sábado, 28 de julio de 2012

El gobierno ilegítimo de Rajoy

L a última legislatura de Zapatero fue la de la negación de la evidencia de la crisis y, con ello, la pérdida de un tiempo precioso. Mandatos anteriores, tanto del PP como del PSOE quizás sean recordados en los libros de historia, más allá de otros episodios menores vistos en perspectiva,  como aquellos que fueron incapaces, de un lado, de pinchar la burbuja inmobiliaria origen de muchos de nuestros males y atajar un estado de cosas en el que el más tonto hacía relojes…con buena pinta pero falsos; es decir  tiempos de corrupción rampante que es el principio del resto de tales males.

Si a todo ello se añaden estos algo más de seis meses del gobierno de Mariano Rajoy, puede que andando el tiempo, estas épocas recientes sean juzgadas por los historiadores de igual modo que lo son otras bien negras en nuestro devenir colectivo. Ni deseo ser profeta ni quiero recurrir al tópico tan frecuente del  fatalismo español, de que así somos los españoles, tenemos lo que merecemos y zarandajas parecidas. Así es que igual me equivoco en todo, aunque temo que no.

Pero digo que no tengo interés en abundar en las profecías por fáciles que resulten. Tal cosa sería un ejercicio estéril. Más bien creo que la gente, eso que llamamos la sociedad civil, o la sociedad a secas, deberíamos de dejar de llorar por las esquinas y aplicarnos al adagio confuciano, según el cual conviene que hagamos cuanto esté en nuestra mano sin esperar demasiado de lo que nos rodea, a fin de ser así más felices.

Hay tantas energías consumidas en dramas individuales que debiéramos tratar de ponerlas en común; es la manera de que no se pierdan. ¿Sabemos hacer cosas? ¿Tenemos ganas de hacerlas? Pues juntémonos y hagámoslas. Puede que cada uno de nosotros seamos una isla; bien, pues construyamos un archipiélago.

Solo nosotros nos salvaremos a nosotros mismos. Pero, no deben de irse de rositas, naturalmente. Empezando por lo más urgente.

Creo que deberíamos incluir en la agenda de nuestra indignación el objetivo de que cese un gobierno que, a mi juicio, es ilegítimo.

Y he escrito más arriba la palabra gobierno con minúscula porque lo que quiero decir cuando aludo al gobierno de Rajoy, no es que la institución que gestiona el PP esté deslegitimada per se. Obviamente eso no es así. Pero si por legítimo entendemos cierto, genuino y verdadero en cualquier línea, el modo como el PP gobierna no es legítimo.

Empezando por el final: casi una cuarta parte de la población española no tiene trabajo;  el 53% de los menores de 25 años no encuentran ocupación remunerada;  más de 1,7 millones de hogares tienen en paro a todos sus miembros; en los últimos seis meses se han marchado de España más de 45.000 personas –altamente cualificadas- que tienen entre25 y 45 años.  Nadie –y el Gobierno, que aparece un boxeador sonado, menos que nadie-  puede asegurar cuándo acabará esta sangría que amenaza con destruirnos.

Sí, el PP ganó las elecciones generales en buena ley, pero si consideramos el tremendo drama que expresa el párrafo anterior  en la vida concreta de la gente y el hecho de que una revisión del programa electoral de dicho partido no resiste el contraste con la realidad de las decisiones de gobierno adoptadas, ¿no estamos ante un escrutinio más que definitivo?  ¿Acaso a la luz de lo sucedido en los últimos meses, la acción de gobierno no ha empeorado nuestra situación real? ¿Es ese una forma de gobernar cierta, genuina y verdadera en cualquier línea?

¿Elecciones anticipadas? Pues tal vez sí, pero solo si sirven como paso previo para una suerte de tabla rasa que nos ponga a los ciudadanos frente a nuestra realidad y fuercen a nuestros políticos a un acuerdo, una acción de la altura de miras necesaria que pueda ilusionarnos en la desgracia y movernos a la acción.

 ¿Qué los españoles podemos sacar adelante nuestro país? Pues claro. Pero, como digo, vayamos empezando por nuestra cuenta porque de quienes deberían liderarnos poco podemos esperar.

viernes, 20 de julio de 2012

Que se vayan


Sé que no tengo la culpa. Siento que no la tengo.

Siento que, bien sobrepasados los cincuenta, no he vivido jamás por encima de mis posibilidades. Lo sé.

Entonces ¿por qué me siento culpable? ¿tal vez por un desmedido sentido de la responsabilidad (si es que tal cosa cabe)? ¿Quizás porque, en un supremo gesto de amor quiero ofrecerles un culpable, un chivo expiatorio en quien descargar su legítima indignación? ¿ alguien que esté dispuesto a dejarse rebanar  el alma llegado el caso? ¿ alguien que no huya detrás de la palabras, las grandes palabras y las palabras mezquinas, que no les engañe de nuevo, que no vomite bazofia intelectual para explicar lo injustificable, lo injusto?

Eso no lo sé. Ese sentimiento no lo entiendo bien.

¿Debo pedirles disculpas? No, por supuesto, a ningún poder, a ninguna institución, a ningún gobierno. Pero ¿y a ellos?  No es una conversación para tener en tales términos, pero si la tuviera sé muy bien la respuesta. Siento la respuesta en su calor cercano. Son generosos: otros hubieran quemado ya cualquier cosa que fuera combustible; por joder; con razón.

Más de 40.000 españoles se han marchado este año de 2012 fuera de España. A buscarse la vida. Tienen entre 25 y 45 años  según el Instituto Nacional de Estadística y son personas muy formadas.  Me rio yo de la prima de riesgo. Esto sí que es una tragedia.

¿Saben qué? Si tienen las agallas suficientes, que se vayan. Y si alguien les habla de patriotismo que se rían en su cara. ¿Quién puede tener la desfachatez suficiente, la crueldad necesaria para pedirles que se queden en nombre de la patria? ¿Qué coño es la patria? Ellos son la patria y son otros quienes la echan al sumidero de la historia.

Aquí seguiremos los viejos o los casi viejos. Haciendo lo que podamos aunque nos duela el espinazo. Malviviendo si hace falta. No ocurrirá, pero si sienten la necesidad de buscar culpables, aquí estaremos dando la cara. Ellos son nuestros hijos y nosotros somos sus padres. Y los otros, los que dicen hacer aquello que no quieren, los que lavan su conciencia de fariseos con golpes de pecho, unos extraños.

sábado, 14 de julio de 2012

Los sesenflautas


Disculpen el palabro. No es más que una forma de personalizar la indignación, al modo por ejemplo de los yayoflautas, abuelos irritadísimos como saben quienes sigan la agotadora realidad.

¿Qué quienes son los sesenflautas? Pues gentes que frisan la sesentena  y que en otras circunstancias de tiempo y lugar no hubieran tenido seña de identidad alguna. Las tienen aquí y ahora. Verán como sí.

Nacieron en los primeros cincuenta, es decir en una España que hacía una década había salido de los años de plomo. No conocieron pues en su infancia las penurias de sus padres y alcanzaron el desarrollismo siendo aún demasiado chicos para enterarse de lo que se cocía a su alrededor;  aún llegaron a recibir el queso y la leche en polvo americanos sin tener la menor idea de que aquello era un humillación.

En el decenio de la eclosión de los Beatles, apenas les creía una pelusilla bajo la nariz a ellos y les apuntaban los pechos a ellas, así es que sus intentos por parecerse a quienes les precedían en unos pocos años (en la vestimenta, en los gustos, en algo parecido a las ideas) eran francamente patéticos.

No son hijos del 68 (aún estaban saliendo de la adolescencia de entonces,  mucho más triste y pacata que la de hoy) y si trataron en algún momento de presumir de ello, siempre hubo alguien cerca legitimado para descubrir la patraña pues sabía las claves porque conocía a uno que sabía de otro que tenía un amigo que estuvo un rato en el boulevard de Saint Germain cuando bajo los adoquines estaba la playa. A cambio, siempre pudieron asegurar con la cabeza muy alta que la acusación de haber asistido a guateques era una falsedad, aún cuando eso era porque les echaban por pequeñajos.

Los sesenflautas se plantaron en la transición habiendo alcanzado el uso de razón pero, una vez más, llegaron tarde. Salvo excepciones (algunos, los menos, pueden esgrimir con orgullo que asistieron a disco fórum de cantautores comprometidos, charlas de curas rojos y otros hitos de la historia reciente de España o, incluso, que durante algún tiempo pudieron mostrar con orgullo en la espalda el verdugón producido por una porra de los grises, luego la madera y más tarde, cuando se tornaron respetables, los cuerpos y fuerzas de seguridad de estado)  la generación de políticos, periodistas, intelectuales, profesionales, etc  que tuvo un mayor protagonismo en aquella época (que a veces añoramos tal vez más de lo que debiéramos) los que luego ejercieron cierto poder en distintos ámbitos era o mucho más mayor -lo de la conversión de San Pablo solo fue el principio- o, de nuevo, sus hermanos mayores.

No me extenderé. El  hecho es que los sesenflautas de nuevo van a retrasados. Por edad es posible que hayan cotizado más de cuarenta años pues, aunque a los jóvenes de ahora -y no por su causa- les parezca inconcebible, hubo un tiempo en que había trabajo y se comenzaba la vida laboral a muy temprana edad. Es decir, es probable que hayan entregado a la sociedad, por  expresarlo solo en términos monetarios, la cuarta parte de lo que ganaron con su esfuerzo de toda una vida. Una vida en la que creyeron que la honestidad y el sentido del deber eran valores, una vida armada en torno a un modelo de sociedad en la idea de que lo que es de todos es tarea de todos y el Estado, ese instrumento que nos damos a nosotros mismos regula y distribuye no tanto para socializar lo poco o mucho que haya, sino para buscar los equilibrios precisos a fin de que tenga sentido la vida juntos, protegiendo al débil y respetando e incentivando la iniciativa de cada cual. Lo que en definitiva luego hemos llamado el estado del bienestar, un verdadero hallazgo europeo, una seña de identidad y no un entretenimiento de gente ociosa o caraduras como algunos pretenden hoy.

En esta época que nos toca vivir, los sesenflautas  se sienten básicamente estafados, porque  habiendo soñado con un descanso que creen bien ganado, como al corredor de maratón que está a punto de cruzar la meta y de pronto le ponen la cinta unos kilómetros más allá, les irrita pensar que tendrán que seguir soportando la incertidumbre de si los despedirán o no si es que no están ya en las infamantes listas del INEM y habrán de malvivir con un subsidio hasta la jubilación; que tal vez ésta se vea reducida no saben hasta qué punto; que acaso tendrán que seguir manteniendo a los hijos y puede que en no pocos casos a los nietos.

Como no pueden creer que aquel modelo de sociedad era falso sienten más bien que es ahora cuando están siendo engañados. Y tienen razón; ¿saben por qué? Porque no puede ser de otro modo; lo contrario sería demasiado espantoso para toda una vida y por mucho que  todo esto a nuestra clase dirigente se la sude, a esa clase de gentuza que grita “¡que se jodan!” o que aplaude la sentencia al ostracismo de muchos o la gracia torera del sacerdote del recorte o las dos cosas y que, como escribía Manuel Rivas hace poco, no sé si da más asco o terror.

Estos días hemos sabido que un sujeto de sesenta años atracaba él solo oficinas bancarias con un revólver de pega. Igual era un sesenflauta decidido a llegar a tiempo esta vez. Pero le han detenido.

jueves, 12 de julio de 2012

Eufemismos


La Real Academia de la Lengua define eufemismo como “Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante” Lo opuesto sería disfemismo que según la RAE es “Modo de decir que consiste en nombrar una realidad con una expresión peyo­rativa o con intención de rebajarla de categoría”.


El lenguaje coloquial lo utiliza para esquivar realidades que impresionan fuertemente a los seres humanos: la muerte, la locura y el sexo. Un ejemplo de esta dulcificación es que, por ejemplo, la palabra “cadáver” queda proscrita y en su lugar hay que referirse a “cuerpo” algo un tanto paradójico si se piensa que “¡cuerpo!” puede ser también un piropo y se referirá a alguien que, obviamente, está muy vivo/a… También se evita tener que decir “morir” y parece más fino referirse a que las personas “fallecen”, aunque sea de forma violenta. Los “muertos” en un acciden­te o atentado no son tales sino “víctimas”. A las realidades anteriores se añaden también hechos desagradables u ofensivos, como las bajas funciones corporales (menudo eufemismo acabo de soltar ¿eh?) o lo estéticamente feo; sin embargo, existen razones no sólo psicológicas, sino sociales que impulsan el eufemismo. El zapatero listillo, por ejem­plo, pondrá como reclamo de su establecimiento “clínica del calzado”, el panadero llamará orgullosamente a su panadería “boutique del pan”, y el delegado de limpieza o de basuras será todo un “jefe del área de eliminación de residuos sólidos urbanos”.


Especialmente sensible es el lenguaje de la publicidad: así, por los anuncios de aparatos gimnásticos puede uno enterarse de que no tene­mos culo, ni siquiera nalgas, sino más bien glúteos, que alguien también llamó eufemísticamente “el lugar en donde la espalda pierde su honesto nombre” o, como diría mi vecina que es ¿cómo decirlo? ¿”sensible” por no usar “infantiloide”? pompis.

Recordemos algunos ejemplos muy comunes, por citar algunos de entre una infinidad:


Pasar a mejor vida es morirse.


Padecer de los nervios , puede ser, simple y llanamente estar demente.


Interrupción voluntaria del embarazo es aborto.


Daños colaterales: muerte de civiles


Relaciones impropias: adulterio


Desaconsejar: con frecuencia es mucho más que eso; es sinónimo de prohibir


Relevo: cese

Recluso o interno: preso

Limpieza étnica: matanza racista

Métodos de persuasión: tortura

Intervención militar: guerra

Acompañante: pareja

Miembro viril: pene

La técnica para expresar este disimulo y evadir el rechazo o incomo­didad en quien habla y/o escucha puede ser semántica o formal. Así existen procedimientos semánticos como la sinonimia (“purgar” por “reprimir”), el circunloquio y la perífrasis (“persona de movilidad reduci­da” por “tullido” o, lo último oído no hace mucho por ahí: “persona con diversidad funcional” ), la sinécdoque (“vientre” por “sexo”), la antono­masia (“carrera” u “oficio” por “prostitución”), la metáfora (“báculo” o “tranca” – y mil más- por “pene”), el infantilismo (“pipí” por “orina”), la antífrasis (“pacificación” por “aplastamiento militar”), la lítote (“no apto” por “suspenso”), la negación (“invidente” por “ciego”), el tecnicismo o el extranjerismo (“wáter” o “toilette” por “retrete”), el uso de expresiones como­dín como “eso” o “aquello que te dije” etc…

En el lenguaje político y, por contagio de éste, en el periodístico, es frecuente usar esa cosa nefasta que conocemos como lo “políticamente correcto”, algo que puede llevarnos tan lejos como al ridículo mismo (Los “miembros” y las “miembras” es uno de los hallazgos más recientes).

Así, en Norteamérica está mal considerado llamar negros a los afroameri­canos, y en España preferimos “de color”. Por ejemplo, al salario justo se ha llamado sucesivamente salario suficiente, salario familiar, salario vital, salario mínimo y salario razonable. A los “contratos a tiempo parcial” se reaccionó con la denominación despectiva de “contratos basura”, que caló en el públi­co, por lo que la autoridad ingenió la denominación “contratos no ordinarios”, que es la que ha servido para los documentos oficiales. Durante la dictadura de Franco, la palabra “huelga” no podía aparecer en los medios de comunica­ción, por lo cual la denominación semántica utilizaba era sumamente variable y eufemística: “conflictos colectivos”, “anormalidades laborales”, “inasistencias al trabajo”, “ausencias injustificadas”, “paros parciales”, “abandonos colecti­vos”, “paros voluntarios”, “irregularidades laborales”, “fricciones sociales” y un extenso y pintoresco etcétera.

A finales del verano del pasado año, se celebró un interesante seminario en San Millán de la Cogolla, patrocinado por el BBVA. Se planteó una vieja cuestión: ¿El lenguaje cambia la realidad al mismo tiempo que la presenta? Y una vez más la respuesta quedó pendiente. No obstante, ahí va una pista que proporcionó el catedrático de lengua José Portolés: Se concluye tranquila­mente que si “Roberto es un obrero”, tiene derecho a la Seguridad Social, pero si se explica que Roberto es un obrero ecuatoriano, la frase proseguirá de otra manera: “pero tiene derecho a la Seguridad Social”, o a la asistencia sanitaria, algo muy controvertido en estos tiempos.

Hoy sabemos, por ejemplo, que si “para garantizar el crecimiento es necesa­rio realizar un ajuste impositivo” lo que va a pasar con toda probabilidad es que habrá un incremento de los impuestos como arma para luchar contra la crisis. Si oímos decir que se va a producir una “regulación de rentas y activos” en relación con recursos que deben aflorar, tal vez se trate del anuncio de una amnistía fiscal. Una “racionalización de su uso” para referirse a los medicamentos, quizás sea una forma de copago, o de repago, como dicen algunos. Un “recargo temporal de solidaridad” puede ser una subida del IRPF y “cambiar la ponderación de los impuestos” pudiera ser un incremento del IVA, aunque se hubiera negado hasta la náusea.

miércoles, 11 de julio de 2012

ChurchillJoy

Casi todo lo que el Partido Popular dijo en campaña electoral ha sido desmentido por los hechos y la última vuelta de tuerca es la intervención de Mariano Rajoy ante los diputados hoy día 11 de julio (que mal fario tiene el número 11) una fecha que recordaremos y, si no, al tiempo.
                                                           
No es de extrañar que Rubalcaba haya calificado la intervención de Rajoy de “un nuevo debate de investidura” Yo diría más: ¿hubiera ganado las elecciones el PP con tan amplia mayoría de saberse, no lo que prometió hacer sino lo que finalmente hizo? ¿las hubiera ganado siquiera?

Y, si llevamos los argumentos mucho más lejos: a la luz de los acontecimientos ¿es legítimo el actual Gobierno? Supongamos que creía lo que ofreció en su programa electoral y que no ha mentido a los españoles, sino que la realidad le ha hecho cambiar (¡en seis meses!); en tal caso, queda moralmente legitimado, pero es muy estúpido.

Sea como fuere, Rajoy se ha puesto hoy en la tribuna del Congreso en plan churchiliano o, más bien, churchilesco, pues nos anuncia que cada español tendrá el honor de sacrificarse individualmente por aquello “que compartimos” (o algo así) dijo, y lo hace como si no hubiera opción, como si toda oposición o criterio en contrario fuera cosa de rufianes e irresponsables. Uno, ante tanta destrucción, no sabe bien que es aquello “que compartimos” (o algo así) como no sea, al paso que vamos, la tierra yerma.

Rajoy  ha dicho en su discurso que “Es mi deber liberar a España del peso de esa herencia” para referirse por enésima vez a los gobiernos de Rodríguez Zapatero. Pero la realidad, esa que tanto invoca el Presidente, es tozuda y hoy, se mire por donde se mire, estamos peor que hace seis meses, mucho peor para ser exactos que en aquellos momentos en que no pocos aseguraban que la sola llegada del cambio de gobierno generaría confianza a raudales.


jueves, 5 de julio de 2012

Bankia. Actúa la Justicia


“Cuando  el dedo señala la luna, el necio mira el dedo” Vale para el caso el viejo proverbio oriental, aunque en esta ocasión quien procura no mirar al satélite que nunca muestra su cara oculta no lo hace tanto por necedad como interesadamente. Me refiero, claro, a la querella presentada por el dedo acusador de UPyD contra el anterior Consejo de Administración de Caja Madrid que, como saben, ha sido admitida a trámite por la Audiencia. 

Esa formación política no tenía representantes en el tal Consejo y, por tanto, su iniciativa a nadie de su familia afecta; estaría pues actuando de modo oportunista. Eso es lo que, según quienes se han dedicado a marear la perdiz para que no se lleve a cabo investigación alguna, aseguran que pasa. Es decir, que en esta perversión del  lenguaje y los argumentos de los que algunos estamos ya hasta la coronilla, quien actúa como corresponde,  lo hace en realidad movido por intereses bastardos.  Y quien juega a la ocultación directamente o por tibieza resulta ser prudente y cauto, virtudes de las que no hizo gala cuando verdaderamente debió, esto es, a la hora de administrar lo que era de todos.

Pero dejemos ese tema, al fin y al cabo asunto miserable de gentes miserables. A la postre, tampoco me resulta especialmente grata la defensa de la formación que lidera Rosa Díez, tan tornadiza y zigzagueante en otras oportunidades.

Me gustaría oír desde luego qué tienen que decir, además de otras instituciones, la CEOE, los sindicatos y los partidos mayoritarios al respecto. Y en la hora en que escribo estas líneas, más de veinticuatro después de ser admitida la querella, ni están ni se les espera.

Pero la imputación del juez Andreu, que lo  es a las personas, contiene una implicación directísima de todas esas instituciones, pues a ellas representaban en el Consejo sobre el que ahora se cierne la instrucción. Solo oigo el silencio, un espeso silencio, o balbuceantes comentarios de portavoces empresariales, políticos y sindicales.

Esos sujetos han estado cobrando sustanciosas cantidades y durante bastante tiempo por no hacer nada. Tal vez cuando éramos ricos podíamos permitirnos mantener una especie de cementerio de elefantes en el que pudieran pasar un dorado retiro gentes a las que agradecer, premiar o apartar: ahí los De la Merced, los De la Riva, los Romero de Tejada, los Moral, los Arturos Fernández  y una larga y vergonzosa nómina de paniaguados, perceptores de la mamandurria que veían a garantizar la presencia de los intereses políticos, ideológicos, corporativistas, gremialistas, etc de los entes a los que representaban en los órganos de gobierno de Caja Madrid en su día, Bankia luego, es decir, bien enganchados a la ubre del sistema financiero.

Pero el sueño terminó  y resulta que ahora, para que continúe un poco más nuestra pesadilla, esos personajes bien reales tratan de quitarse de en medio en plan…bueno, yo pasaba por allí…yo no sabía...las decisiones se tomaban en otros despachos y bla,bla,bla. Ponían el cazo (no solo ellos a título personal) y, por acción u omisión,  son responsables de que ahora nos cueste a los españoles un considerable esfuerzo volver a hacer posible lo que ellos no debieron olvidar jamás: que administraban los ahorros de la gente,  la capacidad de intervenir en las necesidades ciudadanas a través de la obra social o el aporte de financiación imprescindible para funcionamiento del tejido empresarial, es decir, la creación de riqueza, de empleo, etc.

O sea, toda la presunción de inocencia que quieran. Pero, a ser posible, que nadie presuma una vez más la estupidez de la parroquia haciendo llamamientos a la calma y la sensatez que no son sino sinónimos de un intento, uno más, de ocultación. Veremos pero, puesto que lo que se ha disparado es el resorte de la acción penal, de lo que podríamos estar hablando no es de negligencias o despistes más o menos graves de individuos irresponsables, sino de delitos y delincuentes.

Y puede pasar algo más. No le corresponde a la Justicia pero tal vez (y sólo tal vez) la instrucción que ahora inicia el juez Andreu (de su sintonía con Garzón, quizás –y solo quizás- escribamos otro día) sea el preludio de un proceso largo, muy largo, que sirva para realizar un juicio y una condena paralelos a toda una clase dirigente, la que ha tenido y aún tiene el dudoso honor de serlo en un país que no es lo que soñó ser. Ojalá la democracia sea capaz de tanto.