Señora concejala:
Ha estropeado usted una espléndida mañana de domingo. Me la ha estropeado a
mi y a quienes estaban a las 12,30 del domingo 18 de este mes de
septiembre en el comienzo de la calle Embajadores, casi en la Plaza de
Cascorro. Un domingo de Rastro; una maravillosa mañana de otoño madrileño.
Disculpe que distraiga unos minutos su atención; estoy seguro de que le
interesará lo que quiero contarle.
Acudí esa mañana a ese lugar para escuchar la música de Madrid Hot Jazz
un grupo de estupendos instrumentistas que ya se han ganado merecida fama entre
los madrileños que gustan de las cosas hermosas y sencillas que Madrid puede
ofrecer gratis. A mi lado, un señor de mediana edad aseguraba haberse
desplazado desde Getafe para lo mismo que yo. Sospecho que, como nosotros, no
pocas de las personas que formaban el nutrido corrillo de una audiencia
encantada eran también aficionados al jazz, el swing y el dixie.
De pronto tres agentes de la Policía Municipal aparecieron en escena
exigiendo a los músicos no se qué permisos. Eran seis y solo tres disponían de
una credencial. Así es que se acabó la magia de una espléndida mañana de otoño
en Madrid. El saxofonista hizo sonar algunas notas tristes en su instrumento y
a media voz anunció que eso era todo lo que podíamos esperar gracias al
Ayuntamiento de Madrid; tomaron sus bártulos y se marcharon. Triste.
Incomprensible. Estéril.
Quiero creer que usted entiende bien, porque representa eso que se ha dado
en llamar la nueva política, que no hay explicación para esta forma de violentar
mi bienestar y el de los que pacíficamente, sin molestar a nadie, escuchábamos
a quienes pacíficamente, sin molestar a nadie, colaboraban a hacer mejor una
calle, una plaza de Madrid, a quienes de un modo noble como pocos intentaban
ganarse la vida.
Si, ya se que andan ustedes en comités de estudio y se emplea a
fondo en la elaboración de normativas que imaginan justas. Es fácil: dejen
a la gente en paz. Viaje usted un poco: en ninguna parte de Europa se ponen
tantas dificultades a la música callejera como en Madrid. Ya hay suficientes
normas: las que regulan la convivencia; no hacen falta especialidades.
¿Sabe qué es lo que más incomodidad me produce? Debí haber pedido
explicaciones a los policías en calidad de simple ciudadano dueño como ellos o
como usted del espacio público, y no lo hice. ¿Sabe por qué? porque soy un
ingenuo que da por sentado que las fuerzas del orden están para protegernos a
los ciudadanos (a todos, a los que interpretaban su estupenda música y a
quienes les escuchábamos) y no para irrumpir en nuestra calma (la de ellos y la
nuestra) y alterarla de manera completamente gratuita; así es que ya no se
reaccionar ante eso. Sabía. Mire, quizás usted no lo comprenda porque es muy joven. Yo no. Yo soy mayor; sabía reaccionar, pero después de tantos años de vivir en democracia creí que nada de eso era necesario, que se daba por sentado que no era preciso pelear por las libertades en asuntos tan sencillos, tan cotidianos, a cada instante, así es que he perdido reflejos. Son tiempos de decepciones; esta es una más.
Así es que de algún modo es usted también responsable de este malestar que
tengo, de esta extraña sensación que va de la impotencia al enfado, de la
perplejidad a la frustración. Es que ¿sabe? Sí, si lo sabe: es usted la que
tiene el poder. Ejérzalo ya como quienes la votaron, hace ya tiempo sobrado, quieren
que lo haga; usted sabe bien a qué me refiero.
Muchas gracias por su atención.