Ya me permitirán un desahogo…y mira que no quería escribir
sobre el tema, pero es que ando entre el aburrimiento y la náusea...y el miedo ¿No
podríamos –la gente corriente, quiero decir- acabar con todo esto de un
papirotazo? No ¿verdad? Ni siquiera el 20 de diciembre ¿no?
Vaya por delante que mi cuñado, el de San Feliú de Guixols,
opina lo mismo que yo: asistimos a un circo en el que dos gobiernos apoyados en organizaciones criminales (uno en
funciones; como diría Millás signifique lo que diablos signifique “en funciones”
y el otro boqueando) están a tribunalazos o a parlamentazos como esos
personajes siniestros y necios del cuadro de Goya que se atizan como si no
hubiera un mañana; aplaude el triste espectáculo entre bambalinas un grupo de
tipos y tipas que se dicen anticapitalistas –internacionalistas de su barrio
por tanto- y que están dispuestos a vender su alma a Milton Friedman con tal de…de…no
se muy bien de qué. En las gradas un público bien intencionado agita banderas
que tienen los mismos colores pero en diferente disposición. Y luego hay merodeando por los alrededores una fauna diversa entre la que tal vez los más pintorescos sean quienes sueñan con ver desfilar por la Diagonal a Pablo con su alegre trote cochinero mientras se fuman una faria bien repantingados en el sofá chester de casa. ¿Qué quien es Pablo? El carnero que ha fichado este año la Legión, que no estáis al día, amiguetes. Son los mismos personajes que ahora defienden la españolidad de Cataluña a gritos y antes boicotearon el cava aunque se lo ofreciera Mercadona, Eroski o la bodega de toda la vida en el corazón de Vallekas.
Así es que en este país goyesco hubo unas elecciones y de
ellas salió una mayoría (aberrante, ya digo, pero mayoría de las que llaman absolutas) Antes de
eso, unos defendían el carácter plebiscitario de la cita electoral y otros
sostenían que de eso nada. Ahora los segundos arrojan a la cara el resultado asegurando
que han perdido el plebiscito y los primeros alegan cargados de razón que
puesto que no se reconocía tal plebiscito, pues vale con la mayoría para poner
en marcha lo que precisaría de un plebiscito. Y todo por no preguntar como es
debido, en tiempo y forma quiero decir, oiga.
En estos últimos días no paro de oír en las tertulias a
gente sesuda asegurar con la convicción de un papagayo el lugar común de que ya ha pasado el momento del diálogo; que en las presentes
circunstancias ya no cabe sentarse para hablar, y ahora toca, dicen, esperar a
ver cómo se deslía esta madeja. Y se quedan tan tranquilos. No sé qué quieren
decir. No quiero saber qué quieren decir.