lunes, 7 de noviembre de 2011

Rubalcaba, Rajoy, Rubalcaba, Rajoy, Rubalcada…¿Hay alguien ahí?

Anoche no asistimos a un debate de ideas ni a la esclarecedora confrontación de dos programas políticos; ambas cosas, ideas y programas, es lo que se somete al escrutinio de los ciudadanos dentro de unos pocos días.
Lo que vimos anoche fue una conversación animada, un punto enfática a ratos, nada comprometedora (a menos que nos lo parezcan cuatro fuegos de artificio) entre un candidato que hace de la ambigüedad el eje transversal de su oferta y otro que difícilmente podrá convencer a nadie de que hará lo que, teniendo poder, no hizo.
También percibimos las ausencias: el escenario político español incluye, como resulta obvio, a muchos más actores, alguno de ellos en franca proyección. Pero pareciera que no existen: ni siquiera estaban en las infinitas e insufribles tertulias post-debate al filo de la madrugada.
La cobertura que los medios de comunicación ofrecieron estuvo ciertamente en lo que exige la pelea por la audiencia. Es curioso, sin embargo y salvando las muchas distancias, que la vomitiva presencia de la madre del Cuco en un programa de Telecinco levantara una gran polvareda en medio de las esencias del periodismo y, en cambio, a pocos les haya parecido un puro despliegue circense lo ocurrido ayer.
Mientras duró el debate y aún después, resultaba muy interesante observar como en el plató del Palacio de Congresos y en los de las distintas cadenas de televisión, se oficiaba una liturgia antigua, mientras el verdadero debate, el debate vivo y espontáneo estaba en Twitter. Y el bipartidismo sin enterarse; o lo que es peor, creyendo que las redes sociales son un instrumento más de propaganda y solo eso: dada penita leer los comentarios de González Pons, por ejemplo.
¿Quién ganó? ¿Quién perdió? A mi me parece irrelevante; no creo que estemos para gilipolleces. Perdió la democracia por incomparecencia y no sacamos gran cosa en claro.

Juan A. Cabrera