lunes, 22 de febrero de 2016

'Fashion Victims' y responsabilidad social

 
El programa del domingo de Salvados en La Sexta fue, como siempre, un ejemplo de buen periodismo: contó una historia de permanente actualidad, fue crítico con el estatus quo y ha provocado reacciones en la audiencia. Fashion Victims es la misma historia que ya contó en 1999 Naomí Klein en su obra No Logo: el poder de las marcas -de obligada lectura cuando uno se acerca a este asunto- aunque con referencias más detalladas a marcas españolas como Inditex, Zara, Mango, etc.

Para quien no viera este reportaje: en Fashion Victims se explica la deslocalización de las empresas textiles y su implantación en Camboya, Blangla Desh, Marruecos, América Latina y, en general, países en vías de desarrollo o, para decirlo sin eufemismos, países pobres o con infamantes bolsas de pobreza y explotación laboral. Es sencillo, las marcas no fabrican nada: son un constructo del marketing; un pantalón, una blusa…son manufacturados en talleres en los que trabajadores muy mal pagados y a menudo sin derechos sindicales ni protección social, emplean maratonianas jornadas en coser prendas de última moda y dudosa calidad acorde con la exigencia de un cambio continuo en la moda que favorezca el consumo creciente. Estas prendas se venden en el primer mundo a un precio cientos de veces superior a su coste de fabricación.
A veces ocurren desgracias como el terremoto que, en abril de 2013, en Dacca, Bangla Desh, derrumbó un edifico en el que había varios de estos talleres y segó la vida de 300 personas que cobraban por su trabajo 28 euros al mes. A veces una tragedia muestra de manera descarnada lo que está pasando cada día. Ese taller trabajaba, entre otros clientes, para la cadena de tiendas-marca irlandesa Primark. La reacción de quienes encargan su producción a estos talleres fue lamentarlo muchísimo e implementar algunas medidas menores tendentes a aliviar el sufrimiento de estos nuevos esclavos y, por supuesto, a extremar la exigencia de silencio y ausencia absoluta de transparencia como se vio en el trabajo de Ébole y su equipo.

Los efectos de estas deslocalizaciones también se hacen sentir, como es fácil comprender, en los países originarios de las marcas. En Fashion Victims se explica la secuencia seguida por Zara en Galicia, que es la misma en todas partes: la lógica capitalista hace que las marcas busquen el beneficio constante y creciente; más pronto que tarde eso conduce a que sus costes comerciales y de márketing se trasladen a los proveedores en forma de imposiciones en la producción que acaban siendo inasumibles; el paso siguiente es la huida hacia los países pobres dejando un rastro de pequeñas empresas arruinadas y paro galopante.
En el programa que La Sexta ofreció el domingo vemos y oímos cómo una trabajadora camboyana pide que la gente que a diez mil kilómetros de distancia tiene en sus manos la posibilidad de comprar lo que ella fabrica siga haciéndolo porque eso es lo que garantizará sus menos de 200 euros mensuales de miserable sueldo. ¿Qué otra cosa podría ella decir? Vemos y oímos también a quien desde dentro del negocio y con una mezcla de resignación y a mi que me registren, opina que si no fuera como es, las condiciones de vida serían mucho peores porque esas personas no tendrían siquiera la posibilidad de hacinarse en una habitación o comer menos que lo justo para sobrevivir; viejo y perverso argumento. Los efectos en los consumidores cuando conocen estas cosas son una cierta perplejidad, tal vez indignación y buenos propósitos… y, acaso, impotencia. Un bucle infernal.

Quizás bastara con que nosotros, la gente corriente, moderemos un consumo frenético que tiene que ver poco con la necesidad de vestirse y hasta el gusto tan humano por vestirse bien y más con una pulsión consumista absurda y exijamos a los gobiernos que sean beligerantes con este orden de cosas; por ejemplo, en nuestro caso explicando tal vez que Zara y Amancio Ortega no son ejemplo de emprendimiento ni de nada, que su actitud en este ámbito no es marca España, que no nos sentimos orgullosos de semejantes patriotas. Y pudiera ser que los medios de comunicación, las universidades, las escuelas de negocios… debieran abordar la necesidad de explicar a los futuros emprendedores, empresarios y profesionales del marketing y el comercio, que esa especie de confuso paradigma que es la responsabilidad social corporativa no es, no puede ser una coartada.