En
este país de nuestras miserias y grandezas podemos pasar de tolerar
un gobierno de ladrones a exigir uno de arcángeles sin despeinarnos.
Tómense, naturalmente, el tópico, el estereotipo, el lugar común,
como lo que son: representaciones esquemáticas de la realidad que
nos muestran una impresión tan cierta como incompleta.
Cuando
conocí la composición del Gobierno de Sánchez no me sumé al
alborozo. Rarito y retorcido que es uno. Es que a mi eso de formar un
equipo que, como dijo Sánchez, es “fiel reflejo de la sociedad
española” a base de pasarse de largo en la paridad e incorporar
figuras sorprendentes como un astronauta, un juez de derechas y un periodista (los dos últimos homosexuales notorios y militantes, lo cual a mi no me parece
circunstancia baladí en las intenciones de Sánchez) de perfil más bien insustancial, entre
lo intelectual y la prensa rosa, pues me pareció que tenía mucho de
márketing del espectáculo.
Alguien
ha dicho ya que vamos a ver más cosas, en referencia a lo que ha
sucedido con Maxim Huerta. No me sorprendería según se deduce de lo
que acabo de decir en el párrafo anterior; es que no se debe jugar con las
cosas de comer.
El
uso impropio de términos jurídicos por parte de plumíferos
indocumentados hace que las cosas tomen dimensiones que no
corresponden y así vamos conformando una realidad falsa que tiene,
no obstante, efectos a veces devastadores sobre la vida de la gente.
Dijo Huerta ayer en su discurso de despedida algunas verdades; una de
ellas fue que ha tomado carta de naturaleza en la sociedad española
la actitud de no escuchar, de tal modo que dan igual las
explicaciones que se den.
Se
dice que fue condenado por fraude fiscal y no es exacto, pero el uso
de la palabra “condenado” instala un estigma que condiciona
cuanto se diga a continuación.
Lo
que hizo Huerta es lo que en el momento que lo hizo era una práctica
muy común (y reto a cualquiera a que desmienta esto que digo; claro,
no podemos contar por razones obvias con el testimonio de quienes,
gentes conocidas o anónimas, hacían lo mismo) consistente en crear
una empresa (3.000 euros más o menos era el coste) a fin de facturar
los trabajos propios, tributando así por el Impuesto de Sociedades,
mucho menos oneroso que el IRPF. Podía de ese modo declarar gastos que no
eran propios de negocio societario alguno (la gasolina, el móvil, un apartamento en la playa,
etc) seguro que a no pocos de ustedes les suena esto)
Tal comportamiento no por común era legal, pero Huerta, contumaz, siguió haciéndolo tal vez mal aconsejado.
Hacienda lo detectó, le reclamó el pago de tres ejercicios fiscales
y le impuso una multa. El ex ministro, cabezón, reclamó y el
Tribunal Económico Administrativo Regional de Madrid confirmó el
criterio del Fisco. Maxim Huerta, erre que erre, recurrió al
Tribunal Superior de Justicia de Madrid, que volvió a tumbar sus
pretensiones; esto dicen
sus dictámenes
que, de nuevo por precisar, no son
propiamente sentencias:
“Aunque es legítimo la
interposición de sociedades profesionales, no lo es la creación de
sociedades con la única finalidad de eludir parte de la carga fiscal
sin aportar nada a la actividad que realiza el único socio, que las
ha constituido y que las administra...Se trata de una sociedad que no
añade valor a los servicios y de la que se podía haber prescindido
y tiene por objetivo eludir los tipos impositivos del IRPF"
Así
es que el ex hubo de agachar las orejas y pagar lo reclamado, la
multa y las costas. Y ahí se acaba la historia...hasta antes de ayer.
Sinceramente,
me preocupan menos lo adversarios políticos de Sánchez y su PSOE, a
saber el PP y Ciudadanos, que los inmaculados y limpios de corazón
en las filas propias o quienes, como Sabonarola, se suben enseguida
al púlpito a enseñarnos el camino recto. Los primeros han
hecho lo que cabía esperar en
la batalla política: resaltar
y magnificar el caso. Los segundos son muy cansinos y
más bien patéticos
insistiendo en cogérsela con papel de fumar.
Huerta
perdió y pagó.
Y ya está. No es un violador irredento; no es un criminal
inhabilitado para el ejercicio de cargo público a perpetuidad: Y
no me hablen de ética, que en democracia, en un estado de derecho,
la moral pública la dictan las leyes, no nuestras particulares
creencias. Diría más y
solo por completar el cuadro:
nadie consciente de haber delinquido se embarca en la interposición
de recursos ante los tribunales
nada menos que frente a Hacienda, salvo que sea muy corto o le asesoren muy requetemal.
Me
resulta triste e irritante, que en el país en donde no dimite ni
Dios por asuntos verdaderamente graves, se marche alguien
sin motivo alguno, aunque sea un insustancial. Y no, no comparto la presunta bonomía de quien
sostiene que es un caso de bien hacer escrupuloso: si alguien se va sin que
haya razones de peso para ello, no está dando ejemplo, está
haciendo el tonto. Y encima, el adversario le tomará por blando. No debió haber dimitido y Sánchez y los suyos, poco dados a los puñetazos encima de la mesa, no debieran venderlo como ejemplo de virtud porque es más bien una claudicación.