martes, 28 de agosto de 2012

El peligro amarillo


No soy aficionado a las tertulias. No, desde luego, a las que pretenden alguna singularidad, es decir, literarias, sobre cine, sobre famoseo, las de la piscina de mi urbanización (escuela de vida en común en todo caso) o sobre la excitante vida sexual de las lapas.

Generalmente, las antedichas –las tertulias, no las lapas- solo sirven para que uno o dos de los asistentes se luzcan con sus sin duda utilísimos conocimientos y los demás se esfuercen por orientar la charla –casi siempre sin éxito- hacia algún punto en particular que dominan a base de darle al Google o a los crucigramas de (cabroncete, Mambrino, que te tengo calao) de El País.

Tampoco frecuento las de política general, ya sean en la radio o en la cada vez más vomitiva televisión. Ello es así porque, cuando las atendía jamás escuché a algún partícipe reconocer con un gesto que hubiera sido de agradecer: mire usted, es que de ese asunto no tengo ni pajolera idea. Eso le hubiera vuelto humano a él y a quienes con él estaban. Pero no. Esos tipos y tipas que saben de todo y de todo opinan con convicción y conocimiento de causa se me antojan marcianos pues tales pozos de conocimiento no son corrientes en este mundo nuestro. Yo creo que la sonda como se llame (ese ingenio absurdo que hemos enviado al planeta rojo como si no tuviéramos otra cosa en que gastar la pasta por estos barrios) no va a encontrar vida inteligente (en ciertos casos es solo un decir) sencillamente porque está entre nosotros.

En fin, me disculparán este largo exordio. Viene al caso para explicar mi estado de ánimo postvacacional; tan jodido es que, sí, he estado viendo una tertulia en televisión. Y no solo eso, sino que me ha suscitado reflexiones creo que de utilidad, ya ves tú. Espero que no sea un precedente o me lo tendré que hacer mirar.

Lo que se discutía es el dilema moral de si es peor finiquitar los ahorros del personal a base de ese arma de destrucción masiva que son las preferentes, o merece más reprobación asaltar un supermercado dejándose detener sin oponer violenta resistencia. Les ahorraré reproducir aquí los mejores momentos de la discusión; seguro que ya están hasta el colodrillo de escuchar  argumentos parecidos de los unos y los otros.

Pero me quedé seriamente preocupado al escuchar a un tertuliano aficionado a tildar de demagogos a todo quisqui siendo él la quintaesencia del argumento intelectualmente tramposo, afirmar que ese camino que han emprendido (Sánchez Gordillo y otros) es muy peligroso por cuanto no se sabe en qué puede acabar.

Es decir: sabemos en qué ha acabado la libérrima circulación de capitales; en qué está acabando Europa; en qué puede terminar el estado del bienestar y todo lo que tenga el apellido público. Conocemos bien cual fue el destino del Palacio de Invierno, pero ni por asomo vislumbramos a donde nos puede abocar la incautación de ultramarinos.

Pudiera suceder que la opinión pública derivara hacia una cierta perversión (a la que no serán ajenos algunos tertulianos) y acabemos justificando merced a un nacionalismo de puerro y marca blanca que se requisen los garbanzos de Carrefour, pero no los cosméticos Deliplus (se de unas cuantas amigas que agradecerían especialmente este gesto) de Mercadona. Sobre Eroski ni palabra que seguro que se me malinterpreta.

Un desastre en cualquier caso. Tanto que en primera instancia pensé si no sería este asunto de los Sánchez Gordillo y otros el principio del fin, el reverso tenebroso, de nuevo la amenaza de los soviets, como parecía insinuar el mencionado tertuliano; ah ¿Qué no lo he mencionado? Pues lo menciono oyes: era un tal Miralles.

Pero he tenido que comprar una llave inglesa y un acto tan simple me ha abierto los ojos.

Se trata de una cortina de humo; es una maniobra de distracción. Esas gentes que asaltan supermercados y se llevan cosas imprescindibles para la supervivencia, actúan en connivencia con los chinos. ¿Qué no había ningún chino entre los asaltantes? Pues claro, menudos son: actúan en la sombra, a la chita callando, como una incesante lluvia fina.

Mientras con esas acciones inspiradas y pagadas sin duda alguna por Pekín nos distraen, han conseguido que la clase media venida a menos y cada vez más en riesgo de exclusión o, directamente, de extinción, nos cuestionemos si conviene más comprar la herramienta por antonomasia, la llave inglesa, ya digo, de la prestigiosa marca Bellota o una sin padre conocido en un Hiper-Asia. Y lo peor, es que acabamos concluyendo que total qué más da si sirve para lo mismo.

Y este es problema. Sí, sirve para lo mismo. Pero ese plegarse a la realidad roma y ramplona, ese olvido del encanto de las viejas ferreterías o el desdén por las supertiendas de bricolaje que tantos problemas de autoestima han resuelto, implica una rendición, un entreguismo; es el fin de toda una civilización.

Yo creo que Rajoy no lo sabe. Si lo supiera, a lo mejor tampoco le gustaba.

 

domingo, 12 de agosto de 2012

La voz de los nuevos ciudadanos

Visto lo visto y a estas alturas ¿alguien medianamente informado estaría dispuesto a sostener que el Partido Popular agotará la legislatura gobernando? Pues, como de todo hay en la viña del Señor, es probable que lo haya. Sin embargo, quizás fuera más entretenido, al menos para las charlas de café, cruzar apuestas sobre cuánto tiempo va a durar; no me refiero a este Gobierno en particular (a mi me parece que Rajoy no se come el turrón sin haberlo cambiado al menos una vez, tal es el deterioro que está sufriendo y que previsiblemente se acelerará en cuanto pase el verano) sino, ya digo, a la convocatoria de elecciones anticipadas.

Personalmente tengo pocas dudas al respecto. De modo que ya no me interesa gran cosa cuales sean las derivas de Rajoy y su gente, como no sea para reafirmarme en la idea de que cuanto más tiempo esté en el poder más sufrirá el estado del bienestar. Sin más, sin matices, sin paliativos.

La cuestión pues sería saber qué viene después. Si, como creo, serán inevitables elecciones anticipadas en un plazo relativamente breve, la escena política española no habrá cambiado significativamente, no habrá dado tiempo en el supuesto de que hubiera voluntad para tal cambio en quienes deben de operarlo, así es que, a mi juicio, lo razonable será esperar una mayoría muy insuficiente del  PP, lo cual nos llevaría a gobiernos de pactos. No es lo que deseo para mi país, pero mejor eso que la apisonadora actual.

Así es que en este juego de política ficción (¿ficción o necesidad histórica?), deberemos ir aún más lejos. Deberemos pensar –soñar, tal vez- en transformaciones de calado. Y no se me diga desde la izquierda que no estamos para esa clase de grandes ejercicios imaginativos, sino para asuntos más prácticos, porque eso es lo que lleva haciendo la socialdemocracia desde que decidió que su papel histórico debía ser gestionar el capitalismo; triste pragmatismo que nos ha traido hasta la frustración.

En la izquierda española deberían tomarse en consideración las manifestaciones de personas  como José Antonio Laborda, presidente que fue del Senado desde 1989 a 1996.

En un interesantísimo artículo publicado en el diario El País el pasado día 1 de agosto, afirmaba con una lucidez digna de mejor atención que  “La disciplina del partido conservador español ha suprimido cualquier actitud liberal en su funcionamiento interno, lo que supone que el pluralismo que defiende no se aplica dentro del PP que es celebrado por la absoluta homogeneidad de su discurso y de sus miembros.”  Laborda añade que “…el pensamiento liberal – en el sentido clásico- no existe más que como propaganda electoral en ese partido…”

Probablemente los cuadros directivos del PSOE compartirán sin dificultad estas afirmaciones del ex presidente del  Senado. Lo que, visto su comportamiento un tanto esclerótico, no parecen dispuestos a aplicarse (aunque muchos se den cuenta de que es así) es que lo que dice Laborda les concierne a ellos mismos: algo así como que los socialistas no han evolucionado desde aquel cambio ideológico –o de praxis política, no lo discutiré- que en el meollo de la transición permitió el fortalecimiento de la disciplina interna y una atribución de poderes a la cúpula dirigente sin precedentes, algo seguramente necesario en aquel momento histórico.

Pero si debemos seguir con ese adjetivo tan pedante (“histórico”) estamos en un momento que lo es. “El PSOE será –deberá ser, quiere decir Laborda, supongo- una organización de personas que pensando de distinta manera, son capaces de ponerse de acuerdo” Porque el éxito en ese proceso de cambio, “será también el de la democracia española y europea” Al cabo, “…el fin de las reformas no es otro que devolver  los ciudadanos la confianza en los partidos políticos…” “La causa profunda de la desconfianza actual y por la que el PSOE no se recupera electoralmente está en la percepción ciudadana de que los partidos instrumentalizan las instituciones” Algunos recordamos aromas de una cosa que se llamó Nueva Izquierda y murió apenas nacía.

Hay más voces. Por ejemplo la de alguien que no lleva tanto tiempo como Laborda apartado del ejercicio del poder  y a quien tengo la impresión (no lo puedo afirmar, claro, desde mi casi total ignorancia de las entretelas del PSOE) que tampoco  -¿resulta algo incómodo quizás?-  se escucha demasiado: Odón Elorza.

El que fuera alcalde de Donosti, lleva un tiempo desgranando interesantes razonamientos en su blog y en la prensa diaria. Aboga por trabajar para la regeneración moral y la transparencia democrática…aplicando “la innovación y generosidad intelectual para empoderar a la ciudadanía tras el objetivo de salir de la crisis con un rumbo compartido y desde el reparto equitativo de los sacrificios. Habla Elorza nada menos que de un nuevo “contrato social” que se basa en un “pacto cívico de las fuerzas políticas con muy diferentes agentes sociales.” Y va a lo concreto: “urge un conferencia abierta para levantar la bandera regeneracionista y transformadora y remediar los vacíos del pasado Congreso” porque “Se acabó pensar en alternancias; se ha parado el péndulo de poder”

Odón Elorza es un político leal a sus ideas y a su partido. Y a mi modo de ver está en un tris de comprender otro tipo de lealtades a las que enseguida me referiré. Salvando ciertos prejuicios (en el sentido exacto del término) y algunas cautelas comprensibles, al ex regidor el fenómeno (ni siquiera le llamaré movimiento para no incomodar a los puristas) del 15M no le cae nada antipático. Me parece.

En Salida, voz y lealtad, Albert O. Hirschman escribía (¡ya en 1977!) que la opción de la salida es la típica del criterio económico: no nos gusta o no nos sirve algo y lo abandonamos, por decirlo de manera simple. La actitud política es la de la voz, de tal modo que quienes optan por ésta son los más leales pues no desean marcharse sino alzar la voz para cambiar las cosas. El análisis del economista alemán es mucho más sutil de cuanto acabo de decir pero creo haber anotado su esencia. 

Se ha dicho muchas veces que la crisis que padecemos es sistémica y es verdad. Soy consciente de que lo que sigue a algunos parecerá directamente una bobada y a otros tal vez les mueva a debate: a la luz de las reflexiones de Hirschman, he aquí la paradoja: lo que pretenden las formaciones políticas y actitudes conservadoras es precisamente un cierto cambio del sistema; la destrucción de un cierto orden de cosas que todos conocemos por estado del bienestar y ellos llaman de infinitas formas eufemísticas; hasta la náusea; es la salida y la crisis su coartada. Quienes se reconocen dentro –o en sus aledaños- de eso que se da en llamar el 15M, gentes de toda clase y condición (es importante subrayar esta diversidad) han optado por la voz; no son pues anti-sistema como interesadamente se les denomina a menudo por perversa asociación con gentes y grupos violentos a secas. Son acaso y precisamente, como escribía el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid el pasado 9 de agosto en El País, Fernando Esteve  “la esperanza del sistema”

¿Pueden hacer suya ese tipo de lealtad gentes como Elorza o Laborda o tantos otros dentro de los partidos de izquierda y fuera de ellos?

La pregunta, si se me permite la pretensión, no es baladí. Porque de la respuesta depende que el partido mayoritario de la izquierda española, el único con capacidad real de operar  un cambio de paradigma político y social, se convierta en el medio plazo en el instrumento (si no el único, sí el más notable) mediante el cual esa voz de la nueva ciudadanía se haga sustantiva.