Si a todo ello se añaden estos algo más de seis meses del gobierno
de Mariano Rajoy, puede que andando el tiempo, estas épocas recientes sean
juzgadas por los historiadores de igual modo que lo son otras bien negras en
nuestro devenir colectivo. Ni deseo ser profeta ni quiero recurrir al tópico
tan frecuente del fatalismo español, de
que así somos los españoles, tenemos lo que merecemos y zarandajas parecidas.
Así es que igual me equivoco en todo, aunque temo que no.
Pero digo que no tengo interés en abundar en las profecías
por fáciles que resulten. Tal cosa sería un ejercicio estéril. Más bien creo
que la gente, eso que llamamos la sociedad civil, o la sociedad a secas,
deberíamos de dejar de llorar por las esquinas y aplicarnos al adagio
confuciano, según el cual conviene que hagamos cuanto esté en nuestra mano sin
esperar demasiado de lo que nos rodea, a fin de ser así más felices.
Hay tantas energías consumidas en dramas individuales que debiéramos
tratar de ponerlas en común; es la manera de que no se pierdan. ¿Sabemos hacer
cosas? ¿Tenemos ganas de hacerlas? Pues juntémonos y hagámoslas. Puede que cada
uno de nosotros seamos una isla; bien, pues construyamos un archipiélago.
Solo nosotros nos salvaremos a nosotros mismos. Pero, no
deben de irse de rositas, naturalmente. Empezando por lo más urgente.
Creo que deberíamos incluir en la agenda de nuestra indignación
el objetivo de que cese un gobierno que, a mi juicio, es ilegítimo.
Y he escrito más arriba la palabra gobierno con minúscula porque lo que quiero decir cuando aludo al gobierno de Rajoy, no es que la
institución que gestiona el PP esté deslegitimada per se. Obviamente eso no es así. Pero si por legítimo entendemos cierto,
genuino y verdadero en cualquier línea, el modo como el PP gobierna no es
legítimo.
Empezando por el final: casi una cuarta parte de la población
española no tiene trabajo; el 53% de los
menores de 25 años no encuentran ocupación remunerada; más de 1,7 millones de hogares tienen en paro
a todos sus miembros; en los últimos seis meses se han marchado de España más
de 45.000 personas –altamente cualificadas- que tienen entre25 y 45 años. Nadie –y el Gobierno, que aparece un boxeador
sonado, menos que nadie- puede asegurar
cuándo acabará esta sangría que amenaza con destruirnos.
Sí, el PP ganó las elecciones generales en buena ley, pero
si consideramos el tremendo drama que expresa el párrafo anterior en la vida concreta de la gente y el hecho de
que una revisión del programa electoral de dicho partido no resiste el
contraste con la realidad de las decisiones de gobierno adoptadas, ¿no estamos
ante un escrutinio más que definitivo?
¿Acaso a la luz de lo sucedido en los últimos meses, la acción de
gobierno no ha empeorado nuestra situación real? ¿Es ese una forma de gobernar
cierta, genuina y verdadera en cualquier línea?
¿Elecciones anticipadas? Pues tal vez sí, pero solo si
sirven como paso previo para una suerte de tabla rasa que nos ponga a los
ciudadanos frente a nuestra realidad y fuercen a nuestros políticos a un
acuerdo, una acción de la altura de miras necesaria que pueda ilusionarnos en
la desgracia y movernos a la acción.
¿Qué los españoles
podemos sacar adelante nuestro país? Pues claro. Pero, como digo, vayamos
empezando por nuestra cuenta porque de quienes deberían liderarnos poco podemos
esperar.