viernes, 18 de julio de 2014

Solo y Nada

Les contaré, si tienen a bien leer lo que sigue, una historia menor.
No tiene que ver con las prácticas genocidas al uso y el pasmo criminal de Europa y USA ; tampoco con la destrucción sistemática del estado del bienestar y el castigo injusto y suicida sobre una generación de europeos por parte de unas elites impunes, aquí en casa y, como dicen los esnobs, en nuestro entorno; ni siquiera con el cambio climático o la explotación del Ártico; y mucho menos con el filoetarra, bolivariano, goebbelsiano, castrista, populista y quizás hasta miembro del Frente Atlético, Pablo Iglesias.
Cerca de mi casa hay uno de esos establecimientos que responden al bonito nombre de gran superficie comercial. Disculparán que no dé más detalles pero no estoy seguro de si mi relato podría acarrear algún tipo de perjuicio a su protagonista y hasta represalias contra el o la responsable de la tienda por su permisividad al no haber denunciado ya el caso ante las autoridades competentes sean quienes sean y lo sean en lo que lo sean.
En la puerta de ese lugar y bajo una leve marquesina pasa los días un hombre de raza negra. Está allí desde que se abren las puertas hasta que, vencida la tarde, echan el cierre. Es un hombre joven, a lo sumo de unos 40 años. No sé cómo se llama. No sé de donde es.
Allí está, con un cestillo de mimbre a sus piés que recoge las monedas que la gente le da. Pero no mendiga ni vende La Farola. Ayuda a las personas mayores a subir las bolsas al coche; está pendiente del perro mientras su dueña pasa a comprar cualquier cosa que olvidó en una anterior visita; charla un rato con algún jubilado. Siempre da los buenos días. Siempre sonríe. Habla español como yo quisiera hablar cualquier otro idioma que no sea el mío.
Es pulcro. Viste impecablemente de sport. En invierno calza gruesas botas y en verano cubre su cabeza con un sombrero de paja al estilo de los antiguos segadores.
Está solo. No tiene nada. En sus ojos hay un leve rastro de algo que me ha costado identificar: es miedo.
¿Saben? Siempre que lo veo no puedo evitar pensar en cuántas personas de esas que se hacinan en el Monte Gurugú y de tanto en tanto se dejan la carne en las cuchillas de la miserable Europa, se cambiarían por él. Qué raro es todo, que hasta absolutos como “solo” y “nada” resultan relativos o, peor aún, son mentira.