sábado, 21 de mayo de 2016

Muros


El Muro de Berlín cayó en la noche del 9 al 10 de noviembre de 1989. En la primavera siguiente aún estaba en pie el Checkpoint Charlie y prácticamente todo el Muro, pero en los alrededores de la Puerta de Brandenburgo se vendía la historia en pequeños trozos de hormigón junto con toda una parafernalia de insignias, gorras, correajes, condecoraciones… presuntamente de la antigua Policía Popular, los Vopos. Compré un pequeño catalejo de fabricación rusa que regalé a mi hijo, quizás para que alcanzara el horizonte si eso le pudiera ser de alguna utilidad. En aquella lluviosa y fría mañana de abril la zona era como un escenario abandonado y, alejándome hacia el Este, hacia el final de tantas cosas, por la famosa avenida Unter den Linden, recuerdo que lo único que sentí fue melancolía; no sabría decir por qué.

Muchos años después, en un encuentro de periodistas con Alonso Álvarez de Toledo, embajador español en la RDA aquellos días, recordábamos que más allá de los movimientos de la política, el muro de la vergüenza (así se le llamó mucho tiempo) cayó finalmente por casualidad. Permitan que refiera el episodio, no por conocido, menos peculiar: El día 9 un portavoz de la RDA, Günter Schabowski, leía un comunicado en rueda de prensa para anunciar que “…se podrá viajar fuera de la RDA sin condiciones previas…” Un periodista de Bild Zeintug, Peter Brinkmann, preguntó “¿Cuándo?” Y la respuesta en absoluto prevista de Schabowski fue “…según creo yo, inmediatamente” El embajador lo cuenta muy bien en un artículo publicado en El Mundo: http://www.elmundo.es/la-aventura-de-la-historia/2014/11/05/54590409268e3e932f8b458f.html
El resto es sabido, lo política de bloques que había separado al Este de Europa de lo que, para entendernos, llamaremos Occidente durante 28 años, terminó por un error burocrático. Las paradojas de la historia.

No conozco a nadie que no celebrara la caída del Muro de Berlín; ni de derechas ni de izquierdas. Pero conozco poca gente, de izquierdas o de derechas, que levante la voz para denunciar que la infamia, lejos de terminar, ha ido a más. En el verano de 1961 una de las ciudades más bellas y vitales de Europa quedó dividida por los intereses de la geopolítica y la ideología. Aquello acabó y con aquello un modo de entender el mundo.
Quiero creer que los nuevos muros de la vergüenza no son un modo de entender el mundo, sino solo el producto pasajero de la injusticia y la estupidez y, por tanto, episodios como tantos otros con los que se arma la Historia.

En el mundo hay hoy 65 muros transfronterizos, 49 más de los que había cuando cayó el de Berlín. Es de 1980 el que construyó Marruecos en la zona de Tinduf, frontera con Argelia, para separar las zonas controladas por el Frente Polisario; en Belfast, Irlanda del Norte, existen lo que eufemísticamente se llaman “líneas de paz” que separan comunidades católicas de protestantes, algunas de las cuales datan de finales de los años sesenta; en el 74 se levantó una barrera que parte en dos la capital de Chipre, Nicosia, y separa comunidades filo turcas de las pro griegas. Son solo tres ejemplos del fracaso de la diplomacia…o de la condición humana.
Son más recientes -eso es lo descorazonador- otras murallas, de ladrillo, de chapa, de hormigón, de alambre de espino, a veces el muro es un mar lleno de muertos…tanto da: son las que pretenden absurdamente detener el viento o contener el torrente en un puño. Hungría/Serbia; España/Marruecos; Grecia/Turquía; India/Bangladesh; Bulgaria/Turquía…Todas son recientes, todas  son injustas;  y es falso que se levanten para preservar nuestro modo de vida…sólo son el fruto amargo del egoísmo.

Y son, sobre todo, producto del miedo.
Quizás debiéramos desempolvar aquel viejo catalejo ruso y echar un vistazo. Tal vez, efectivamente, se pueda ver más allá del horizonte, hacia el futuro, un futuro acaso  mejor… aunque sea por casualidad.