jueves, 14 de julio de 2011

Crimen cósmico

Continúa el acoso. No debemos engañarnos, eso que llamamos los mercados (y que deberíamos llamar los especuladores para irle poniendo cara al mal, pues la tiene, claro que la tiene) no van a cejar aunque a ratos parezca que se calma. Se trata de una bestia desbocada en cuya naturaleza está no detenerse. Que estúpido es el ser humano: llegamos a creernos que la racionalidad del mercado era superior a la nuestra, sus inventores; estábamos convencidos de que el mercado podía dirigir nuestro destino de un modo más objetivo que nosotros mismos, seres a un tiempo de cerebro y corazón.
¿Qué es lo que en el fondo ha pasado? Ya, sí, hablamos de una crisis financiera. O sea, ¿un fallo del  sistema capitalista? ¿una malfunción? En absoluto, de lo que hablamos, lo que padecemos, es las consecuencias de actividades criminales, sí criminales, pues aunque no puedan ser juzgadas desde los ordenamientos legales positivos, demasiado pequeños y antiguos para concebir esta clase de delitos, su efecto es la destrucción de la sociedad ¿o qué es si no un ataque a la entraña misma de nuestra forma de concebir la vida en común el paro, el recorte en las prestaciones sociales conquistadas, la asfixia de la pequeña y mediana empresa, la condena de una generación?
Claro que no hablo de derechas y de izquierdas. La primera nunca tuvo ideología y la segunda hace tiempo que la perdió.
Lo que ha pasado y sigue pasando (¿cómo puede ser que los estados admitan que los especuladores y sus aliadas las nefastas agencias de calificación continúen el acoso a esos estados y, en definitiva, a los pueblos que son quienes pagan las consecuencias?) es que la avaricia se resiste a frenarse porque, por definición, no tiene ni dios, ni límite: aunque tenga dueño y cara. Al reclamo del legítimo beneficio, el sistema financiero global se ha alejado de la economía real: poco le importa si muere el tejido empresarial o si cae una gran corporación con miles de trabajadores: “no es mi problema” se repiten para sí mismos quienes cobran bonos insultantes, más aún, injustos y culposos.
¿Y Europa? Tal vez se me tache de apocalíptico, pero o las cosas toman un giro radicalmente distinto o nos vamos a garete. Sí, Europa reaccionó y decidió no dejar caer a ninguno de los suyos. Pero después de ingentes gastos y duros ajustes, ¿acaso ya no están en riesgo los valores que impulsaron la construcción europea? Claro que lo están: no paran los sobresaltos. Y no pararán mientras no se ponga coto a la persecución del beneficio a cualquier precio por parte de los especuladores que seguirán comportándose como el viajero suicida en la fábula del escorpión y la rana.
¿Esto era la globalización? ¿Esto, algunos hallazgos como los viajes low cost, las redes sociales que un amigo mío llama cibercorralas y poco más?