sábado, 10 de diciembre de 2016

Galgos, o la letra con sangre entra


La noticia, una gacetilla sin importancia, es la siguiente: el 28 de noviembre pasado dos mujeres paseaban por una calle de la localidad de Carranque (Toledo) cuando observaron que un coche en marcha llevaba atado a un galgo (en la foto, realizada con el móvil de una de ellas y publicada por eldiario.es) Llamaron la atención del conductor y se entabló una discusión. Las mujeres le han denunciado por agresión a una de ellas y amenazas; según el texto de la denuncia, el sujeto en cuestión vociferaba que “las iba a matar”, “que se fueran a fregar o a limpiar que es lo que tenían que hacer y que ese era su perro y hace con él lo que se sale de los cojones”

Aunque no consta, el susodicho asegura que él también las ha denunciado porque fueron ellas quienes le agredieron. Seguro que esta clase de reacción les suena a ustedes, amigos lectores.

Colofón: La Mesa Regional de la Federación de Caza emitió un comunicado en el que afirmaban que mientras el galguero paseaba a sus galgos desde un vehículo, fue “agredido por dos animalistas”, hechos que condenan apoyando al hombre, del que destacan que es participante en la fase final del último Campeonato de España de Galgos. Y remata el comunicado: “Consideramos que el entrenamiento de los galgos redunda en su bienestar y no supone una forma de maltrato animal”, y piden, cargados de razón, que la Consejería de Agricultura de Castilla La Mancha apruebe el Reglamento de entrenamiento de Galgos con vehículo a motor para “regular este tipo de prácticas y evitar que otros galgueros sufran estas lamentables agresiones”.

¿Qué? ¿Cómo se les queda el cuerpo?

A mi la verdad es que no me sorprende que esas paseantes se toparan con la escena descrita y menos tratándose de galgos, unos animales muy dóciles que añaden a sus portentosas condiciones físicas una bondad y una nobleza inigualables. Esa es su grandeza. Y esa es su tragedia, porque tales condiciones les hace perfectos para un tipo de caza y/o actividad presuntamente deportiva (deportiva para ellos, los perros se entiende, porque el dueño lo que hace mientras trabajan los animales es caminar un poco por el campo o fumarse un puro en la grada de un canódromo) y para ser masacrados en cuanto muestran el más mínimo signo de debilidad o inadecuación para los altos fines a los que los destinan los galgueros, ejemplo de virtud en tantas y tantas cosas. En realidad lo que pasa con los galgos es en muchos aspectos una metáfora de la vida.

Iba a decir que lo que si me resulta extraño es la actitud de la llamada Federación de Caza, una entidad pública; y no tanto porque haya condenado la actitud de las sin duda muy peligrosas paseantes que debían estar pues, eso, en sus cosas de mujeres y tal, sino porque les parezca que atar a un perro al coche para entrenarlo es práctica recomendable. Digo que iba a decirlo, pero no lo digo porque he caído en la cuenta de que mientras no se promulgue una ley que sancione duramente el maltrato animal empezando por el paradigma, la lidia de toros bravos, pues cualquier cosa es posible y en cualquier actividad relacionada con los animales…incluidas las que tienen que ver con la alimentación; sí, también esas.

Mientras, el sujeto del coche podrá seguir sacrificándose entrenando a su perro con el que hace lo que le sale de los cojones que para eso ha puesto Dios las bestezuelas a nuestro servicio. Si le sangran las pezuñas (las del cuadrúpedo, claro) no importa porque así aprende. Lo dicho, como lo de que la letra con sangre entra (la de otro, claro) Una metáfora de la vida.