Quizás lo objetivo, lo sensato, fuera esperar a conocer el resultado de la autopsia de Miguel Blesa para escribir algo sobre su muerte. Pero en realidad da igual. Quienes suelen acusar a los demás de eso que han dado en llamar buenismo, ya empezaron ayer mismo a lamentarse de los comentarios, duros, crueles, vengativos... que como un resorte aparecieron en las redes sociales nada más conocerse la noticia; enseguida la falsa piedad, el buenismo de los no buenistas (¿o se dirá malistas?) Debe de ser que estos apóstoles de lo mejor de la condición humana no se alegraron cuando murió Franco o Pinochet, o no hubieran deseado la muerte a Hitler o a Stalin de haber vivido en la época; o jamás pensaron que Castro hubiera estado mejor muerto que vivo cuando lo estaba. ¿No es comparable? Enseguida iremos a eso.
Esta
mañana mismo escuchaba a Carlos Alsina en Onda Cero editorializar
sobre lo que sabemos y lo que no sabemos de Blesa o de cualquier
persona que decide quitarse la vida (esa es la hipótesis más
plausible en el momento en que escribo estas líneas) y concluía que
acaso quien lo hace no quiere tanto morir como liberarse o, como
alguien sugirió hace unas horas, hay personas que no encuentran otro
modo de pedir perdón que quitarse de en medio (!)
En
las novelas de Markaris, el comisario Jaritos investiga crímenes
cometidos en el contexto de la crisis en Grecia. En la ficción son
las víctimas de los poderosos quienes deciden tomarse la justicia
por su mano y acabar con aquellos a quienes no alcanza (o estos
criminales sobrevenidos suponen que no alcanzará) la de las leyes y
los tribunales. Si Blesa hubiera sido asesinado, habría una lógica,
novelesca si se quiere: por ejemplo, el hijo de un preferentista
que perdió -porque le engañaron- los ahorros de su vida y decidió
colgarse de un alcornoque ante la perspectiva de unos últimos días
de miseria, se cuela en la finca de Córdoba y le descerraja un tiro
con su propio rifle de caza. Fin de la historia. Triste. Lógica de novela negra. Quien jugó
con fuego se acabó quemando, reza la sabiduría popular. Y una presunción fundada en la experiencia: se habría
dicho que las personas de bien no podemos aceptar el ojo por ojo,
pero humanamente se comprende la reacción del ejecutor. Juegos
de la moral.
De
esta
historia que me acabo de inventar hay una parte que, en efecto, es
pura ficción y hay otra que es crónica de la realidad: que
ha habido suicidios de preferentistas
arruinados y gente que falleció antes de poder recuperar lo que les
robaron. O cosas como esta, que tampoco es ficción:
https://elpais.com/ccaa/2013/12/28/valencia/1388257724_087704.html.
¿Cuantos
muertos ha habido a cuenta de las preferentes? No lo se. Pero ¿en realidad
importa? No, porque no es de eso de lo que estamos hablando ¿verdad?
¿Y concluiremos un vez más que de eso no hay responsables?
¿Mantendremos que la decisiones colegiadas eximen a los individuos
que las toman? Cuanto tranquiliza eso ¿eh?
Personalmente
me interesan más las motivaciones de esos suicidas anónimos que se
colgaron de un árbol, se cortaron la venas con una cuchilla de
afeitar, o se narcotizaron en el garaje con la música de fondo del rum rum de su viejísimo coche; para mi vida personal
sería mucho más útil saber qué es lo que les llevó a ellos a dar
el paso en el último segundo de sus vidas. Lo de Blesa, pues sí,
también, pero es que nunca podré saber si en este caso lo que le
hizo apretar el gatillo de su carísimo rifle de gran calibre, culata
de madera noble y mira telescópica de gran precisión fue un supremo
acto de soberbia, una estafa más. Y ya comprenderán que tenga dudas.
Yo
sí me alegré de que desaparecieran de la capa de la tierra Pinochet
o Franco porque su presencia dañina hasta el final me producía
mucho asco; aunque hubiera preferido que no murieran impunes. Blesa
fue un arribista, el presidente de una institución de los madrileños
que gestionó como si fuera su finca y que hizo mucho daño a mucha
gente humilde; pero ya estaba en capilla, ya no podía hacer más
daño más que a sí mismo y a sus allegados, y eso es lo que ha
hecho. Claro que no me alegro de su muerte, pero es porque si no va a
pagar por lo que hizo, ya me resulta indiferente.