“Cuando el dedo señala la luna, el necio mira el dedo” Vale para el caso el viejo proverbio oriental, aunque en esta ocasión quien procura no mirar al satélite que nunca muestra su cara oculta no lo hace tanto por necedad como interesadamente. Me refiero, claro, a la querella presentada por el dedo acusador de UPyD contra el anterior Consejo de Administración de Caja Madrid que, como saben, ha sido admitida a trámite por la Audiencia.
Esa formación política no tenía representantes en el tal
Consejo y, por tanto, su iniciativa a nadie de su familia afecta; estaría pues
actuando de modo oportunista. Eso es lo que, según quienes se han dedicado a
marear la perdiz para que no se lleve a cabo investigación alguna, aseguran que
pasa. Es decir, que en esta perversión del
lenguaje y los argumentos de los que algunos estamos ya hasta la
coronilla, quien actúa como corresponde,
lo hace en realidad movido por intereses bastardos. Y quien juega a la ocultación directamente o
por tibieza resulta ser prudente y cauto, virtudes de las que no hizo gala
cuando verdaderamente debió, esto es, a la hora de administrar lo que era de
todos.
Pero dejemos ese tema, al fin y al cabo asunto miserable de
gentes miserables. A la postre, tampoco me resulta especialmente grata la
defensa de la formación que lidera Rosa Díez, tan tornadiza y zigzagueante en
otras oportunidades.
Me gustaría oír desde luego qué tienen que decir, además de
otras instituciones, la CEOE, los sindicatos y los partidos mayoritarios al
respecto. Y en la hora en que escribo estas líneas, más de veinticuatro después
de ser admitida la querella, ni están ni se les espera.
Pero la imputación del juez Andreu, que lo es a las personas, contiene una implicación
directísima de todas esas instituciones, pues a ellas representaban en el
Consejo sobre el que ahora se cierne la instrucción. Solo oigo el silencio, un
espeso silencio, o balbuceantes comentarios de portavoces empresariales,
políticos y sindicales.
Esos sujetos han estado cobrando sustanciosas cantidades y
durante bastante tiempo por no hacer nada. Tal vez cuando éramos ricos podíamos
permitirnos mantener una especie de cementerio de elefantes en el que pudieran
pasar un dorado retiro gentes a las que agradecer, premiar o apartar: ahí los
De la Merced, los De la Riva, los Romero de Tejada, los Moral, los Arturos
Fernández y una larga y vergonzosa
nómina de paniaguados, perceptores de la mamandurria que veían a garantizar la
presencia de los intereses políticos, ideológicos, corporativistas, gremialistas,
etc de los entes a los que representaban en los órganos de gobierno de Caja
Madrid en su día, Bankia luego, es decir, bien enganchados a la ubre del
sistema financiero.
Pero el sueño terminó y resulta que ahora, para que continúe un poco
más nuestra pesadilla, esos personajes bien reales tratan de quitarse de en
medio en plan…bueno, yo pasaba por allí…yo no sabía...las decisiones se tomaban
en otros despachos y bla,bla,bla. Ponían el cazo (no solo ellos a título personal) y, por acción u omisión, son responsables de que ahora nos cueste a los
españoles un considerable esfuerzo volver a hacer posible lo que ellos no
debieron olvidar jamás: que administraban los ahorros de la gente, la capacidad de intervenir en las necesidades
ciudadanas a través de la obra social o el aporte de financiación imprescindible
para funcionamiento del tejido empresarial, es decir, la creación de riqueza,
de empleo, etc.
O sea, toda la presunción de inocencia que quieran. Pero, a
ser posible, que nadie presuma una vez más la estupidez de la parroquia haciendo
llamamientos a la calma y la sensatez que no son sino sinónimos de un intento,
uno más, de ocultación. Veremos pero, puesto que lo que se ha disparado es el
resorte de la acción penal, de lo que podríamos estar hablando no es de negligencias
o despistes más o menos graves de individuos irresponsables, sino de delitos y
delincuentes.
Y puede pasar algo más. No le corresponde a la Justicia pero
tal vez (y sólo tal vez) la instrucción que ahora inicia el juez Andreu (de su sintonía
con Garzón, quizás –y solo quizás- escribamos otro día) sea el preludio de un
proceso largo, muy largo, que sirva para realizar un juicio y una condena
paralelos a toda una clase dirigente, la que ha tenido y aún tiene el dudoso
honor de serlo en un país que no es lo que soñó ser. Ojalá la democracia sea
capaz de tanto.