Cuando
Vox empezó a despuntar y, especialmente, cuando obtuvo unos
preocupantes resultados en Andalucía, algunos demócratas de toda la
vida se preguntaban qué hacer. Hubo quien defendió que es mejor
permitir su incorporación a los usos y costumbres de la democracia;
su entrada en las instituciones era inevitable porque así es la ley
y porque -dicen algunos- la grandeza y la fortaleza de la democracia
consiste también en acoger en su seno a quienes quieren destruirla.
Pero también debían estar -se dijo- en los foros de debate extra
institucionales, en los medios de comunicación, en las
organizaciones de la llamada sociedad civil.
Las
razones para defender tal cosa eran que, en estrecho contacto con las
esencias democráticas, ellos mismos acabarían puliendo sus aristas
y aceptando que es imprescindible respetar a los demás. Eso, o
quedarían en evidencia.
Tres
episodios. Uno: Ortega Smith afirmó en una tertulia en la televisión
pública que las Trece Rosas violaban y asesinaban y no es ya que el
conductor del programa, Xabier Fortes, no lo expulsara por mentiroso
y miserable (quizás es que ignora el tamaño de la falsedad) es que
ninguno de los cuatro periodistas presentes -todos con experiencia y
hasta responsabilidades en los medios en los que trabajan- movió un
solo músculo ni articuló palabra. Dos: debate a siete también en
la televisión pública; Espinosa de los Monteros se dedicó a
manifestar actitudes homófobas, racistas, liberticidas y las
habituales lindezas y, cuando se despidieron, solo uno de los presentes,
Aitor Esteban, le negó el saludo. Por el contrario, los caballeros
le estrecharon la mano y las señoras le dieron dos besos a excepción de
una de ellas -Álvarez de Toledo es tan fría que no besa ni a sus
sobrinos- que también le ofreció la mano. Tres: sábado por la noche en
un programa de máxima audiencia en La Sexta; Ortega Smith, aseguró que, llegado el caso, ilegalizaría al PNV y ni el conductor del
programa, Iñaki López -un presunto periodista que, como su jefe
Ferreras, confunde el periodismo con el circo- ni uno solo de los
políticos allí presentes a excepción del representante del partido
aludido, dijo esta boca es mía.
Quizás
era esto lo que querían las gentes bien intencionadas a las que me
refería al principio. Tal vez la actitud de una gran parte (lo de
“gran” viene al caso porque no oigo el griterío de la
indignación) de nuestros políticos es la que se resume en esta
frase de Gabriel Rufián presente en el último espacio televisivo al
que he aludido: “al fascismo no se le combate, se le ignora”
A
mi me enseñaron justamente lo contrario: que no se le debe ignorar, que hay que combatirlo y que una forma de hacerlo es no darle carta
de naturaleza como si fuera uno más. Y me enseñaron otra cosa: que
la responsabilidad social del periodismo consiste en no confundir la
neutralidad con el silencio permisivo y, por tanto, cómplice.