jueves, 16 de abril de 2020

¡A ver esos liberales!


Dicen los especialistas en psicología social que un efecto de las pandemias y catástrofes es una suerte de paralización; uno entra en una especie de depresión, se amohina en un rincón del cuarto de estar y ahí me las den todas. Los más levantiscos se apuntan a la doctrina del shock que consiste básicamente -lean a Naomí Klein- en que te la meten doblada aprovechando que estás en un pasmo. Y luego están los que, incapaces de pensar soluciones, buscan culpables todo el tiempo, eso sí, sin moverse del sofá.

Vale, cuando todo esto pase, organizamos un Núrember de andar por casa y los metemos a todos en la cárcel (si caben que, llegado el caso, son muchos y de diferentes responsabilidades y rangos) pero ahora mejor no vamos a reclamar al piloto, al copiloto, al sobrecargo y a los auxiliares de vuelo por la bazofia de comida que dan en el avión no sea que se distraigan en plena turbulencia; mayormente porque no tenemos otra tripulación.

También podemos desde eso que (a veces de un modo algo pomposo) llamamos sociedad civil, dejar de pedir: que si nos avisan tarde, que si los niños, que si qué hay de lo mío, que si la abuela fuma...Bastaría con una exigencia inmediata y otra para pasado mañana: que se proteja a los sanitarios y a los viejos; obviamente, los primeros porque son los que nos pueden salvar y los segundos porque están cayendo como moscas y no hay razón (¡no la hay, hostias!) para que sea así. La de pasado mañana es dejarse de mandangas y acordar ya la Renta Básica Universal, no esa pantomima del Ingreso Mínimo Vital en la que anda el Gobierno y los interlocutores sociales sea lo que diablos sea “los interlocutores sociales” No me pidan que explique la diferencia, tengan la bondad: hay mucha literatura accesible al respecto y yo mismo lo he comentado en este blog; si no lo copio es porque está muy feo citarse a uno mismo.

Desde el inicio del estado de Alarma ha pasado un mes. A parte de la respuesta a la evolución de la enfermedad, el Gobierno ha puesto en marcha muchas medidas cuya operatividad y eficacia está aún por ver. La que sí está muy clara es la intención: en su mayoría pretenden proteger o ayudar a quienes tienen pocas capacidades de salir adelante por sus propios medios.

Hecho en falta a esos liberales, apóstoles del emprendimiento y campeones del ERTE, proponiendo cosas: por donde reorientar algunas industrias; de qué modo desmontar el oligopolio de la energía a fin de adaptar ese sector estratégico a la realidad social y dejar de trincar; cómo optimizar unas formidables infraestructuras turísticas en el futuro inmediato con fórmulas creativas, tan dinámico como es ese sector; de qué manera mejorar nuestras exportaciones. No veo la ingeniería financiera que tanto ayudó a robar a todo dios, poniéndose al servicio de quienes, habiéndoles salvado a ellos en su día de la ruina, en algún momento volverán a necesitar una línea de descuento o un préstamo al consumo. Cómo, en definitiva, hacer de la necesidad virtud, hacer que, en efecto, toda crisis sea una oportunidad y otros mantras que tanto le gustan al capitalismo. Ya tardan ¿A qué esperan? ¿A que el Estado, el maldito estado, el inútil e ineficiente Estado, les saque las castañas del fuego? ¿A que escampe?