miércoles, 25 de enero de 2012

Camps y Costa

Si este fuera un país normal, una vez conocido el veredicto del jurado popular en el caso de los trajes, lo que habría que hacer es evitar todo comentario adicional. Si acaso, deberíamos condolernos con María Dolores de Cospedal respeto de la imposible reparación del daño causado a esos ejemplos de virtud que son Camps y Costa.

Pero no estamos en un país normal y, como hemos oído lo que hemos oído (salvo Cospedal), podemos invocar el sentido común para asegurar que tal vez el Jurado no se ha equivocado por mayoría respecto a considerar que no hay pruebas de haber cometido cohecho impropio pero, tras el juicio, queda la más que razonable duda de si es peor, mucho peor: vale, no es seguro que recibieran regalos (joder, lo que hay que tragar) pero permitieron que todo se impregnara de una espesa capa de porquería. ¿Responsabilidad política? Hombre, faltaría más.

Tiene una ventaja el hecho de que el juicio se haya terminado: que ya no oiremos más insultos a la inteligencia ni tendremos que aguantar esas edificantes conversaciones con El Bigotes. Y en cuanto a retribuciones por los servicios prestados y el sufrimiento padecido, que nombren a Camps fallera mayor vitalicia y  a Costa príncipe de la horchata. Oyes.