viernes, 27 de marzo de 2015

Andreas Lubitz



Sí, ya se que ahora toca llorar a las víctimas, pero yo no puedo evitar hacer algunas preguntas: 

Dicen los expertos que hay que cambiar los protocolos y evitar que en la cabina de mando se quede nadie solo; es lo que hacen en USA y algunas compañías europeas. Sí, es probable que eso hubiera evitado la matanza.

Es una medida muy sencilla de pensar y de tomar ¿verdad? mucho más que blindar puertas, idear códigos numéricos o pasar a la tripulación sofisticados test psicológicos. Pues implantarla ahora sale carísimo ¿Por qué aplicarla ahora? ¿En manos de qué clase de necios muy peligrosos está la seguridad en los aviones?

Así es que, 149 personas se suben confiadas a un avión como una rutina más en sus vidas. Todo en orden. Al poco rato el comandante sale al baño. Todo conforme al manual. Pero el asesino se ha quedado solo y en ocho minutos estrella el aparato contra la ladera de una montaña. 

¿Las razones del homicida? ¿Importa eso? La letanía de siempre. Primero: era un buen chico, alegre y simpático; nadie lo esperaba; estuvo un poco deprimido una vez pero se le pasó...Después: era un demente taimado que había conseguido engañar a una todopoderosa compañía de aviación ¿Cuántas veces lo hemos oído? ¿Cómo es que no hemos aprendido ya que tal vez Lubitz no estaba loco, ni era un fanático? ¿Cómo puede ser que no sepamos ya de sobra que el mismo ser humano, el mismo, es capaz de hacer una monstruosidad como esta sin que nunca lleguemos a comprender por qué o de pasarse la vida sin destacar nunca en nada con sus vistas al psicólogo, sus recetas y sus manías?

Es una inmensa tragedia que ni siquiera serviría de argumento para una mala novela; es un siniestro monumento a lo peor de la condición humana; es lo que pasa a menudo cuando se encuentran lo abyecto, la estupidez o la negligencia...y un modo de entender la sociedad, el del neoliberalismo criminal que pone por delante de cualquier otra consideración el mercado y el beneficio de unos pocos.

Y nadie la había previsto. O, más bien, a nadie le importó preverla.