domingo, 12 de agosto de 2012

La voz de los nuevos ciudadanos

Visto lo visto y a estas alturas ¿alguien medianamente informado estaría dispuesto a sostener que el Partido Popular agotará la legislatura gobernando? Pues, como de todo hay en la viña del Señor, es probable que lo haya. Sin embargo, quizás fuera más entretenido, al menos para las charlas de café, cruzar apuestas sobre cuánto tiempo va a durar; no me refiero a este Gobierno en particular (a mi me parece que Rajoy no se come el turrón sin haberlo cambiado al menos una vez, tal es el deterioro que está sufriendo y que previsiblemente se acelerará en cuanto pase el verano) sino, ya digo, a la convocatoria de elecciones anticipadas.

Personalmente tengo pocas dudas al respecto. De modo que ya no me interesa gran cosa cuales sean las derivas de Rajoy y su gente, como no sea para reafirmarme en la idea de que cuanto más tiempo esté en el poder más sufrirá el estado del bienestar. Sin más, sin matices, sin paliativos.

La cuestión pues sería saber qué viene después. Si, como creo, serán inevitables elecciones anticipadas en un plazo relativamente breve, la escena política española no habrá cambiado significativamente, no habrá dado tiempo en el supuesto de que hubiera voluntad para tal cambio en quienes deben de operarlo, así es que, a mi juicio, lo razonable será esperar una mayoría muy insuficiente del  PP, lo cual nos llevaría a gobiernos de pactos. No es lo que deseo para mi país, pero mejor eso que la apisonadora actual.

Así es que en este juego de política ficción (¿ficción o necesidad histórica?), deberemos ir aún más lejos. Deberemos pensar –soñar, tal vez- en transformaciones de calado. Y no se me diga desde la izquierda que no estamos para esa clase de grandes ejercicios imaginativos, sino para asuntos más prácticos, porque eso es lo que lleva haciendo la socialdemocracia desde que decidió que su papel histórico debía ser gestionar el capitalismo; triste pragmatismo que nos ha traido hasta la frustración.

En la izquierda española deberían tomarse en consideración las manifestaciones de personas  como José Antonio Laborda, presidente que fue del Senado desde 1989 a 1996.

En un interesantísimo artículo publicado en el diario El País el pasado día 1 de agosto, afirmaba con una lucidez digna de mejor atención que  “La disciplina del partido conservador español ha suprimido cualquier actitud liberal en su funcionamiento interno, lo que supone que el pluralismo que defiende no se aplica dentro del PP que es celebrado por la absoluta homogeneidad de su discurso y de sus miembros.”  Laborda añade que “…el pensamiento liberal – en el sentido clásico- no existe más que como propaganda electoral en ese partido…”

Probablemente los cuadros directivos del PSOE compartirán sin dificultad estas afirmaciones del ex presidente del  Senado. Lo que, visto su comportamiento un tanto esclerótico, no parecen dispuestos a aplicarse (aunque muchos se den cuenta de que es así) es que lo que dice Laborda les concierne a ellos mismos: algo así como que los socialistas no han evolucionado desde aquel cambio ideológico –o de praxis política, no lo discutiré- que en el meollo de la transición permitió el fortalecimiento de la disciplina interna y una atribución de poderes a la cúpula dirigente sin precedentes, algo seguramente necesario en aquel momento histórico.

Pero si debemos seguir con ese adjetivo tan pedante (“histórico”) estamos en un momento que lo es. “El PSOE será –deberá ser, quiere decir Laborda, supongo- una organización de personas que pensando de distinta manera, son capaces de ponerse de acuerdo” Porque el éxito en ese proceso de cambio, “será también el de la democracia española y europea” Al cabo, “…el fin de las reformas no es otro que devolver  los ciudadanos la confianza en los partidos políticos…” “La causa profunda de la desconfianza actual y por la que el PSOE no se recupera electoralmente está en la percepción ciudadana de que los partidos instrumentalizan las instituciones” Algunos recordamos aromas de una cosa que se llamó Nueva Izquierda y murió apenas nacía.

Hay más voces. Por ejemplo la de alguien que no lleva tanto tiempo como Laborda apartado del ejercicio del poder  y a quien tengo la impresión (no lo puedo afirmar, claro, desde mi casi total ignorancia de las entretelas del PSOE) que tampoco  -¿resulta algo incómodo quizás?-  se escucha demasiado: Odón Elorza.

El que fuera alcalde de Donosti, lleva un tiempo desgranando interesantes razonamientos en su blog y en la prensa diaria. Aboga por trabajar para la regeneración moral y la transparencia democrática…aplicando “la innovación y generosidad intelectual para empoderar a la ciudadanía tras el objetivo de salir de la crisis con un rumbo compartido y desde el reparto equitativo de los sacrificios. Habla Elorza nada menos que de un nuevo “contrato social” que se basa en un “pacto cívico de las fuerzas políticas con muy diferentes agentes sociales.” Y va a lo concreto: “urge un conferencia abierta para levantar la bandera regeneracionista y transformadora y remediar los vacíos del pasado Congreso” porque “Se acabó pensar en alternancias; se ha parado el péndulo de poder”

Odón Elorza es un político leal a sus ideas y a su partido. Y a mi modo de ver está en un tris de comprender otro tipo de lealtades a las que enseguida me referiré. Salvando ciertos prejuicios (en el sentido exacto del término) y algunas cautelas comprensibles, al ex regidor el fenómeno (ni siquiera le llamaré movimiento para no incomodar a los puristas) del 15M no le cae nada antipático. Me parece.

En Salida, voz y lealtad, Albert O. Hirschman escribía (¡ya en 1977!) que la opción de la salida es la típica del criterio económico: no nos gusta o no nos sirve algo y lo abandonamos, por decirlo de manera simple. La actitud política es la de la voz, de tal modo que quienes optan por ésta son los más leales pues no desean marcharse sino alzar la voz para cambiar las cosas. El análisis del economista alemán es mucho más sutil de cuanto acabo de decir pero creo haber anotado su esencia. 

Se ha dicho muchas veces que la crisis que padecemos es sistémica y es verdad. Soy consciente de que lo que sigue a algunos parecerá directamente una bobada y a otros tal vez les mueva a debate: a la luz de las reflexiones de Hirschman, he aquí la paradoja: lo que pretenden las formaciones políticas y actitudes conservadoras es precisamente un cierto cambio del sistema; la destrucción de un cierto orden de cosas que todos conocemos por estado del bienestar y ellos llaman de infinitas formas eufemísticas; hasta la náusea; es la salida y la crisis su coartada. Quienes se reconocen dentro –o en sus aledaños- de eso que se da en llamar el 15M, gentes de toda clase y condición (es importante subrayar esta diversidad) han optado por la voz; no son pues anti-sistema como interesadamente se les denomina a menudo por perversa asociación con gentes y grupos violentos a secas. Son acaso y precisamente, como escribía el profesor de la Universidad Autónoma de Madrid el pasado 9 de agosto en El País, Fernando Esteve  “la esperanza del sistema”

¿Pueden hacer suya ese tipo de lealtad gentes como Elorza o Laborda o tantos otros dentro de los partidos de izquierda y fuera de ellos?

La pregunta, si se me permite la pretensión, no es baladí. Porque de la respuesta depende que el partido mayoritario de la izquierda española, el único con capacidad real de operar  un cambio de paradigma político y social, se convierta en el medio plazo en el instrumento (si no el único, sí el más notable) mediante el cual esa voz de la nueva ciudadanía se haga sustantiva.