sábado, 17 de noviembre de 2012

Sin salidas


Algunos estamos pasando de la preocupación al temor. Y por temor no entiendo el que inocula en la gente esta agresión neoliberal de ámbito continental o acaso planetaria que sufrimos va ya para cinco años. Eso ya sabemos de qué va: lo hemos visto más veces y estamos al tanto de que el miedo es la herramienta fundamental de lo que algunos llaman la estrategia del shock. Eso ya se puso en práctica en otros lugares, en América Latina con el sanguinario acompañamiento de las dictaduras y en Gran Bretaña con el aplauso de la dictablanda de la señora Thatcher. Lo que nos pasa en España y en Europa no es distinto, es sólo su enésima edición corregida.

Me refiero más bien a que la contumacia en las llamadas políticas de austeridad, la insistencia en apretar las tuercas a la gente hasta límites insoportables, la persistencia en mentir a la ciudadanía y la perplejidad irresponsable (no es responsabilidad la inacción de la socialdemocracia sino lo contrario) son el caldo de cultivo de algo que da miedo.

Es este un mundo extraño. Si me llegan a decir hace pocos meses que serían los jueces quienes levantarían la voz a favor de quienes más están sufriendo (los desahuciados) las consecuencias de esta mal llamada crisis, y por mejores nombres, estafa, indecencia, agresión ya digo, no lo hubiera creído se contara como se contara. No, desde luego, porque no crea que los jueces y magistrados no tengan conciencia social, sino porque no es un estamento aficionado a esta clase de pronunciamientos ni quizás deba serlo… en condiciones normales. Interpretar y aplicar las leyes debería ser suficiente, y ya es bastante.

Ahora el Gobierno ha cometido un nuevo atentado contra los españoles: engañar a todo el mundo con un decreto que solo pone a salvo de los desahucios a unos pocos (los supuestos son absolutamente insuficientes) y que a, demás, ni siquiera establece una moratoria para el pago de las deudas pues, como no paraliza el devengo de intereses a tipos que bien podrían considerarse usura, dentro de dos años los supuestos beneficiarios de la medida estarán en peor situación aún, con una deuda acrecida y con las mismas posibilidades de pagarla, esto es ninguna.

La mayor fuerza de oposición, el PSOE, no prestó su aquiescencia a la medida saliendo de esa especie de remedo de negociación al que se prestó. Si desde el primer momento supieron (y los supieron) que el PP no aceptaría ninguna aportación y seguiría enseñoreándose de su traicionada hasta la náusea mayoría ¿por qué siguieron negociando? Y una vez rota la baraja ¿por qué  no se ponen al frente de la procesión para que las protestas se oigan en el mismísimo cielo?

La de los desahucios es probablemente la consecuencia más grave de la respuesta neoliberal a la crisis, es decir, de la gran mentira que padecemos. Hay más, como bien sabemos ya: la destrucción de todo lo que pueda llevar el apellido público, entre otras.

Así es que estamos en Europa (y en España) ante un poder que aplasta a las clases medias y favorece el crecimiento de la brecha entre los ricos y los pobres cada vez más pobres y en mayor número, y ante el silencio culposo de la socialdemocracia (el único contrapoder posible) en cualquiera de sus formas y matices que aún se atreve a pedir tiempo para reorganizar sus filas y recomponer sus creencias; sin darse cuenta de que nosotros, la gente, no tenemos ese tiempo.

¿Qué temo entonces? La aparición de fuerzas al estilo de los neonazis griegos? ¿salvapatrias a los que todos seguiremos como las ratas al flautista del cuento? No, no eso lo que temo. Eso forma parte del discurso dominante, interesando o erróneo; eso no ocurrirá. Lo que de verdad me da pánico es que envalentonados unos y temerosos otros, sin freno unos y sin capacidad de moderación los otros, no nos dejen a la gente (eso son las naciones, eso son las sociedades: su gente y no abstracción alguna) más salida que la desobediencia o el estallido.