí desde el botellón a la ruptura sentimental, el futuro, la mayor pericia del compañero de trabajo o de aficiones, las relaciones afectivas de dependencia que a veces acaban en tragedia, el alto precio que puede llegar a pagarse con tal de no estar un rato ante el espejo de uno mismo en la sospecha de ver cosas que no nos gustan, etc. Los animales responden al temor tal como les dicta la naturaleza: con la huida, el ataque, la inmovilidad o la sumisión. Nosotros también, pero ¿tenemos nosotros algún arma más? Claro, la mentira y sus parientes: el disimulo, la manipulación, etc.

No quiero ponerme apocalíptico y menos en estos tiempos, pero creo que un mundo en el que se prima lo superficial, el pasarlo bien por encima de todo, la extrema competitividad, el capricho, el sálvese quien pueda y a los demás que les den; un mundo en el que las vidas de culebrón parecen ser referencia para mucha gente; un mundo en el que parece asunto de idealistas o de ingenuos ir a las cosas de frente y decir lo que se piensa; un mundo en el que eso resulta incómodo y se prefiere pasar, no hacer ni hacerse preguntas, no ahondar en las relaciones para evitar así las dificultades que  les son tan propias como los instantes amables,  es el perfecto caldo de cultivo para el miedo. Y para la mentira, naturalmente.
Lo que más me llama la atención es que no es infrecuente que quienes (individual o colectivamente) hacen uso de la mentira para conjurar el miedo, se les llena la boca con la palabra libertad. Cuando lo oigo no puedo evitar que se me venga a la cabeza la imagen de un niño que juega con un martillo o un serrucho. Pero ¿cómo van a ser libres si están asustados? ¿cómo pueden manejarse en libertad si, como el niño, son un peligro para quienes les rodean y hasta les quieren? ¿cómo pueden hablar de libertad si la mentira -su herramienta habitual- es al final la peor de las formas de sometimiento porque priva a quien la recibe, precisamente, de su derecho a decidir sabiendo cómo son en realidad las cosas?