La Real Academia de la Lengua define eufemismo como “Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante” Lo opuesto sería disfemismo que según la RAE es “Modo de decir que consiste en nombrar una realidad con una expresión peyorativa o con intención de rebajarla de categoría”.
El
lenguaje coloquial lo utiliza para esquivar realidades que impresionan
fuertemente a los seres humanos: la muerte, la locura y el sexo. Un ejemplo de
esta dulcificación es que, por ejemplo, la palabra “cadáver” queda proscrita y
en su lugar hay que referirse a “cuerpo” algo un tanto paradójico si se piensa
que “¡cuerpo!” puede ser también un piropo y se referirá a alguien que,
obviamente, está muy vivo/a… También se evita tener que decir “morir” y parece
más fino referirse a que las personas “fallecen”, aunque sea de forma violenta.
Los “muertos” en un accidente o atentado no son tales sino “víctimas”. A las
realidades anteriores se añaden también hechos desagradables u ofensivos, como
las bajas funciones corporales (menudo eufemismo acabo de soltar ¿eh?) o lo
estéticamente feo; sin embargo, existen razones no sólo psicológicas, sino
sociales que impulsan el eufemismo. El zapatero listillo, por ejemplo, pondrá
como reclamo de su establecimiento “clínica del calzado”, el panadero llamará
orgullosamente a su panadería “boutique del pan”, y el delegado de limpieza o
de basuras será todo un “jefe del área de eliminación de residuos sólidos
urbanos”.
Especialmente
sensible es el lenguaje de la publicidad: así, por los anuncios de aparatos
gimnásticos puede uno enterarse de que no tenemos culo, ni siquiera nalgas,
sino más bien glúteos, que alguien también llamó eufemísticamente “el lugar en
donde la espalda pierde su honesto nombre” o, como diría mi vecina que es ¿cómo
decirlo? ¿”sensible” por no usar “infantiloide”? pompis.
Recordemos
algunos ejemplos muy comunes, por citar algunos de entre una infinidad:
Pasar
a mejor vida es morirse.
Padecer
de los nervios , puede ser, simple y llanamente estar demente.
Interrupción
voluntaria del embarazo es aborto.
Daños
colaterales: muerte de civiles
Relaciones
impropias: adulterio
Desaconsejar:
con frecuencia es mucho más que eso; es sinónimo de prohibir
Relevo:
cese
Recluso
o interno: preso
Limpieza
étnica: matanza racista
Métodos
de persuasión: tortura
Intervención
militar: guerra
Acompañante:
pareja
Miembro
viril: pene
La
técnica para expresar este disimulo y evadir el rechazo o incomodidad en quien
habla y/o escucha puede ser semántica o formal. Así existen procedimientos
semánticos como la sinonimia (“purgar” por “reprimir”), el circunloquio y la
perífrasis (“persona de movilidad reducida” por “tullido” o, lo último oído no
hace mucho por ahí: “persona con diversidad funcional” ), la sinécdoque
(“vientre” por “sexo”), la antonomasia (“carrera” u “oficio” por
“prostitución”), la metáfora (“báculo” o “tranca” – y mil más- por “pene”), el
infantilismo (“pipí” por “orina”), la antífrasis (“pacificación” por
“aplastamiento militar”), la lítote (“no apto” por “suspenso”), la negación
(“invidente” por “ciego”), el tecnicismo o el extranjerismo (“wáter” o
“toilette” por “retrete”), el uso de expresiones comodín como “eso” o “aquello
que te dije” etc…
En
el lenguaje político y, por contagio de éste, en el periodístico, es frecuente
usar esa cosa nefasta que conocemos como lo “políticamente correcto”, algo que
puede llevarnos tan lejos como al ridículo mismo (Los “miembros” y las
“miembras” es uno de los hallazgos más recientes).
Así,
en Norteamérica está mal considerado llamar negros a los afroamericanos, y en
España preferimos “de color”. Por ejemplo, al salario justo se ha llamado
sucesivamente salario suficiente, salario familiar, salario vital, salario
mínimo y salario razonable. A los “contratos a tiempo parcial” se reaccionó con
la denominación despectiva de “contratos basura”, que caló en el público, por
lo que la autoridad ingenió la denominación “contratos no ordinarios”, que es
la que ha servido para los documentos oficiales. Durante la dictadura de
Franco, la palabra “huelga” no podía aparecer en los medios de comunicación,
por lo cual la denominación semántica utilizaba era sumamente variable y
eufemística: “conflictos colectivos”, “anormalidades laborales”, “inasistencias
al trabajo”, “ausencias injustificadas”, “paros parciales”, “abandonos colectivos”,
“paros voluntarios”, “irregularidades laborales”, “fricciones sociales” y un
extenso y pintoresco etcétera.
A
finales del verano del pasado año, se celebró un interesante seminario en San
Millán de la Cogolla, patrocinado por el BBVA. Se planteó una vieja cuestión:
¿El lenguaje cambia la realidad al mismo tiempo que la presenta? Y una vez más
la respuesta quedó pendiente. No obstante, ahí va una pista que proporcionó el
catedrático de lengua José Portolés: Se concluye tranquilamente que si
“Roberto es un obrero”, tiene derecho a la Seguridad Social, pero si se explica
que Roberto es un obrero ecuatoriano, la frase proseguirá de otra manera: “pero
tiene derecho a la Seguridad Social”, o a la asistencia sanitaria, algo muy
controvertido en estos tiempos.
Hoy sabemos, por ejemplo, que si “para
garantizar el crecimiento es necesario realizar un ajuste impositivo” lo que
va a pasar con toda probabilidad es que habrá un incremento de los impuestos
como arma para luchar contra la crisis. Si oímos decir que se va a producir una
“regulación de rentas y activos” en relación con recursos que deben aflorar,
tal vez se trate del anuncio de una amnistía fiscal. Una “racionalización de su
uso” para referirse a los medicamentos, quizás sea una forma de copago, o de
repago, como dicen algunos. Un “recargo temporal de solidaridad” puede ser una
subida del IRPF y “cambiar la ponderación de los impuestos” pudiera ser un
incremento del IVA, aunque se hubiera negado hasta la náusea.