En mi opinión Bernard-Henri Levy es un intelectual (sea lo que diablos sea un intelectual, como diría Juan José Millás) que uno no sabe a menudo en donde situar, lo cual es una virtud (de él) cuando alguien se dedica a pensar y contarlo, pisando a menudo sobre los escenarios de la barbarie, de cualquier clase de barbarie. Levy no escribe desde los despachos aunque sea un dandi.
A mediados de los setenta algunos - muy mal encaminados, como
el tiempo ha demostrado- preferíamos escapar de ciertos pragmatismos (sí, tan
pronto) y alimentar nuestras entendederas con las cosas que escribían tipos
como Levy, Glucksmann o, en España, el discreto irreverente Eugenio Trías o el rarito
Alfonso Carlos Comín. Preferíamos, las clases magistrales de sujetos como Vintila
Horia capaces de explicar sin despeinarse las relaciones entre la física
cuántica y el Espacio de Viena (y hacerse entender por aquellos sacos de perplejidad y
hormonas que éramos) o Manuel Tuñón que enseñaba a sentir orgullo solo por amar el
deseo de saber y no dar nada por sentado en el terreno del pensamiento y menos si es orgánico, a los experimentos de incipiente democratización de la universidad tan sectarios como académicamente vacíos y estériles. Aquellos tipos estrafalarios que éramos, tan pronto hacíamos
en clase una puesta en común sobre Marcuse o sobre Wright Mills, como trabajábamos en el negociado de traspasos y transferencias de un banco y entregábamos parte del sueldo en casa, o nos íbamos en verano a visitar el mausoleo del sátrapa Dimitrov (el otro Lenin) mojama viva, que hubiera dicho José Mota.
Explico esto no porque yo sea un pedante, sino precisamente
para poner en contexto lo que quiero decir: que con esos mimbres a nadie puede
extrañar que Levy me produzca, dependiendo de las condiciones de presión y temperatura,
irritación, o fervor; no hay término medio. Eso y que me provocan un espontaneo repeluco los discursos en particular y la clase dirigente en general se confiese de un credo o de otro. La gente que no somos ni de la
generación del 68 ni hijos de Willy Brandt constituimos una especie de tierra de nada, de parias de la izquierda...y así nos luce el pelo.
Esta vez toca la de cal.
Bernard-Henry Ley escribe hoy en El País (http://elpais.com/elpais/2016/03/04/opinion/1457114799_802979.html)
que “…en resumen, lo que la llamada
crisis de los refugiados está dinamitando no es otra cosa que Europa como tal”
y, más adelante: “Y tal vez nos encontremos ante lo que ni la crisis griega del
año pasado, ni la debacle financiera de 2008, ni siquiera las maniobras de
Vladímir Putin consiguieron provocar: la muerte del gran y hermoso sueño de
Dante Alighieri, Edmund Husserl y Robert Schuman”
Como vistos mis antecedentes, soy un gran descreído, me parece que la Unión Europea de hoy no tiene nada que ver con aquella que,
junto a la búsqueda del bienestar de los europeos, soñaba irradiar los Derechos
Humanos más allá de sus fronteras. El empuje débil del desahuciado ya sin
patria, insignificante en términos cuantitativos, ha bastado para tornar en
concertinas hermosos textos, himnos emotivos y loables propósitos. Ni siquiera
los niños ahogados a cientos conmueven ya a una caterva de parásitos burócratas.
Hubo un país que se atrevió a plantarles cara un rato y lo están convirtiendo
en un campo de concentración para propios y extraños…y es uno de los nuestros...¿qué cabe pues esperar?
Soy muy pesimista.
¿Se han dado cuenta de que ya apenas de
habla de la necesidad de avanzar en la unidad política de los europeos? ¿Qué
fue de aquello de la Europa de los Pueblos
o la Europa de las Ciudades, ¿qué de la libre circulación de personas y de ilusiones que
movía energías de todo tipo y condición? Nuestros gobernantes
y buena parte de los que aspiran a serlo, hablan de equilibrios presupuestarios
o del cumplimiento de objetivos de estabilidad, no de espacios socialmente
integrados; hablan de mercados, no de proyectos paneuropeos ¿A quién le importa
hoy un carajo si a tu ciudad le toca o no la capitalidad cultural europea por ejemplo? ¿de
qué sirve?
Si el resultado de las políticas de los estados y de la propia
Unión es la desigualdad creciente de los propios europeos (http://www.oxfamintermon.org/es/documentos/11/09/13/trampa-de-austeridad)
¿importará algo a nuestros gobernantes que el Mar Egeo se convierta en un
cementerio o que en las fronteras se oiga a todas horas el aliento entrecortado
de la desesperación?
Lean el artículo de Bernard-Henri Levy. Es más optimista
que yo. Irrítense con él si quieren, ya digo que a mi me pasa a veces; yo hoy
he visto una vez más en televisión las imágenes del horror, el egoísmo y la cobardía y no me lo puedo permitir.