Tengo una duda: ¿cuándo podemos decir que un sistema está
corrompido? ¿cuándo se podría decir que uno vive encima de un montón de mierda?
Lo digo porque tal vez solo cuando concluyamos que esas afirmaciones son rigurosamente
ciertas, en dimensión e intensidad, podremos empezar a pensar en soluciones
parejas… en dimensión e intensidad.
Uno se dispone cada día a ponerse al corriente de la
marcha de lo público y lo que consigue, lea lo que lea, mire donde mire,
escuche lo que escuche, es percibir el insoportable
hedor de la corrupción o la miseria moral.
Sí, los mecanismos que toda democracia (sistema
imperfecto y, por tanto, imperfectos esos mecanismos en todo caso) se da para
luchar contra estas cosas funciona a toda máquina; y esa es una buena noticia.
Pero la podredumbre y la miseria moral parecen llevar una delantera
insuperable. Un corrupto ingresa en prisión pero, al tiempo, aparecen muchos
más como la setas en este raro mes de octubre; un servidor de lo que es común
expresa un propósito razonable y, simultáneamente, diez insultan nuestra
inteligencia con una ocurrencia banal o una sinvergonzonería.
Que cansado es todo esto. Que estúpido. No es ya que uno alcance la
convicción de que muchas cosas en las que creyó o quiso creer eran mentira o se
han convertido en una maloliente falsedad o decepción; es que tanto tufo envejece…a pasos
agigantados y no solo a la gente, también a los países.