jueves, 20 de julio de 2017

Blesa


Quizás lo objetivo, lo sensato, fuera esperar a conocer el resultado de la autopsia de Miguel Blesa para escribir algo sobre su muerte. Pero en realidad da igual. Quienes suelen acusar a los demás de eso que han dado en llamar buenismo, ya empezaron ayer mismo a lamentarse de los comentarios, duros, crueles, vengativos... que como un resorte aparecieron en las redes sociales nada más conocerse la noticia; enseguida la falsa piedad, el buenismo de los no buenistas (¿o se dirá malistas?) Debe de ser que estos apóstoles de lo mejor de la condición humana no se alegraron cuando murió Franco o Pinochet, o no hubieran deseado la muerte a Hitler o a Stalin de haber vivido en la época; o jamás pensaron que Castro hubiera estado mejor muerto que vivo cuando lo estaba. ¿No es comparable? Enseguida iremos a eso.
Esta mañana mismo escuchaba a Carlos Alsina en Onda Cero editorializar sobre lo que sabemos y lo que no sabemos de Blesa o de cualquier persona que decide quitarse la vida (esa es la hipótesis más plausible en el momento en que escribo estas líneas) y concluía que acaso quien lo hace no quiere tanto morir como liberarse o, como alguien sugirió hace unas horas, hay personas que no encuentran otro modo de pedir perdón que quitarse de en medio (!)
En las novelas de Markaris, el comisario Jaritos investiga crímenes cometidos en el contexto de la crisis en Grecia. En la ficción son las víctimas de los poderosos quienes deciden tomarse la justicia por su mano y acabar con aquellos a quienes no alcanza (o estos criminales sobrevenidos suponen que no alcanzará) la de las leyes y los tribunales. Si Blesa hubiera sido asesinado, habría una lógica, novelesca si se quiere: por ejemplo, el hijo de un preferentista que perdió -porque le engañaron- los ahorros de su vida y decidió colgarse de un alcornoque ante la perspectiva de unos últimos días de miseria, se cuela en la finca de Córdoba y le descerraja un tiro con su propio rifle de caza. Fin de la historia. Triste. Lógica de novela negra. Quien jugó con fuego se acabó quemando, reza la sabiduría popular. Y una presunción fundada en la experiencia: se habría dicho que las personas de bien no podemos aceptar el ojo por ojo, pero humanamente se comprende la reacción del ejecutor. Juegos de la moral.
De esta historia que me acabo de inventar hay una parte que, en efecto, es pura ficción y hay otra que es crónica de la realidad: que ha habido suicidios de preferentistas arruinados y gente que falleció antes de poder recuperar lo que les robaron. O cosas como esta, que tampoco es ficción: https://elpais.com/ccaa/2013/12/28/valencia/1388257724_087704.html. ¿Cuantos muertos ha habido a cuenta de las preferentes? No lo se. Pero ¿en realidad importa? No, porque no es de eso de lo que estamos hablando ¿verdad? ¿Y concluiremos un vez más que de eso no hay responsables? ¿Mantendremos que la decisiones colegiadas eximen a los individuos que las toman? Cuanto tranquiliza eso ¿eh?
Personalmente me interesan más las motivaciones de esos suicidas anónimos que se colgaron de un árbol, se cortaron la venas con una cuchilla de afeitar, o se narcotizaron en el garaje con la música de fondo del rum rum de su viejísimo coche; para mi vida personal sería mucho más útil saber qué es lo que les llevó a ellos a dar el paso en el último segundo de sus vidas. Lo de Blesa, pues sí, también, pero es que nunca podré saber si en este caso lo que le hizo apretar el gatillo de su carísimo rifle de gran calibre, culata de madera noble y mira telescópica de gran precisión fue un supremo acto de soberbia, una estafa más. Y ya comprenderán que tenga dudas.
Yo sí me alegré de que desaparecieran de la capa de la tierra Pinochet o Franco porque su presencia dañina hasta el final me producía mucho asco; aunque hubiera preferido que no murieran impunes. Blesa fue un arribista, el presidente de una institución de los madrileños que gestionó como si fuera su finca y que hizo mucho daño a mucha gente humilde; pero ya estaba en capilla, ya no podía hacer más daño más que a sí mismo y a sus allegados, y eso es lo que ha hecho. Claro que no me alegro de su muerte, pero es porque si no va a pagar por lo que hizo, ya me resulta indiferente.