viernes, 5 de octubre de 2012

Sin miedo


Ayer estuve en una reunión en la que el protagonista era una persona notable. Esta noche asistiré a otra en la que también estará otro prohombre. A los periodistas nos pasa eso: que nos invitan a cosas así. Generalmente no podemos revelar en pormenor lo que se dice, pues tales encuentros se hacen bajo la invocación del off the record más o menos explícito. Pero créanme que, en todo caso, cada vez tienen menos interés.

Es más, estoy dándole vueltas a si no sería más gratificante quedarse en casita porque, de no ser así, puede que, para tu perplejidad, un banquero por ejemplo te asegure que, siendo el suyo un sector “hiper regulado”, poco pueden hace para resolver nada; del mismo modo que de nada es responsable la entidad que representa ni el ámbito al que pertenece, sino quien no hizo su trabajo y relajó la vigilancia. Unos mandaos, vaya. Y, como uno tiende a pensar que si alguien ostenta un cierto liderazgo, cabe esperar que oriente y se arriesgue respeto del porvenir, preguntará procurando que no se le note el pánico, qué podemos esperar, hacia donde vamos. Te dirá que ni pajolera idea y, a continuación engullirá sin pestañear el soufflé de limón que había de postre.

Claro que ayer fue un día tontorrón. El mismo juez que pretendía investigar a quienes pagaron su billete de autobús a Madrid ingresando el importe en la cuenta de los organizadores del 25 S como conspiradores contra el Estado, se la enfunda y sin despeinarse la melena, pone en libertad a los detenidos en Neptuno y rubrica su intervención aludiendo a la “…convenida decadencia de la clase política”  Todo en un rato; para que luego digan que la Justicia es lenta. Y, se lía. Y uno llama al juez “pijo ácrata” (¿qué demonios será eso?) practicando ese deporte que tanto le gusta al Partido Popular: plancharles las puñetas a los magistrados cuando les bailan el agua y mearles la toga cuando no es así, todo sea, por supuesto, en defensa de las instituciones del Estado de Derecho y tal y cual y pascual.

A eso se añade la aceptación como algo natural e inexorable de que cuando se produce un cambio político, se renueve la cúpula de los medios de comunicación públicos y de las empresas también titularidad pública, con gentes afines a quienes ganaron las elecciones. Lo de la profesionalidad les parece una cosa menor por marciana. Hablo de una parte de la tribu (y de los profesionales de la mamandurria, claro) que, a base de pasar por el aro, han olvidado ya que una vez creyeron en algo. Le llaman pragmatismo, creo.

¿Saben qué me gustaría? Pues que, asumido que este país nuestro se va al carajo, que hemos de tomárnoslo con deportividad y que quienes son los responsables, ya estén en la política, en la empresa, en la judicatura, en la prensa o donde sea, llevan ya tiempo silbando al viento, apareciera alguien inventando alguna cosa por fútil que fuera, alguien que dijera una palabra no dicha, que alumbrara una idea no manoseada; alguien que no tuviera miedo.