lunes, 2 de diciembre de 2019

Economía verde



Hoy ha arrancado la COP25. Para quienes no estén muy versados, 25 significa que es la vigésimo quinta conferencia desde que en 1997 se celebrara en Berlín la primera. Pero todo eso ya se lo explicarán a ustedes cuando la mayor parte de las televisiones dejen de informarnos sobre cosas tan principales como la ocupación hotelera, los menús elaborados por restaurantes de postín para la ocasión o de los antisistema (sea lo que diablos sea un antisistema), perroflautas, CDRs y anarquistas varios que aprovechan para venir a violar viejecitas y maltratar infantes, y entren en detalle -si pueden- sobre porqué llevamos veintidós años preocupadísimos y sin que apenas cambie nada.

Van ustedes a oír hablar mucho de “economía circular” (basada, sobre todo, en la reutilización y el reciclaje) laeconomía azul” (que pone de manifiesto, más allá de la mera conservación, "la importancia de los mares y los océanos como motores de la economía por su gran potencial para la innovación y el crecimiento" en definición de la Unión Europea) y de la “economía verde” Sobre esta última les diré alguna cosa.

La expresión sin duda despierta simpatías nada más leerla, su definición podrá ser diversa dado que es omnicomprensiva. “Economía verde” Suena muy bien. Pero, como nos recuerdan Ulrich Brand y Miriam Lang en la extraordinaria obra recopilatoria Pluriverso (Icaria) de reciente publicación, que les recomiendo ya, la “economía verde” “...contiene una promesa triple: superar la crisis económica, la crisis ecológica y aliviar la pobreza" Todo eso. El concepto se acuñó en la primera década de este siglo por el Programa de Naciones Unidas para el Medio ambiente y se convirtió en una especie de paradigma global en la Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible conocida como Río+20.

Obsérvese que acaba de aparecer en este comentario ligado a la idea de “economía verde” la de “desarrollo sostenible”; está en el nombre mismo de la reunión de Río. Y debemos hacer, además, una tercera asociación: al concepto de “crecimiento” inherente (casi siempre) cuando nos hablan de desarrollo y que también recibe a menudo el apelativo de “sostenible” lo cual, dicho sea de paso y sin entrar en debates, es un oximoron puesto que en un mundo finito no cabe crecer indefinidamente y, por tanto, no hay sostenibilidad posible en esos términos.

En 2011 la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) desarrolló una llamada “Estrategia de Crecimiento Verde” y algo después la Comisión Europea pensó en poner en marcha -aunque quedó en nada dada la natural abulia de la institución- un plan para promover algo así como una economía de mercado ecológica que enfatizaba en la competitividad basada en la reducción de recursos y el incremento de su eficiencia; todo ello, cabalgado la ola de la benéfica e imparable evolución tecnológica, que viene siendo poco menos que una cuestión de fe.

La almendra del asunto es que quienes razonan tanto en torno a la idea de una “economía verde” vienen a concluir que el modo de parar la destrucción ambiental es reconocer y asignar un valor económico a la naturaleza y, a partir de ahí, ponerle precio. Ya se que usted, amigo/a ecologista, ha torcido el gesto con esto que acaba de leer; nota un aroma, un tufillo ¿verdad? Bueno, pues quienes hacen bandera de la “economía verde” arguyen que la naturaleza estará protegida si en los cálculos empresariales se la incluye como “capital natural” Así es que se cerraría el círculo y sería posible fomentar el crecimiento económico y preservar la naturaleza al mismo tiempo. Con un par.

El mencionado Ulrich Brand, miembro en su día de la Comisión de Estudio del Bundestag sobre Crecimiento, bienestar y calidad de vida, ha sugerido (op.cit) que en vez de hablar de “economía verde” lo hagamos de “capitalismo verde” para aludir tal vez a un modelo que sustituya al tan denostado (o no) neoliberalismo y la dictadura de las finanzas especulativas y más bien asilvestradas. Aunque Brand es alemán, nótese que sabe ironizar.

Un ejemplo para que se entienda a la primera: la transformación de la industria del automóvil europea hacia el coche eléctrico o el que utiliza agrocombustibles es sin duda una oportunidad “verde” que podría satisfacer a empresarios, gobiernos y sindicatos puesto que abre líneas de negocio nuevas e innovadoras y con márgenes interesantes para el beneficio empresarial respetando la competitividad, favorece el crecimiento económico y, por tanto, el empleo, las pensiones, etc  Los bancos, siempre en vanguardia, ya están en ello. Carlos Casas, responsable de talento y cultura del BBVA en un opúsculo que publicaba El País este domingo titulado Comprometidos con la sostenibilidad: ·”Las sociedades y los modelos productivos tienen que generar un mundo sostenible, y el futuro de la banca es financiarlo, movilizar inversión y fondos para construirlo” Gracias.

Si en nuestro ejemplo resulta que para materializar ese cambio hay que esquilmar las materias primas en África o América Latina o desposeer de su medio de vida a los agricultores indonesios para plantar colza o palma, pues nunca llueve a gusto de todos ni siquiera en el trópico. Y si vienen a por lo suyo pues ya lo hablamos con Turquía o con Libia o con quien esté dispuesto al comercio infame de la miseria.

De modo que si oyen hablar de “economía verde” es posible que estén ante alguien muy bien intencionado. Indaguen a qué se refiere no obstante. Yo lo pienso hacer; no digo que no haya quien pueda explicarnos algo que no conozcamos ya con otro nombre.