jueves, 12 de julio de 2012

Eufemismos


La Real Academia de la Lengua define eufemismo como “Manifestación suave o decorosa de ideas cuya recta y franca expresión sería dura o malsonante” Lo opuesto sería disfemismo que según la RAE es “Modo de decir que consiste en nombrar una realidad con una expresión peyo­rativa o con intención de rebajarla de categoría”.


El lenguaje coloquial lo utiliza para esquivar realidades que impresionan fuertemente a los seres humanos: la muerte, la locura y el sexo. Un ejemplo de esta dulcificación es que, por ejemplo, la palabra “cadáver” queda proscrita y en su lugar hay que referirse a “cuerpo” algo un tanto paradójico si se piensa que “¡cuerpo!” puede ser también un piropo y se referirá a alguien que, obviamente, está muy vivo/a… También se evita tener que decir “morir” y parece más fino referirse a que las personas “fallecen”, aunque sea de forma violenta. Los “muertos” en un acciden­te o atentado no son tales sino “víctimas”. A las realidades anteriores se añaden también hechos desagradables u ofensivos, como las bajas funciones corporales (menudo eufemismo acabo de soltar ¿eh?) o lo estéticamente feo; sin embargo, existen razones no sólo psicológicas, sino sociales que impulsan el eufemismo. El zapatero listillo, por ejem­plo, pondrá como reclamo de su establecimiento “clínica del calzado”, el panadero llamará orgullosamente a su panadería “boutique del pan”, y el delegado de limpieza o de basuras será todo un “jefe del área de eliminación de residuos sólidos urbanos”.


Especialmente sensible es el lenguaje de la publicidad: así, por los anuncios de aparatos gimnásticos puede uno enterarse de que no tene­mos culo, ni siquiera nalgas, sino más bien glúteos, que alguien también llamó eufemísticamente “el lugar en donde la espalda pierde su honesto nombre” o, como diría mi vecina que es ¿cómo decirlo? ¿”sensible” por no usar “infantiloide”? pompis.

Recordemos algunos ejemplos muy comunes, por citar algunos de entre una infinidad:


Pasar a mejor vida es morirse.


Padecer de los nervios , puede ser, simple y llanamente estar demente.


Interrupción voluntaria del embarazo es aborto.


Daños colaterales: muerte de civiles


Relaciones impropias: adulterio


Desaconsejar: con frecuencia es mucho más que eso; es sinónimo de prohibir


Relevo: cese

Recluso o interno: preso

Limpieza étnica: matanza racista

Métodos de persuasión: tortura

Intervención militar: guerra

Acompañante: pareja

Miembro viril: pene

La técnica para expresar este disimulo y evadir el rechazo o incomo­didad en quien habla y/o escucha puede ser semántica o formal. Así existen procedimientos semánticos como la sinonimia (“purgar” por “reprimir”), el circunloquio y la perífrasis (“persona de movilidad reduci­da” por “tullido” o, lo último oído no hace mucho por ahí: “persona con diversidad funcional” ), la sinécdoque (“vientre” por “sexo”), la antono­masia (“carrera” u “oficio” por “prostitución”), la metáfora (“báculo” o “tranca” – y mil más- por “pene”), el infantilismo (“pipí” por “orina”), la antífrasis (“pacificación” por “aplastamiento militar”), la lítote (“no apto” por “suspenso”), la negación (“invidente” por “ciego”), el tecnicismo o el extranjerismo (“wáter” o “toilette” por “retrete”), el uso de expresiones como­dín como “eso” o “aquello que te dije” etc…

En el lenguaje político y, por contagio de éste, en el periodístico, es frecuente usar esa cosa nefasta que conocemos como lo “políticamente correcto”, algo que puede llevarnos tan lejos como al ridículo mismo (Los “miembros” y las “miembras” es uno de los hallazgos más recientes).

Así, en Norteamérica está mal considerado llamar negros a los afroameri­canos, y en España preferimos “de color”. Por ejemplo, al salario justo se ha llamado sucesivamente salario suficiente, salario familiar, salario vital, salario mínimo y salario razonable. A los “contratos a tiempo parcial” se reaccionó con la denominación despectiva de “contratos basura”, que caló en el públi­co, por lo que la autoridad ingenió la denominación “contratos no ordinarios”, que es la que ha servido para los documentos oficiales. Durante la dictadura de Franco, la palabra “huelga” no podía aparecer en los medios de comunica­ción, por lo cual la denominación semántica utilizaba era sumamente variable y eufemística: “conflictos colectivos”, “anormalidades laborales”, “inasistencias al trabajo”, “ausencias injustificadas”, “paros parciales”, “abandonos colecti­vos”, “paros voluntarios”, “irregularidades laborales”, “fricciones sociales” y un extenso y pintoresco etcétera.

A finales del verano del pasado año, se celebró un interesante seminario en San Millán de la Cogolla, patrocinado por el BBVA. Se planteó una vieja cuestión: ¿El lenguaje cambia la realidad al mismo tiempo que la presenta? Y una vez más la respuesta quedó pendiente. No obstante, ahí va una pista que proporcionó el catedrático de lengua José Portolés: Se concluye tranquila­mente que si “Roberto es un obrero”, tiene derecho a la Seguridad Social, pero si se explica que Roberto es un obrero ecuatoriano, la frase proseguirá de otra manera: “pero tiene derecho a la Seguridad Social”, o a la asistencia sanitaria, algo muy controvertido en estos tiempos.

Hoy sabemos, por ejemplo, que si “para garantizar el crecimiento es necesa­rio realizar un ajuste impositivo” lo que va a pasar con toda probabilidad es que habrá un incremento de los impuestos como arma para luchar contra la crisis. Si oímos decir que se va a producir una “regulación de rentas y activos” en relación con recursos que deben aflorar, tal vez se trate del anuncio de una amnistía fiscal. Una “racionalización de su uso” para referirse a los medicamentos, quizás sea una forma de copago, o de repago, como dicen algunos. Un “recargo temporal de solidaridad” puede ser una subida del IRPF y “cambiar la ponderación de los impuestos” pudiera ser un incremento del IVA, aunque se hubiera negado hasta la náusea.