Dicen
los especialistas en psicología social que un efecto de las
pandemias y catástrofes es una suerte de paralización; uno entra en
una especie de depresión, se amohina en un rincón del cuarto de
estar y ahí me las den todas. Los más levantiscos se apuntan a la doctrina del shock que consiste básicamente -lean a Naomí
Klein- en que te la meten doblada aprovechando que estás en un pasmo. Y
luego están los que, incapaces de pensar soluciones, buscan
culpables todo el tiempo, eso sí, sin moverse del sofá.
Vale,
cuando todo esto pase, organizamos un Núrember de andar por casa y
los metemos a todos en la cárcel (si caben que, llegado el caso, son
muchos y de diferentes responsabilidades y rangos) pero ahora mejor
no vamos a reclamar al piloto, al copiloto, al sobrecargo y a los
auxiliares de vuelo por la bazofia de comida que dan en el avión no
sea que se distraigan en plena turbulencia; mayormente porque no
tenemos otra tripulación.
También
podemos desde eso que (a veces de un modo algo pomposo) llamamos
sociedad civil, dejar de pedir: que si nos avisan tarde, que si los
niños, que si qué hay de lo mío, que si la abuela fuma...Bastaría
con una exigencia inmediata y otra para pasado mañana: que se
proteja a los sanitarios y a los viejos; obviamente, los primeros
porque son los que nos pueden salvar y los segundos porque están
cayendo como moscas y no hay razón (¡no la hay, hostias!) para que
sea así. La de pasado mañana es dejarse de mandangas y acordar ya
la Renta Básica Universal, no esa pantomima del Ingreso Mínimo
Vital en la que anda el Gobierno y los interlocutores sociales sea lo
que diablos sea “los interlocutores sociales” No me pidan que
explique la diferencia, tengan la bondad: hay mucha literatura
accesible al respecto y yo mismo lo he comentado en este blog; si no
lo copio es porque está muy feo citarse a uno mismo.
Desde
el inicio del estado de Alarma ha pasado un mes. A parte de la
respuesta a la evolución de la enfermedad, el Gobierno ha puesto en
marcha muchas medidas cuya operatividad y eficacia está aún por
ver. La que sí está muy clara es la intención: en su mayoría
pretenden proteger o ayudar a quienes tienen pocas capacidades de salir adelante por sus propios medios.
Hecho
en falta a esos liberales, apóstoles del emprendimiento y campeones del ERTE, proponiendo
cosas: por donde reorientar algunas industrias; de qué modo
desmontar el oligopolio de la energía a fin de adaptar ese sector
estratégico a la realidad social y dejar de trincar; cómo optimizar
unas formidables infraestructuras turísticas en el futuro inmediato
con fórmulas creativas, tan dinámico como es ese sector; de qué
manera mejorar nuestras exportaciones. No veo la ingeniería
financiera que tanto ayudó a robar a todo dios, poniéndose al
servicio de quienes, habiéndoles salvado a ellos en su día de la
ruina, en algún momento volverán a necesitar una línea de
descuento o un préstamo al consumo. Cómo, en definitiva, hacer de la
necesidad virtud, hacer que, en efecto, toda crisis sea una
oportunidad y otros mantras que tanto le gustan al capitalismo. Ya tardan ¿A
qué esperan? ¿A que el Estado, el maldito estado, el inútil e
ineficiente Estado, les saque las castañas del fuego? ¿A que escampe?