Estuve
en Berlín en aquéllos días. El Muro aún estaba en pié. Mañana
se cumplen 30 años de su caída.
De
niño oía hablar del “muro de la vergüenza” pero yo no sentí
vergüenza al lado de aquella pared gris, yo solo sentí aquella
mañana una gran tristeza, tal vez porque esos días amanecieron
fríos y la niebla era muy húmeda, tal vez porque todo era feo ¿Se
puede sentir una alegría triste o una tristeza alegre? Leerán
muchos artículos sobre el tema, así es que no les importunaré con
mis recuerdos.
Todos
los muros sirven para lo mismo, Borges escribió sobre la Gran
Muralla china: “para detener el curso de ejércitos infinitamente
lejanos, un emperador infinitamente remoto en el tiempo y en el
espacio ordena que infinitas generaciones levanten infinitamente un
muro infinito que de la vuelta a su imperio infinito”
Siempre es el
mismo muro.
Sigue
habiendo muchos. Como estos: México-Estados Unidos; Corea del
Sur-Corea del Norte; Macedonia-Grecia; India-Pakistán; Belfast
(Irlanda del Norte); Sáhara Occidental; Afganistan-Pakistán;
Palestina; Chipre; Calais (Francia); Ceuta y Melilla; Azerbayan;
Kuwait-Irak; Hungría-Croacia y Serbia; Bulgaria-Turquía y Siria;
Hong Kong-China; Austria-Eslovenia; Irán-Pakistán...y así hasta
44. Todos son mucho más jóvenes que el de Berlín y todos, como aquél, tratan de impedir que la gente encuentre una vida mejor.
Y
hay uno que no tiene ningún aspecto físico; no es de hormigón, ni
de acero, ni de púas, ni de arena: es el de la desigualdad que crece
y crece desde que aquel 9 de noviembre nos liberáramos de los
tiranos que venían del Este.