lunes, 4 de noviembre de 2019

Incubando el huevo de la serpiente

Cuando Vox empezó a despuntar y, especialmente, cuando obtuvo unos preocupantes resultados en Andalucía, algunos demócratas de toda la vida se preguntaban qué hacer. Hubo quien defendió que es mejor permitir su incorporación a los usos y costumbres de la democracia; su entrada en las instituciones era inevitable porque así es la ley y porque -dicen algunos- la grandeza y la fortaleza de la democracia consiste también en acoger en su seno a quienes quieren destruirla. Pero también debían estar -se dijo- en los foros de debate extra institucionales, en los medios de comunicación, en las organizaciones de la llamada sociedad civil.

Las razones para defender tal cosa eran que, en estrecho contacto con las esencias democráticas, ellos mismos acabarían puliendo sus aristas y aceptando que es imprescindible respetar a los demás. Eso, o quedarían en evidencia.

Tres episodios. Uno: Ortega Smith afirmó en una tertulia en la televisión pública que las Trece Rosas violaban y asesinaban y no es ya que el conductor del programa, Xabier Fortes, no lo expulsara por mentiroso y miserable (quizás es que ignora el tamaño de la falsedad) es que ninguno de los cuatro periodistas presentes -todos con experiencia y hasta responsabilidades en los medios en los que trabajan- movió un solo músculo ni articuló palabra. Dos: debate a siete también en la televisión pública; Espinosa de los Monteros se dedicó a manifestar actitudes homófobas, racistas, liberticidas y las habituales lindezas y, cuando se despidieron, solo uno de los presentes, Aitor Esteban, le negó el saludo. Por el contrario, los caballeros le estrecharon la mano y las señoras le dieron dos besos a excepción de una de ellas -Álvarez de Toledo es tan fría que no besa ni a sus sobrinos- que también le ofreció la mano. Tres: sábado por la noche en un programa de máxima audiencia en La Sexta; Ortega Smith, aseguró que, llegado el caso, ilegalizaría al PNV y ni el conductor del programa, Iñaki López -un presunto periodista que, como su jefe Ferreras, confunde el periodismo con el circo- ni uno solo de los políticos allí presentes a excepción del representante del partido aludido, dijo esta boca es mía.

Quizás era esto lo que querían las gentes bien intencionadas a las que me refería al principio. Tal vez la actitud de una gran parte (lo de “gran” viene al caso porque no oigo el griterío de la indignación) de nuestros políticos es la que se resume en esta frase de Gabriel Rufián presente en el último espacio televisivo al que he aludido: “al fascismo no se le combate, se le ignora”

A mi me enseñaron justamente lo contrario: que no se le debe ignorar, que hay que combatirlo y que una forma de hacerlo es no darle carta de naturaleza como si fuera uno más. Y me enseñaron otra cosa: que la responsabilidad social del periodismo consiste en no confundir la neutralidad con el silencio permisivo y, por tanto, cómplice.