jueves, 23 de octubre de 2014

¡Que peste!

Tengo una duda: ¿cuándo podemos decir que un sistema está corrompido? ¿cuándo se podría decir que uno vive encima de un montón de mierda? Lo digo porque tal vez solo cuando concluyamos que esas afirmaciones son rigurosamente ciertas, en dimensión e intensidad, podremos empezar a pensar en soluciones parejas… en dimensión e intensidad.
Uno se dispone cada día a ponerse al corriente de la marcha de lo público y lo que consigue, lea lo que lea, mire donde mire, escuche lo que escuche,  es percibir el insoportable hedor de la corrupción o la miseria moral.
Sí, los mecanismos que toda democracia (sistema imperfecto y, por tanto, imperfectos esos mecanismos en todo caso) se da para luchar contra estas cosas funciona a toda máquina; y esa es una buena noticia. Pero la podredumbre y la miseria moral parecen llevar una delantera insuperable. Un corrupto ingresa en prisión pero, al tiempo, aparecen muchos más como la setas en este raro mes de octubre; un servidor de lo que es común expresa un propósito razonable y, simultáneamente, diez insultan nuestra inteligencia con una ocurrencia banal o una sinvergonzonería.
Que cansado es todo esto. Que estúpido. No es ya que uno alcance la convicción de que muchas cosas en las que creyó o quiso creer eran mentira o se han convertido en una maloliente falsedad o decepción; es que tanto tufo envejece…a pasos agigantados y no solo a la gente, también a los países.